Los grandiosos Wilford

3. La familia real

 

Jules estaba estática, incapaz de moverse.

Ahí estaba él. Un joven por el que varias señoritas suspiraban y soñaban con ser desposadas. Jules, a diferencia de las jóvenes de su edad, no había pensado aún en matrimonio; sin embargo, él la había dejado impresionada desde hace unos años. El joven siempre trataba de llamar su atención con sus ingeniosas bromas, sus charlas tan cultas y sus ricos conocimientos. Un joven que no tenía nada que envidiar a otros.

—¡Jules, despierta!

Ay, no. Había estado perdida en sus pensamientos otra vez. Cómo odiaba ese hábito.

—Jules, ¿estás bien? No nos respondías —le preguntó Jacques.

—Ah, sí, estoy bien. Lamento no contestarles. —Vio la mirada preocupada de sus hermanos—. No pongan esas caras, solo me quedé un poco sorprendida al ver a nuestros primos. No los veía tan formales desde hace años.

—Si tú lo dices —dijo un poco desconfiado Camil—. Beatrice se ve rara con ese vestido. Entendible, ya es mayor.

—Tiene trece, Camil —mencionó Jacques.

—Eso dije, mayor.

—Silencio. Creo que la reina hablará.

Los tres, más bajos que los adultos, lograron ubicarse en primera fila. Para la sorpresa de Jules, terminaron al lado de la familia Spencer. Al lado de Elise, para ser más específica.

—Dios quiere que estemos juntos. —Elise susurró cerca a ella.

—O simplemente es coincidencia —respondió Jules, sin apartar su mirada de los príncipes.

—Escuché —“Obviamiente la chismosa Elise”— que ninguno de los príncipes ha tenido reuniones para posibles compromisos. Solo un pequeño rumor entre el príncipe George y la princesa Friederike.

—Es falso —corrigió Jules—. Albert no tiene interés en casarse con una prima hermana.

Su amiga se enmudeció por un momento. Tal vez estaba conmocionada con la información, o insultada. Jules sabía de los diferentes intentos de compromiso que los padres de Elise querían concertar con primos. O de la idea más nauseabunda de casarla con su tío Charles.

—Es muy apuesto, ¿no? —Elise preguntó de repente.

Jules no había apartado su mirada de los príncipes.

—Sí —respondió sin pensar—. Espera. ¿Quién? ¿Qué preguntaste?

Elise rio y estaba a punto de hablar cuando sonaron nuevamente las trompetas. Eso indicaba que todo el salón debía estar en silencio; la reina Victoria daría su discurso. Jules estaba emocionada y Elise también. Ambas se tomaron de las manos para calmar el entusiasmo de la otra. A pesar de los muchos años sin verse, Jules no pudo estar más agradecida de que su amistad siguiera siendo fuerte.

Su vista dejó a los príncipes y se desvió hacia su tía. Jules la admiraba muchísimo. Todo el país la admiraba y le tenía respeto. Amaba su gran carácter, su mano firme la cual había guiado al país en momentos difíciles. Amaba sus decisiones, como salvar a sus sobrinos del tiránico Duque de Sajonia, como salvarla a ella y a sus hermanos. Sabía que varios parlamentarios habían exigido que la reina volviese a casarse, pero esta había rechazado la propuesta y aseguró que se mantendría viuda durante toda su vida.

La reina llegó al pequeño estrado preparado para la ocasión, pero no tomó asiento. Sus hijos se pararon a su lado. Entonces, su tía comenzó el discurso de inicio.

—Sus Majestades y Sus Altezas Reales. Lords y Ladies. Señores más distinguidos.

» Es grato el día que presenciamos hoy. Es grato también que Dios nos haya concedido estar reunidos aquí. Es más grato para mí que se trate de una ocasión tan especial como lo es el cumpleaños de mi hijo.

» Reino Unido no puede estar más agradecido de su futuro rey. El Príncipe de Gales no se ha demostrado solo a los más cercanos, sino a todos ustedes. Valiente, decidió ser parte del Ejército y destacó en todo lo que se le presentó. Responsable, nunca faltó a ninguna de las sesiones del Parlamento cuando se le llamó y sus sugerencias solo muestran su maravillosa sensatez. Leal, ha estado siempre para su familia y siempre ha ofrecido su ayuda, tanto para sus hermanos como para mí. El Príncipe de Gales demuestra todo lo bueno de nuestro reino. Representa un futuro glorioso y esperanzador. Representa la roca en la que su pueblo se apoya.

» No puedo evitar mencionar al Príncipe Consorte, mi querido Albert, quien fue el primer maestro de mi hijo. Le dio las bases para empezar y le enseñó lecciones que perdurarán toda su vida. Estoy segura de que nunca se olvidará de lo aprendido, de la importancia del deber con el reino, con sus súbditos.

» Es mi deseo, hoy, que sigas conservando buena salud y bendiciones por parte de Dios. Se lo pido todos los días y sé que Él no me ha defraudado. Es también mi deseo que recibas este presente. Fue diseñado hace mucho tiempo y ha estado esperando la ocasión perfecta para ser entregado. Creo, mi hijo, que ha llegado el día.

Entonces dos mujeres, que la reina presentaría como la Duquesa de Argyll y la Marquesa de Westminster, se acercaron con una enorme caja. El fino moño dorado que la envolvía fue desenredado y la tapa fue retirada.

Aunque nadie se lo indicó, el príncipe se arrodilló rápida pero elegantemente al ver lo que su madre tenía en sus manos. Era una corona, no como la de la reina, la cual todos conocían por salir impresa en miles de periódicos y estampillas. Esta corona era más simple y pequeña. La flor de lis destacaba en la punta y un arco dorado la sostenía. El resto era un entremezclado de fino rojo y blanco. Había pequeñas joyas alrededor de la corona, entre rubíes y esmeraldas, según pudo identificar Jules.




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