Los grandiosos Wilford

1. Los Wilford

Marzo de 1870. Londres, Inglaterra.

 

Si alguno caminara a través de las elegantes calles de Kensington y se detuviera unos pasos frente a la mansión Wilford, habría escuchado una hermosa canción interpretada con agilidad digna de los mayores músicos de la historia. Uno pensaría, tal vez, que se trataba de esos nobles eruditos o, quizá, de algún nuevo prodigio de la música. 

En realidad, el pensamiento no estaba del todo errado, puesto que sí se trataba de una persona de buena cuna. Sus oídos se deleitaban con la música de Lady Anne Juliette Wilford. 

Anne Juliette, mucho más conocida como Jules, tenía un gran futuro por delante.

A sus cortos dieciséis años, había sido elegida como una de las alumnas principales de la Real Academia de Música de Londres. Había participado en diferentes concursos de interpretación musical. Estaba volviéndose una gran compositora. Su futuro parecía solo engrandecerse. Junto a la compañía adecuada, Jules llegaría a ser grande en el mundo de la música.

A sus cortos dieciséis años, sabía, gracias a las cartas de sus conocidos, que su nombre había tomado gran peso en la sociedad inglesa. Ser reconocida por la Academia de Música fue el detonante de su extraña fama.

A sus cortos dieciséis años, debía ocuparse de sus hermanos. La situación familiar de los Wilford siempre había sido complicada. La parte irlandesa de la familia había roto lazos con su padre cuando este aceptó la nobleza dada por la reina. Así, con la muerte de sus padres, Jules tuvo que velar por sus hermanos menores. Debía forjar una nueva reputación ante las fauces de la nobleza británica.

Tal vez, todo esto sería muy agobiante para alguien tan joven, pero Jules Wilford ya estaba muy acostumbrada a su situación. Maduró mucho más rápido que otras jovencitas de su edad. Había formado un carácter frío y estricto. Tiempo después, decidió aislarse de otros, algo muy hablado entre los chismes de la nobleza y la razón por la que no tenía muchos amigos. Sin embargo, todo esto no era de importancia para Jules, pues solo había algo por lo que ella se preocupaba: sus queridos hermanos.

Si alguno le preguntara a Jules que es lo que más deseaba en el mundo, ella respondería, con toda seguridad, que deseaba vivir en un mundo donde sus hermanos y ella no debieran preocuparse por un mañana, viviendo felices, seguros y amados por su familia.

Pero no podía darse el lujo de imaginar situaciones irreales.

La clase alta podía ser muy cruel con las familias en las que veían algún problema, como familias a punto de ir a la quiebra, extranjeras o recientemente nobles. Jules había escuchado diferentes comentarios que se decían acerca de la suya. En un principio, cuando era pequeña, todos esos comentarios le afectaban mucho. Con el tiempo, ella aprendió a ignorarlos y en el momento que escuchara un comentario de tal índole, ella trataría de responder con algún comentario mucho mejor e hiriente. Así fue como Jules se ganó el apodo de "La gélida Wilford", aunque a ella no le importaba.

A pesar de los diferentes pensamientos que Jules tenía en ese preciso momento, pudo terminar con gran éxito la hermosa pieza que había estado tocando. Vivaldi era uno de los compositores que más admiraba y su música requeriría una buena técnica de parte del intérprete. Sin embargo, para un músico con años de práctica, tocar tal melodía era como un juego desestresante.

Terminar la pieza musical la hizo sentir mucho más aliviada que antes. Últimamente, estaba muy estresada debido a la carta de un cliente antiguo de su padre que pedía un historial de cuentas pasadas. Su padre había sido un banquero muy respetado que llevaba las cuentas de diferentes nobles. Esa fue la principal razón por la que fue elegido Tesorero Real. Lamentablemente, después de su muerte, todo quedó en un paro y los clientes venían a insistir que se les diera alguna paga o alguna consideración por ser clientes antiguos. Los años habían preparado a Jules ante estas situaciones. Las cartas debían ser respondidas de manera educada, pero frías y tajantes. Si se le antojaba, con algunos insultos escondidos entre las letras. 

Sin embargo, el remitente de la última carta recibida era muy insistente. Esta era la sexta vez que le escribía diciendo que él tenía derecho a una comisión por los años  en que se afilió a la firma Wilford. 

Jules se enfadó muchísimo cuando leyó las cartas. ¡El hombre ni siquiera se atrevía a venir! ¡Era tan solo un cobarde!

La joven se levantó del lugar en donde había estado sentada mientras estaba en su estudio de música. Dio algunas respiraciones profundas para calmarse un poco más. Miró por la ventana y vio que el cielo ya estaba oscureciendo. Esta vez sí que había perdido la noción del tiempo. Había empezado a practicar desde el mediodía y sin darse cuenta, ya había anochecido. Tenía que ir a buscar a sus hermanos, seguro ellos ya estaban preocupados por ella. 

Después de limpiar y guardar su hermosa flauta de madera, Jules salió de la sala de música y se dirigió hacia el comedor. La mansión Wilford era muy hermosa y grande. Tenía muchas habitaciones, un gran jardín, una gran biblioteca; no se podía pedir más. Aunque en un principio le costó mucho acostumbrarse a este nuevo hogar, ahora ya lo conocía como la palma de su mano.

Cuando llegó al comedor, la mesa ya estaba preparada para la cena. Ella saludó a cada una de las criadas allí presentes y estas le devolvían el saludo de manera sincera. Luego, Jules se sentó y empezó a comer la deliciosa sopa que tenía enfrente. No comía tan rápido, pues esperaba que sus hermanos llegaran pronto.




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