Cuando abrió los ojos sintió que el rostro le latía. Trató de incorporarse sin llegar a conseguirlo del todo y se mantuvo sentado sobre una rocosa playa. Una sombra gigantesca se alzaba ante él y no tardó en comprobar que se trataba del drakkar que había avistado. Se revolvió, nervioso y tras él, volvió a encontrarse con las tres figuras.
—Ni se te ocurra volver a intentarlo, bárbaro helado —lo amenazó una voz femenina.
—¿Bárbaro helado? —espetó la de un joven—. ¿Qué clase de insulto es ese?
—Cierra el pico, Urd.
—A sus órdenes...
—¿Qué queréis?
A Thorir no le pasó inadvertido el hecho de que la joven de cabello negro que había hablado en primer lugar, sujetaba la espada de su hermano con poca o nula intención de devolvérsela. No habló cuando él formuló la pregunta y, por contra, quien sí le ofreció una respuesta fue la tercera figura, un hombre bajito y de extravagante aspecto que se acercó unos pocos pasos para hablar:
—Hola, mi nombre es Adalsteinn y soy un veilede.
—¿Eso significa enano imbécil? —espetó Thorir, molesto ante aquella situación.
Logró ponerse en pie y observó a la joven de cabello negro dar un paso hacia él. Adalsteinn extendió el brazo, solicitándole que se mantuviera tranquila.
—No —respondió con calma—. Significa guía de Yggdrasil. Conozco todos y cada uno de los caminos, mares y cielos de los nueve mundos. Por eso estoy aquí, para guiaros hasta Alfheim.
—¿Los nueve mundos? —exclamó Thorir, sorprendido—. ¿Guiarnos?
Trató de ocultar el desconcierto y mostrar firmeza en sus palabras, aunque lo cierto era que las preguntas le golpeaban como si su cabeza fuese el acero que trabajaba un martillo en la forja.
—No voy a ir con vosotros a ninguna parte.
—Lo cierto es que resulta bastante indiferente lo que quieras o dejes de querer —respondió la joven de cabello oscuro—. Te arrastraremos, si hace falta.
—Ella es Helga —intervino Adalsteinn—. Y él es Urd.
Thorir frunció el ceño, escrutándolos. Ambos vestían un atuendo oscuro, como el cabello de uno y otra. La piel del muchacho era oscura y parecía salpicada de quemaduras, mientras que el inmaculado rostro de ella era pálido, casi blanco.
—Verás, muchacho —continuó diciendo Adalsteinn—, hay varias razones por las que debes acompañarnos: la primera es que posees una de las armas de Hellig, forjadas con oro y plata sagrados. La segunda es que eres hijo de Midgard, uno de los tres mundos del tronco de Yggdrasil. Suponemos, por último, que sabes manejar un drakkar.
Thorir se mantuvo mudo. Aquello no podía estar ocurriendo. Debía de tratarse de una pesadilla. Sí, eso era. Por la mañana despertaría y se sentiría fatigado tras una noche de incómodo sueño. Tal vez, Thorlak se enteraría de que había tomado prestada su espada y le reprendería con cariño, pero...
Urd le dio un toquecito en el brazo, como si lo apremiase a salir de su silencio y pronunciarse. Throrir le dedicó una inquisitiva mirada y habló.
—Devuélveme la espada —le exigió a Helga.
La muchacha esbozó una sonrisa afilada y apoyó la punta en el rocoso suelo, como si lo desafiase.
—Necesitamos tu ayuda —insistió Adalsteinn—. Ven con nosotros, por favor. Te lo contaremos de camino.
—No voy a ir a ninguna parte.
—¡Maldito vikingo endemoniado! —escupió Helga—. Golpeémosle y subámosle al drakkar. Para cuando despierte ya será tarde.
—Inténtalo.
—Vale.
Un nuevo golpe, más dolor embotándole la cabeza y una recurrente y desagradable oscuridad, arrastrándolo.
***
Cuando abrió los ojos por segunda vez, atisbó un cielo de plomo. Las nubes habían encerrado al astro rey y las tormentas amenazaban con retrasar el deshielo. Pero ahora aquello no importaba porque ni siquiera estaba en el campamento, esperando con impaciencia para sumarse a la incursión. Hizo una mueca de dolor al moverse, con las manos atadas al mástil del drakkar. Trató de acallar las voces que sonaban en su cabeza, risotadas, burlas, palabras sueltas sin ton ni son, amenazas.
Editado: 24.05.2019