Los grandiosos Wilford

7. La mansión Wimbledon

 

Mediados de mayo de 1870. Londres.

Elise Spencer era una persona muy insistente. Podía hasta ser molesta cuando tenía un objetivo pactado; Jules era testigo.

Las cartas llegaban diariamente, casi tres veces por día, a la mansión Wilford. Todas tenían la misma invitación: “Ven a mi casa en Wimbledon. Estaré organizando una tarde de té”. No era un pedido, era una orden que esperaba una confirmación. Jules no había respondido y eso justificaba la gran cantidad de cartas.

No quería ir, en realidad. Había muchas razones.

Como el baile en la ceremonia de Albert. Jules había sido una tonta. Una gran tonta. No pensó en ese momento. Fue como si, al ver a Edward, toda su mente se hubiera puesto en blanco y solo se dejara guiar por él. Y bailaron tan hermosamente.

Pero, por supuesto, todos los vieron. Era un príncipe bailando con la hija de un barón. Lo peor de todo era que Jules ni siquiera había sido presentada en sociedad. Era, por así decirlo, una desconocida para los invitados. No, eso no era verdad. El escándalo se dio porque, después de años de no presentarse en ninguna reunión social, Jules había aparecido de la mano del príncipe y bailando. Sonaba loco, de hecho.

Sin embargo, aunque su nombre apareció en muchas de las conversaciones diarias de los jóvenes ingleses, este no era el problema principal para Jules.

Había recibido una carta de su tía. Larga, con diferentes temas que su tía le gustaba contarle, pero una de las secciones fue lo que golpeó a Jules. Su tía le había dicho que ya era hora de que Jacques dejara las instrucciones en casa. Que ya era hora de que su hermano conociera a otras personas.

“Lo he mencionado tantas veces en nuestras cartas, querida Jules, porque creo que es necesario. Me preocupo por ti y por tus hermanos. Por eso no puedo dejar que Jacques sufra lo mismo que mi querido Albert. Vi cómo mi esposo vivió un rechazo social y cuánto lo afectó. No puedo dejar que lo mismo ocurra con Jacques, quien podría ser considerado hasta un extraño para nuestro mundo.”

Su tía tenía razón. Si seguían viviendo aislados, traería consecuencias en el futuro de Jacques y Camil. Jules nunca podría arruinar eso. No le quedaba más opción que obedecerla y enviar a Jacques a un internado. En la misma carta su tía mencionó diferentes escuelas, recomendadas por el general Grey, el constante secretario de la reina.

Jules suspiró. Sentada en el escritorio de su habitación, tomó pluma y tinta para empezar a redactar dos cartas: una para Elise —solo era una oración: Envía la fecha— y una para la reina.

Mi querida tía:

Le agradezco muchísimo su última carta. No sabe cuánto me ha hecho reflexionar sobre mi situación actual.

Que mencione a su amado esposo me hace comprender la estima que me tiene. No tengo dudas de que el príncipe Albert era alguien bueno, y me entristece saber que sus primeros años aquí en Inglaterra fueron grises. Sé muy bien que esta sociedad puede ser malvada. Lo sé, querida tía.

Usted sabe cuánto amo a mis hermanos. Camil siempre será mi alegría eterna; mientras que Jacques es mi orgullo. Sé que Camil destacará, ya sea por su apellido o por su carisma, pero lo hará. Conseguirá amigos rápidamente. Por esa razón, él no me preocupa. Pero Jacques es otro caso. Mi hermano tiene catorce años, una edad donde ya debería ser conocido por otros. Y, sin embargo, no es así; todo por mi culpa.

Mi reina, no soy ajena a lo que he hecho. Cuando la conocí por primera vez, usted me prometió que me guiaría en la sociedad, pero rechacé su ayuda. Me arrepiento tanto.

Dice que el príncipe Albert fue rechazado en un principio porque no conocía a nadie y porque había sido un poco tímido. Es comprensible. Cambiar de vida en un santiamén también me aterraría. Pero no quiero que mi Jacques sufra lo mismo.

Esta vez, mi estimada tía, no me negaré más y aceptaré su ayuda. Deseo que agradezca al general Grey por sus recomendaciones. Aún sigo analizando las opciones y seguiré pidiendo su consejo.

Sus palabras solo me muestran su sincero amor hacia mí. Un amor igualmente correspondido.

Con cariño,

Anne Juliette Wilford

***

Principios de junio.

Pasaron varios días y Jules aún no les decía a sus hermanos sobre su decisión. No quería decirles. Esconderles esa información era una manera de contrarrestar la dura realidad. No quería asistir a fiestas ni a galas, ya sea sola o con ellos, puesto que sentía que le quitaba tiempo que podía aprovechar con sus hermanos. No había querido rechazar la invitación del maestro Bennet, pero realmente sentía que si iba perdería un día entero dedicado a su familia.

Sin embargo, había aceptado la invitación de Elise. Pensó en ello como un problema, algo de lo que estaba obligada a aceptar. Sin embargo, ahora lo veía como una oportunidad, un ejemplo a sus hermanos de que debían cambiar el estilo de sus vidas. Por el bien de cada uno, por el bien de su apellido.

Aunque nadie sabía el motivo real. Todos pensaban que asistiría porque Elise se lo había pedido.




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