El aire de la mañana es fresco y el sol todavía no calienta el asfalto. Miguel, con manos firmes, abre la puerta trasera de la limusina. La tela del pantalón de su uniforme le roza las piernas. Siente los ojos de los gemelos sobre él, curiosos, inquisitivos. Luca sube primero, con una agilidad sorprendente. Celeste, con la gracia de una bailarina, se sienta en su asiento especial. Ambos se abrochan los cinturones de seguridad. Miguel cierra la puerta con suavidad y camina hacia el asiento del conductor, pero su mente no está en el auto, sino en las dos pequeñas figuras que se encuentran en el asiento trasero y que desde ahora son su vida entera.
—¿Cuál es tu nombre completo? —pregunta Celeste. Su voz, dulce y aguda, resuena en el silencio de la limusina—. Mi mamá dice que es Miguel. Pero… ¿es solo Miguel?
Miguel, con una sonrisa que se siente extraña en su rostro, se inclina para verla a través del espejo retrovisor.
—Mi nombre completo es Miguel Villanueva —responde. La sonrisa de la niña se expande.
—Nuestro señor chofer anterior se llama Manuel, los dos con eme ¡es una casualidad!
—Ya lo dijiste Celeste, es aburrido —Miguel observa por el espejo.
—¿Y dónde vives? —pregunta Celeste ignorando a su hermano. Su rostro es una mezcla de curiosidad e inocencia.
< Todas las chicas son iguales Luca. Nos ignoran sin pudor >, sonríe a su propio pensamiento.
—En un apartamento asignado, cerca de la mansión —le dice, la mirada de la niña ahora es de interés total.
—¿Dónde vivías antes de vivir en el apartamento? —, su voz llena de intriga. Luca resopla por lo insistente de su hermana.
—En un pequeño apartamento al otro lado de la ciudad —responde, observa a Luca rodar los ojos con fastidio
—¿Y tu mamá? ¿La tienes?
Miguel se queda en silencio por un momento recordando que su madre lo culpó con mucha razón de la escapada de Milena Ferrer (su mujer) con sus hijos. Duda que lo quiera ver algún día, pero al recibir su primer sueldo le enviará una parte a ella esperando que no se la regrese. Una de las razones por las que se mudó a España ha sido porque Emiliana Villanueva (su madre), lo repudió
—Sí, tengo una mamá —le dice, con la voz apenas audible. Y la voz es una mentira. Su mamá, la que le dio la vida, está muerta—. ¿Qué más quieres saber?
Celeste se queda en silencio, como si estuviera pensando. Y luego, una sonrisa se dibuja en su rostro.
—Ya no tengo más preguntas —le dice, y se ríe encogiéndose de hombros.
Luca, que ha estado en silencio, lo mira con sus ojos analíticos, una réplica exacta de los de su madre. La mirada de Luca es un recordatorio de su error cometido.
Un error que pagará con creces.
—¿Quieres ser mi amigo? —pregunta Luca, y la voz es tan suave que casi no la escucha—. Manuel, él era mi amigo, pero se fue.
El corazón de Miguel se detiene. Se voltea, y lo mira con los ojos llenos de esperanza.
—Claro que sí, Luca —dice, con una sonrisa que no le llega a los ojos—. Seré tu amigo.
—¿Y me llevarás a la práctica de fútbol? —pregunta el niño, y su voz se llena de esperanza.
Miguel se ríe, una risa que se siente tan natural que lo sorprende.
—Tendríamos que preguntar qué opina tu mamá al respecto —dice, y la voz es un susurro.
—No te preocupes por mi mami —dice Celeste, con su voz de niña, pero con un tono que no acepta un no por respuesta—. Ella está muy ocupada. Tú puedes ir a la práctica de fútbol con Luca y Patricia.
El corazón de Miguel se salta un latido al escuchar a su hija haciendo planes tal como su madre. Sonríe aceptando que los ha criado muy bien.
—Yo quiero que me lleves al ballet —dice Celeste, es una petición que perece más una orden —. La semana pasada no fui por falta de chofer. Mi mami no deja que Ingrid me lleve sola, teme que nos perdamos.
Miguel asiente, y niega al mismo tiempo. Siente que va a vomitar. Se da cuenta de la precocidad de la niña. Celeste es una niña que ha aprendido a cuidar de sí misma y de su hermano, reconoce todo lo que deben hacer y sobre todo… es consciente de cada situación. En su vida solo hay mujeres porque ha crecido sin padre. Se lamenta a cada segundo de estar con ellos que sus errores y la mentira de su madre le ha robado una parte de la vida de sus hijos.
No considera estar excento de culpa, pero Romina tenia que decirle la verdad al menos a él para que estuviese al tanto y de ese modo poder acercarse un poco o decirles que su padre estaba de viaje. Él podría haber hecho un sacrificio para verlos, pero parece que ella no quería tenerlo cerca.
Y ahora tiene las manos atadas porque los niños tienen cinco, son inteligentes y no están paralelos a su realidad. Saben que no hay papá, pero nota la carencia de la figura en como lo miran.
***
La escuela se asoma adelante y entran en la fila detrás de una camioneta. Miguel frena el auto, la puerta se abre, y las puertas de la limusina también. Saca los niños de sus sillas. Los cinturones se deslizan. Siente el peso de la vida que se ha perdido.
Los niños lo miran. Luca le sonríe. Celeste se abraza a sus hombros para poder bajar. La química entre ellos es instantánea. Y Miguel se siente un poco más cerca de la redención. Camina con ellos hacia la entrada de la escuela. Una pequeña fila de adultos lo detiene entre los gritos, saludos y llantos de los niños que no quieren ingresar. Se detiene, los mira a ambos y estos le devuelven una sonrisa de agradecimiento.
Una mujer con ropa de gimnasio, lo mira con interés, él solo saluda con un asentimiento de cabeza. La mujer le hace un guiño, y Miguel se siente incómodo. Se queda inmóvil. La mujer es hermosa, pero no es Romina.
—Señora —dice Celeste, con voz de firme y con un tono que no acepta un no por respuesta—. No mire así a mi amigo chofer. Si no, se lo diré a mi mamá.