El auto se detiene frente a la imponente mansión, pero el viaje no ha terminado. El silencio, ahora que el motor está apagado, pesa más que nunca. Romina permanece inmóvil, con la mirada fija en la puerta principal, sin atreverse a voltear. La declaración de Miguel—“la mujer que no he podido olvidar”—explota en su pecho, derrumbando cada muro que ha construido durante cinco años. La venganza que tanto ha planeado se siente hueca, un esquema sin sentido frente a una verdad que la desarma.
Pero ¿puede ella perdonar la mentira?
No lo sabe.
Escucha el clic del cinturón de seguridad de Luca, y su instinto de madre toma el control. Sale del auto con movimientos mecánicos y abre la puerta trasera para sus hijos. La mano de Miguel roza la suya por un instante al intentar sacar el pequeño. Un contacto fugaz, pero ardiente como el sol. Romina retira la mano de inmediato, evitando su mirada. No puede permitirse esa vulnerabilidad, no con los niños presentes.
—Gracias —murmura, sin mirarlo.
Es un gesto de cortesía, pero se siente como una rendición.
Y ella no se rendirá ante él.
No puede. Porque definitivamente, no perdonará la mentira.
Toma a los niños de la mano y camina hacia la entrada. Miguel no dice nada, pero la sigue a una distancia prudente. Ella se siente como si estuviera huyendo, no de él, sino de sus propias emociones. La diferencia entre sus mundos nunca ha sido tan evidente. Ella, vestida de gala, entrando en una mansión; él, un chofer, de pie en la oscuridad, observando.
Cuando los niños están seguros en sus camas, Romina se sienta en la sala. Se sirve una copa de vino repasando los acontecimientos de la noche. No puede dejarse llevar por las emociones de esa manera tan cruda.
< Necesito reflexionar al respecto porque Miguel no es el hombre para mi >, piensa decepcionada de sí misma.
—No entiendo lo que pasó esta noche. Debí ser más precavida.
Da un sorbo al vino y deja la copa sobre la mesita. Cubre su rostro con las manos sintiéndose derrotada porque no pudo controlarse. Su teléfono suena con un mensaje.
Aretta: ¿Pensé que te quedarías más tiempo?
Romina suspira recobrando algo de dignidad para escribirle a su amiga.
Romina: Tenemos que hablar, amiga.
Envía caritas llorando.
Aretta responde al instante
Aretta: ¡Ay! Creo que esto es serio. Pero no tengo idea de por qué.
Romina: Es un cuento que tiene cinco años.
Espera. Aretta no responde, pero entra una llamada y aparece el nombre de su amiga en la pantalla.
—Hola amiga —responde Romina.
Se escucha una puerta cerrarse. Unos pasos y otra puerta que se cierra. Romina sonríe adivinando que su amiga ha entrado al baño.
—Ahora sí. Desembucha antes de que me vaya hasta tu casa —le dice con advertencia —. Me has tenido en ascuas desde que descubriste que estabas embarazada. Hoy no te salvarás.
Romina toma una respiración furiosa antes de responder. Se debate en mentirle o decir la verdad a medias, pero necesita alguien que la apoye en lugar de que la juzgue y esa es Aretta.
—Es complicado Ari, no me siento cómoda aún.
—¡Complicado mi culo falso Romi! —se escucha cuando la línea es cortada.
Romina mira el teléfono con el ceno fruncido pensando en que la comunicación se ha caído. Pero la verdad es que su loca amiga ha salido corriendo fuera de la mansión Cáceres – Rondón, medio borracha para acompañar a su amiga. En una mano lleva su pequeño bolso y en la otra una botella de vino tinto que halló en una charola de camino a la puerta.
—Sra. Sandoval —llaman su atención y se detiene de súbito. Gira poco a poco —. Me han dicho que, si algún invitado se retira, que yo sea su transporte —ella se acerca contoneándose al ver al espécimen.
—No tengo problema con que me lleves, pero si me dices señora de nuevo te tuerzo el pescuezo —el hombre se siente amenazado cuando la mujer levanta la botella —ahora, llévame a casa de mi amiga Romina Velázquez. Y no esperes un por favor por haberme faltado los respetos.
—Disculpe usted —el joven no sabe el porqué de la molestia de la hermosa mujer que tiene delante —. La llevaré donde necesite.
—Así me gusta chico.
Abre la puerta de la limusina y ella entra. Se encuentra con un mini bar que aprovecha por supuesto. Se toma el contenido de las pequeñas botellas hasta que se le acaba la bebida. Dormita un poco a pesar de que el trayecto a la casa de Romina no es tan largo, apenas unos veinticinco minutos. Siente el vértigo cuando el auto se detiene. La puerta se abre y el joven extiende la mano para ayudarla a salir.
Ella no solo la toma, sino que, cuando sale le estampa un beso de película erótica antes de despedirse.
—Ejem —el joven se avergüenza. Su rostro se colorea —. Fue un placer señorita Sandoval.
—Puedes llamarme Aretta cariño —lo besa por segunda vez propinándole un morreo casi porno —gracias por el aventón.