Los Frutos del Tiempo Relatos Cortos

Recuerdos

En una habitación tan blanca como el destello de una fotografía, despierto confundido y arrinconado en una esquina, como si hubiese estado huyendo de algo realmente aterrador.

Sin poder recordar nada de lo que sucedió antes, imagino cada posible circunstancia que me pudo llevar a este lugar. Mi ropa esta gastada, mis zapatos también, tengo la garganta reseca y mis ojos me arden.

En esta habitación no hay nada que me pueda servir para entender lo que pasa, solo una mesa tan blanca como todo el lugar, alumbrada por una lámpara fluorescente del mismo color, soportando sobre ella un mendrugo de pan y un vaso de agua, dejados a propósito, tal vez para mí, si no es que era para alguien más que debería estar en mi lugar.

Ignorando el sentido común debido al hambre, devoro rápidamente el pedazo de pan y termino el vaso de agua.

No es suficiente, pero sirve para animarme un poco y pensar más claramente.

Es decir, sigo perdido, pero ahora tengo algo en mi estómago.

En serio, ¿qué pasó antes de despertar?

Recuerdo vagas palabras, conceptos abstractos algo sobre algo a cambio de algo y un intento de sorprenderme.

En este momento, como es lo normal, maldije mi descuidada memoria y prometí poner más atención en lo que hago antes de hacer nada y abandone todo esfuerzo por recordar lo que sucedía. Soy así y probablemente no vaya a cambiar por mas traumático evento me vaya a suceder.

Mientras tanto, un olor sofocante desprende de mi chaqueta, tenue, muy tenue, pero familiar. Algo así como el distante olor de los muertos después de pasar por las manos de un forense.

Algo así como... ¿Formaldehido?

Rápidamente arrojo mi chaqueta lejos, un pequeño sobre se había roto mientras me arrastraba hacia la mesa y el olor se hacía cada vez más fuerte.

Quien sea que me dejo aquí, planeo que me durmiera después de comer, pero no pienso caer en su truco, no puedes engañar a un profesional.

Revisando al tanteo las paredes, solo cuatro pero perfectamente iguales, trato de localizar una salida a la vez que intento no respirar los cada vez más sofocantes vapores de formol, sin embargo, no hay puertas, ni ventanas, ni rejillas de ventilación.

Observo el techo, completamente de concreto con luces fluorescentes colgando de él, no hay un tumbado por el cual pueda subir y escapar, lo sé porque salte para averiguarlo.

Entre salto y salto, oigo un sonido seco, que retumbó y mato por momentos al silencio reinante, pero mareado por el vapor, lo ignoro y vuelvo a saltar para tratar de alcanzar las luces y ver si hay una salida por arriba.

En el último salto, el suelo cede.

No sé cuánto tiempo quede inconsciente, pero cuando desperté, las paredes ya no eran blancas, más bien grises, algo así como un enlucido sin pintar, iluminado apenas por una lámpara fluorescente incompleta y la luz de las otras que iluminan desde el techo roto, del que caí.

De seguro fue por bastante tiempo, pues, mi estómago casi me grita por alimentos y me siento muy débil.

Observando a mi alrededor puedo notar que en las paredes hay agujeros y nuevamente una mesa, gris como el cemento que sostiene dos mendrugos de pan, un vaso de agua y otro de jugo, un lápiz y dos dientes.

Ignorando los dos últimos, desesperadamente tome el pan y el agua, luego el jugo para calmar mi hambre. Ya con el estómago calmado, veo nuevamente a mí alrededor. El formaldehido es un vapor pesado y debería haber bajado por donde caí, pues, era un volumen de líquido bastante considerable pero al observar un poco más, veo que el agujero por donde caí estaba tapado por una película plástica transparente, lo que explicaría por qué no me ha llegado ese vapor.

Fastidiado por una sensación de encierro y soledad, juego con los vasos vacíos y trato de pensar en una forma de salir. Los hago sonar, chocar y caer, hasta que fijo mi atención en el lápiz y los dientes.

Un amargo recuerdo llega a mí en forma de una cicatriz en mi mano.

Lo recuerdo bien, no es como si haya sido hace poco, pero aun duele recordarlo.

Cuando la conocí, tuvimos una pelea tal que al llegar nuestro profesor, yo ya tenía un lápiz clavado en mi mano y ella había perdido dos de sus dientes de leche, después de recibir un puñetazo de mi parte.

No por ser una niña se iba a salvar, después de todo, tenía un lápiz atravesando mi mano lado a lado, de alguna forma me las tenía que pagar.

Por un momento me sentí observado, algo que no se podía sentir en el piso superior ya que las paredes estaban completamente cerradas, pero en esta había hileras de agujeros en las partes inferiores de ellas.

Era como una mirada agresiva, llena de odio, algo así como con una sed de sangre o tal vez deseos de venganza y temí por mi vida.

Cuando me gire para ver lo que presentía, una rendija secreta se estaba cerrando y corrí para intentar mantenerla abierta. El sonido chirriante de compuertas se escuchó venir de cada una de las paredes que me rodearon y entre en pánico.

Multitudes de arañas se arrastraban hacia todas las direcciones desde cada agujero de las paredes.

El terror se apodero de mi cuerpo y comencé a correr en círculos al verme rodeado de estos desagradables insectos.



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En el texto hay: tristeza, ciencia ficcion, relatos cortos

Editado: 09.08.2018

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