Los grandiosos Wilford

2. La ceremonia real del Príncipe de Gales

 

16 de Abril de 1870. Londres, Inglaterra

¿Por qué tuvo que aceptar la invitación a la fiesta? ¿Por qué? ¿Por qué?

En un principio, todo parecía fácil. Había tenido más de tres semanas para alistar todo y pensó que sería suficiente. Sin embargo, a unas pocas horas de la fiesta de su primo, sentía que no estaba ni un poco preparada para esto.

Los jóvenes pensaban que no sabía el sobrenombre que le habían dado. "La gélida Wilford" era una muchacha que no se inmutaba por nada, no sentía miedo ni nervios, no sonreía ni lloraba.

Si la vieran ahora, se retractarían de todas sus palabras.

—Señorita Jules, Dios mío, ya deje de estresarte. ¡Está preciosa!

De inmediato, el rostro de Jules mostró una pequeña sonrisa dirigida hacia Nora. La joven doncella a su nombre nunca había tenido miedo de expresar sus propios sentimientos. Lo que pensaba, lo decía, y eso le encantaba a Jules.

—Deberá estar atenta a cada conversación.

—Lo haré, Nora. Lo haré —prometió Jules con un tono divertido.

Nora asintió y siguió alistándola. Jules aprovechó para mirarse en el espejo a su derecha.

Era de conocimiento común dentro de la casa que Jules tenía un sentido nulo de la moda. Las otras mujeres de la mansión parecían estar en la misma situación. Cecily se dedicaba a "cosas más importantes que vestidos". Charity y Millie tampoco lo sentían una prioridad. Y ni hablar de Beth; ella siempre parecía estar más interesada en hablar con el señor Bell, el mayordomo de sus hermanos. Así que, a la única que le podía confiar esta tarea era a Nora. A la joven le encantaba salir todos los días a hacer las compras para la casa y de paso chismear con otras criadas. Era la más enterada de las tendencias de la sociedad.

Y la muchacha tenía talento. Nora había elegido un vestido hermoso. Era celeste, muy elegante, un regalo que su tía Victoria le concedió cuando Jules le informó que iría al cumpleaños de Bertie. Y no podía estar más agradecida con su tía al seguir sus indicaciones ("Un vestido pastel, primaveral, cómodo"). El peinado, por el contrario, había sido elegido por Cecily, ignorando las súplicas de Jules y Nora. "Una dama de sociedad no puede presentarse con el cabello suelto. ¡Menos con este color rojo tan llamativo!", les había reprendido la ama de llaves. Así que Nora tuvo que realizar un elaborado peinado, con trenzas por doquier, pero que terminaba hermosamente en un moño medio-alto. Al menos era bonito, Jules no tenía quejas.

—¿En serio no quiere que aplique ningún polvo? —preguntó Nora.

—No, gracias. Sabrá Dios lo que contienen esos productos. —Jules miró con asco los envases de polvo y maquillaje que Nora había comprado—. Madre decía que sus componentes químicos dejaban mucho que desear.

—Bueno, tendré que obedecer a su madre, señorita Jules.

Nora se alejó y le indicó que se pusiera de pie. Así, Jules se acercó al gran espejo de su habitación. Mirando todo el conjunto, el peinado más el vestido, ella no pudo evitar dar una sonrisa altiva. Realmente se veía presentable.

—Faltan los guantes, señorita.

—Me los pondré al final, Nora —le dijo. Luego, la tomó del brazo con dirección hacia la puerta de la habitación—. Vayamos a la sala de estar. Quiero ver a mis hermanos.

Ambas bajaron las escaleras entre risas nerviosas por la noche. No encontraron a nadie en la sala de estar, así que decidieron ir a la cocina de la casa. Cuando llegaron, no pudieron evitar reír más con la vista.

Camil, elegantemente vestido, trataba de esconder algo envuelto en una servilleta dentro de su bolsillo. A su lado, Charity lo apuraba mientras envolvía otra cosa.

—¡Jules! —exclamó Camil, mientras que sus manos se ubicaron detrás de su espalda, tratando de esconder la servilleta. Su cara se veía un poco nerviosa.

—Oh, nos demoramos mucho —dijo Charity.

Jules se acercó a Camil, aún riendo, y le dio un suave beso en su frente. Luego se paró frente a él, examinándolo.

—Dios mío, te ves bien, Camil. Y pensar que creí que nunca te vería con vestimentas tan elegantes. —Jules se acercó más a su hermano y jaló su brazo. Ahí vio lo que tenía en la mano. Eran varios bocadillos escondidos dentro de un pañuelo—. Y Charity te ayudó con esto.

—Debe entender, señorita. —Charity se acercó a ambos hermanos y posó sus manos sobre los hombros de Camil—. No voy a permitir que mi joven amito se muera de hambre durante toda la noche.

—Sí, Jules. Tía Victoria siempre ofrece comida agria y sin sabor. Solo quiero llevar algunos dulces.

El niño alejó su brazo de su hermana, acercándose más a la siempre protectora Charity, y se guardó los dulces en su bolsillo. Nora rio y Jules solo negó con la cabeza.

—¿Sabes qué? No importa. Te lo permitiré. —La cara de Camil se iluminó con una sonrisa—. Ahora, ¿dónde está Jacques?

—Con el señor Bell, lo más seguro —expresó Charity.

—Ambos querían hablar a solas —añadió Camil—. Parecía importante.

—Oh, sí van a verlos, ¿pueden decirle a Millie o Beth que vengan a ayudar? Estos platos no se lavarán solos.




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