Alexa
Observaba detalladamente la imagen que devolvía el espejo que ocupaba una esquina de mi habitación, odiaba admitirlo pero debí haber escuchado a mi madre cuando me sugirió comprar ropa adecuada para mi nuevo trabajo. El vestido verde resaltaba demasiado las curvas de mi cuerpo y el corto de la falda no ayudaba mucho al exhibir mis torneadas piernas. No era flaca ni muy gorda aunque debía eximirme de la comida rica en calorías sino quería engrosar las estadísticas del gobierno sobre la población obesa.
Suelto un gruñido que provocaría las quejas de mi madre ante un comportamiento tan masculino. Era muy frustrante para ambas lo distintas que somos, el amor no faltaba, pero ella deseaba que sentara la cabeza y yo que mi madre fuera un poco más flexible.
Peleó con el vestido tratando de estirar la tela y lograr algo de soltura cuando mi madre entra a la habitación y me observa con una mirada algo resignada.
—Ten —susurra con desaprobación— sabía que no seguirías mi consejo y fui de compras por ti —observó la bolsa en su mano y reconozco el nombre de la marca de ropa de la cual son adeptas mi madre y mi hermana.
—No entiendo porque debo asistir a esa entrevista cuando mi padre ya se aseguró de conseguirme el puesto con su jefe —afirmo tomando resignada la bolsa.
—Necesitan conocerte personalmente, a pesar de tus excelentes calificaciones y la referencia de tu padre, el colegio tiene bajo su cuidado a los hijos de algunas de las familias más prestantes no sólo de la ciudad sino también del país.
—Por Dios, mamá. Voy a manejar el archivo y sacar copias —respondo frustrada bajando la cremallera de mi vestido.
—Por favor, Alexa. No hagas las cosas mas difíciles y pon de tu parte.
—Tenía un buen trabajo mamá, aunque no les gustara ni a mi padre ni a ti. Solo estaba esperando terminar la carrera para buscar un trabajo acorde a mi profesión.
—Alexa, el ambiente no era el mejor y tienes que admitirlo, tu padre no paga tus estudios para que termines trabajando en un sex shop, liandote con cualquiera.
—No soy una promiscua, mamá. Lo que pasa es que mi padre y tú....
—¿Nosotros, qué? —Me interrumpe mi madre— ¿somos un par de viejos anticuados? —Disculpanos, hija — pronuncia con sarcasmo— conozco tus ideas liberales, pero estamos hartos del desfile de "novios" de los últimos dos años y de tus salidas los fines de semana, y si no estás de acuerdo, ya sabes lo que tienes que hacer —pronuncia antes de marcharse de la habitación.
—Lo sé, mamá, claro que lo sé —digo en voz baja, el ultimátum de mi padre no daba lugar a dudas o cambiaba mi estilo de vida o me marchaba de la casa y aunque la paga de mi trabajo era muy buena, no alcanzaba para cubrir los gastos de la universidad, mi alimentación y el arriendo de un Apartamento. Mis padres me tenían en sus manos y no me quedaba más opción que someterme a sus condiciones.
Veinte minutos más tarde mi madre me recuerda la hora y termino de arreglarme a prisas. Tomo un taxi y le indico al chófer que se dirija a uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Me sumerjo en mis pensamientos hasta que el taxista se estaciona frente a una moderna construcción, bajo del taxi y me acerco a la entrada del colegio donde le informo a uno de los guardia de seguridad que tengo una cita con la asistente del rector, toman mis datos para verificar la información y después de unos pocos minutos uno de los guarda me guía por varios pasillos hasta llegar al área administrativa.
A pesar de mis recelos debo admitir que la entrevista transcurre en un ambiente afable y distendido, la asistente del director se muestra encantadora y alrededor del mediodía abandono las instalaciones con la copia de un contrato de trabajo firmado y el compromiso de estar al siguiente día a primera hora para comenzar el proceso de inducción.
Llamo a mis padre para avisarles que obtuve el empleo y me dirijo a un centro comercial a adquirir ropa de oficinista. Tengo que luchar con el deseo de comprar ropa entallada, sexi y colorida en vez de adquirir una aburrida en insípida vestimenta que no enseñe piel de más y me otorgue una imagen profesional.
Al día siguiente estoy a primera hora en el colegio, escucho atenta las instrucciones de la persona a quien voy a reemplazar y empiezo la tediosa tarea de revisar la documentación pendiente por archivar. Después de un par de horas de ordenar el archivo y fotocopiar un material para las profesoras de preescolar me topo de repente con un par de ojos grises, frente a mi escritorio se encuentra un pequeñuelo de alrededor de 6 años quien me observa fijamente sin omitir palabra.
Me apresuro a hablar extrañada por la actitud del pequeño, temiendo que se haya extraviado de camino al salón.
—Hola, ¿Qué haces aquí?, ¿ estás perdido? ¿cuál es tu salón? ¿necesitas que te lleve a clases?
—Eres bonita, aunque hablas mucho y un poco gorda.
—Gra… gracias —respondo sin saber si debo sentirme halagada o insultada.
—¿Cuál es tu maestra?
—Estoy en la clase de la señorita Torres, de primero B.
—¿Necesitas que te lleve de regreso?
—No, ¿puedo venir a visitarte, otro día?
—No creo que sea correcto, tu debes permanecer en tu salón de clases. Además estoy segura que los alumnos no deben ingresar al área administrativa.
—Por favor….
—No, ambos podemos meternos en problemas —pronuncio con voz firme.
—Ok —acepta con resignación y después de mirarme dudoso se marcha.
Regreso a la aburrida tarea de archivar hasta que el reloj marca la hora de salida, tomo el bolso y me marcho por fin a casa.
Las semanas transcurren lentamente y tal como sospeche mi trabajo no conlleva mucha emoción con excepción de los momentos en que un par de ojos me siguen con la mirada, casi siempre a la espera de ver mi reacción ante sus sorpresivos regalos.
La primera vez encontré en mi escritorio una pequeña caja con una nota escrita en una hoja de libreta, la letra pertenecía evidentemente a un niño pequeño, traía un hermoso dibujo, seguido de la pregunta ¿quieres ser mi amiga?