Vivir en el extranjero fomenta la unión familiar. Sobre todo en tiempos de navidad, cuando toda familia normal va y visita a sus abuelos, tíos, primos ...
En nuestro caso, las fiestas se reducen a cuatro gatos, y no lo digo con pesar, tengo la fortuna de contar con una familia extrañamente perfecta. Un hermano adolescente dulce y noble, una madre poco afectuosa, pero que procura tu felicidad diaria, y un padre del que jamás puedo escribir, sin temor a quedarme corta.
Es fácil llorar cuando pienso en mi suerte.
Recuerdo nuestro primer diciembre hace seis años. Recuerdo poner las luces del árbol de navidad fingiendo una alegría desbordante y apagar la lámpara del salón, solo para continuar con la mentira de ver cómo quedaban los foquitos iluminándose. Recuerdo aprovechar esos momentos para llorar, de tristeza, de añoranza, esa navidad seríamos solo cuatro, mas yo deseaba la presencia de muchos más.
Entonces lo vi, algo tierno, sincero y feliz, que formó un nudo en mi garganta y me hizo sonreír. Mi padre tomaba la mano de mi madre, apretándola con gentileza, un gesto sutil, pero con el cual supe que ellos sentían y temían cómo yo lo hacía; miedo a una navidad triste y aburrida.
Sin embargo, aquella caricia también contenía una promesa, él se encargaría de disipar nuestros temores e inseguridades, y confié, pues solo los años me han enseñado a ver la dura y pesada carga que lleva sobre su espalda, el deber de sacarnos adelante y de solucionar lo insolucionable.
Hasta la fecha, él ha cumplido con su silencioso juramento. Creamos nuevas tradiciones y construimos momentos felices de nosotros cuatro. Así, todos los años ponemos el árbol en diciembre, aun cuando el más motivado al verlo puesto es mi padre, en casa suena el cascanueces durante días, pero solo mi hermano aprecia la obra musical, vemos películas navideñas, a pesar de que mi madre se quede dormida a mitad de ellas, y tomamos chocolate caliente, cuando solo a mí me gusta la bebida.
Hay momentos mágicos que me he obligado a grabar en mi memoria en el instante en que los vivo, por miedo a poder olvidarlos. Los bailes entre mis padres en el centro del salón, el suave balanceo de sus cuerpos abrazados y sus ojos cerrados. La risas de mi madre cada vez que él hace tonterías, el sonido de su voz cuando canta canciones dedicadas solo para ella. El molesto recordatorio de cada mañana, por parte de ella, para que él se tome la pastilla. Meterse en la cocina por horas y oírlos discutir falsamente, sobre los pasos a seguir en los platillos. El compartir una botella de vino o simplemente, el tierno intercambio de cumplidos cursis.
Son los pequeños detalles lo que me han hecho adorar la pareja que forman, instantes finitos que pude ver en infinitas ocasiones. Mi hermano y yo creemos que su amor es singular. Eran dos personas que no estaban predestinadas a conocerse, pero lo hicieron; que no debían enamorarse, debido a sus diferencias sociales, mas encontraron, el uno en el otro, el complemento para su propia felicidad. Son una pareja que no debió pervivir tras años de matrimonio, sus caracteres chocaban y sus diferencias ideológicas se hicieron más grandes, y contra todo pronóstico, ellos evolucionaron y cambiaron, adaptándose el uno al otro, aceptándose, amándose tal y como eran.
Por ellos, mi hermano y yo disfrutaremos de esta navidad, y pondremos el árbol, y bailaremos sus canciones en el centro del salón, lo haremos como ellos lo hacían, y ellos nos contemplarán desde el cielo.
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