Unos minutos antes.
—¿Por qué siempre me ignora cuando está con él?
—¿No sería una bendición, Camil? —expresó Louise junto a él—. Al menos Jules estará distraída con Edward y no tendrás que preocuparte por sus regaños.
Bueno, Louise tenía razón.
Observó a Jules y Edward en medio del salón. Al parecer, bailarían. Camil se rio ante el pensamiento. ¿Jules, bailando? Era extraño.
Extraño también era el presentimiento de que alguien lo estaba observando. Curioso volteó hacia esa dirección. Ay, se había olvidado de Alexander. El príncipe no se había movido de su lado, obediente a lo dicho por su prima.
—Esto dará un gran escándalo en unas horas —pensó en voz alta Louise. El vals ya había empezado y su hermana bailaba junto a Edward.
—¿Un escándalo? —le preguntó.
—Por bailar juntos —agregó la princesa Friederike, inexpresiva como siempre—. Imagina lo que dirán: un príncipe bailando con una gentry.
—Rieke, discúlpate —reprendió Louise, lo que hizo que Friederike solo fijara su mirada a otro lado.
—Solo informaba, prima.
No era una disculpa. La princesa Friederike, en la experiencia de Camil, siempre había tenido un carácter especial.
—¿Está mal ser un gentry? —preguntó Camil.
Muy pocas veces había escuchado ese término. Sin embargo, aquellas contadas veces siempre habían sido dirigidas hacia su familia. Como niños que eran, no habían entendido la palabra hasta que el señor Valliere los sentó en la sala principal y les aseguró que no se trataba de un insulto.
—Un honor, se podría decir —les había explicado—. Un gentry es aquel que se ha ganado el favor de tantos que puede pasar como nobleza.
—Pero ya somos nobleza —fue lo que respondieron—. Papá era un barón y ahora Jacques lo es.
—Es verdad, pero antes de su padre, no había títulos en su familia. Eran reconocidos por su dinero como terratenientes.
Así que, Camil no comprendía muy bien cual era el problema.
—No hay nada malo en eso, Camil —explicó Louise—. No es a lo que me refiero, sino a tu hermana bailando frente a todos, cuando aún no ha sido presentada en sociedad.
—Ah —exhaló la princesa Friederike—. Era eso. Entonces, realmente habrá un escándalo.
—Pero no se puede negar lo obvio, ¿no lo creen? Son tan lindos juntos, como complementos en la música —suspiró Louise.
—Como dos personas, más bien. Ellos no son instrumentos —expresó Camil.
Louise solo rio ante su comentario.
—Oh, pequeño Camil. Te falta mucho por aprender. —Louise buscó con su mirada a alguien. Seguro se trata de Beatrice, quien no estaba con ellos. Estaba con su madre la reina, quien hablaba con otros nobles—. Rike y yo debemos retirarnos. Vicky se aburrirá si no tiene compañía.
Y así, Louise se fue, seguida de la princesa Friederike. Esta última daba algunas miradas hacia ellos mientras se alejaban.
—Bueno —suspiró Camil. Volteó para ver a Alexander, quien tenía la vista fija en el camino donde desapareció su hermana—, solo quedamos tú y yo.
El príncipe volteó a verlo. Su rostro no mostraba expresión alguna. Tampoco parecía hablar.
—¿No me dirás algo? Sé que no eres mudo.
Pero el príncipe mantuvo su silencio. Sus ojos fijos en los suyos; ojos raros, como siempre habían sido. El joven mismo era raro, decidiendo usar un ojo de vidrio diferente al color natural del otro. Camil sabía que algo había ocurrido en la infancia del príncipe para perder el ojo derecho. Desde que lo conoció, siempre había usado un ojo de vidrio.
—Bien —murmuró para sí mismo.
Tomó al príncipe por la manga de su traje y lo dirigió fuera del salón. El joven parecía odiar a toda la multitud —en algo se parecía a Jacques—, así que lo mejor que podía hacer Camil era darle paz. Además, sería una muy buena excusa para encontrar a su hermano.
El pasillo había sido el mismo por donde Camil había visto que Jacques desapareció. Sí, sabía por donde se había ido su hermano, pero no quería que Jules se enojara, por eso le había mentido.
—Es de mala educación no responder, ¿sabes? —le dijo al príncipe—. Al menos di sí o no.
Para su sorpresa, el príncipe obedeció.
—Lo siento —susurró.
Su voz era muy tranquila, sin reflejar el nerviosismo que había en su rostro. También era pequeña, una vocecita que parecía más aire. Lo hacía parecer menor a Camil, cuando el príncipe era incluso mayor que Jacques, o eso creía.
—Es un avance —respondió Camil alegremente—. El señor Valliere, el mayordomo de mi hogar, siempre nos regaña cuando no respondemos con palabras. También lo hace mi hermana mayor, pero el señor Valliere da más miedo. ¿También conoces a alguien así? Seguro que varios. Vivir en un palacio debe ser tenebroso.
El príncipe en ningún momento hablaba, pero parecía estar muy atento a su conversación, porque asintió a lo que dijo Camil. Los pasillos parecían vacíos aunque iluminados.