“¿Es tan malo, entonces, ser incomprendido? Pitágoras fue incomprendido, y Sócrates, y Jesús, y Lutero, y Copérnico, y Galileo, y Newton, y todo espíritu puro y sabio que alguna vez tomó carne. Ser grandioso es ser incomprendido”.
Self Reliance (Ralph Waldo Emerson, 1841)
Corría el año de 1817. La princesa Charlotte de Gales, heredera del trono británico, daba a luz a su primer hijo. Todo parecía marchar bien; su querido esposo Leopold, nervioso por la situación, era calmado por los médicos que le aseguraban buenas nuevas.
Sin embargo, no fue así.
En la madrugada, la princesa Charlotte dio a luz a un bebé, muerto. Horas después, ella falleció en los brazos de su esposo. La noticia se difundió por todos lados: la amada princesa, la heredera legítima al trono inglés, había muerto.
Aunque significó tristeza y luto para el reino, su fallecimiento dio inicio a una carrera por la corona. El rey George IV, padre de Charlotte, moriría en 1830. Su hermano, el príncipe William, lo sucedió como rey; sin embargo, murió siete años después. No tuvo descendencia, a pesar de los muchos intentos. Con su muerte en 1837, el siguiente en la línea de sucesión era su hermano el príncipe Edward, pero este había muerto hace casi veinte años. Su única hija, como su heredera legítima, lo sucedió.
Y así, Su Majestad la Reina Victoria se convirtió en una de las soberanas más aclamadas de todos los tiempos. Y así, empezó una de las mejores épocas del Reino Unido: la era victoriana. Su reinado duró desde 1837 a 1901, año donde falleció.
La historia que están por leer empieza en el año 1870. Se mostrarán diferentes hábitos, hechos y personajes de la época, contados por nuestros tres protagonistas: Juliette, Jacques y Camil Wilford.
Así que, acomódense y prepárense. Nuestra travesía está por empezar.