Los grandiosos Wilford

8. Los extraños conocidos

 

La boda de Kitty Vane y el príncipe Augustus de Cambridge fue un tema de conversación que duró meses en los hogares ingleses. Incluso Jules, quien no se interesaba tanto en los chismes, no pudo evitar su curiosidad. Junto a sus hermanos, había esperado las cartas de Elise, prima de ambos novios. Ella tenía todos los detalles.

Así fue como Jules entendió mejor quién era Kitty Vane. La única hija del que fue el Duque de Cleveland, uno de los hombres más ricos de Reino Unido. Al morir, dejó como heredera a su hija y ella se volvió una de las mujeres más codiciadas de la sociedad. Sin embargo, se necesitó una excepción a la ley para que todo esto fuera legal; Kitty tenía a su favor a la reina Victoria —su tía siempre había estimado a Kitty Vane y la nombró como la mejor debutante en su presentación de sociedad— por lo que el proceso fue rápido. Aunque hubo un requisito: casarse con un hombre que tenga menor rango que ella.

Para mala suerte del Parlamento, Kitty Vane se enamoró del príncipe Augustus de Cambridge, otro favorito de la reina, por lo que se tuvo que hacer otra excepción a la ley. Así, desde su boda, los esposos Cambridge no hacían más que presentarse como la pareja perfecta de la alta sociedad, siendo invitados constantemente a galas y definiendo modas. 

Jules no lo había pedido, pero ahora estaba en la habitación de Kitty Vane sin ninguna otra persona más. No sabía exactamente qué había hecho para llegar hasta aquí, pero estaba decidida a aprovecharlo. Quería que sus hermanos se adaptaran lo más pronto a la sociedad; y Jules no se quedaría atrás.

—Estoy muy agradecida que haya pedido específicamente mi compañía, lady Kitty.

Kitty Vane la miró, un poco desconcertada, pero luego se rio de una manera inocente y genuina. Por otro lado, Jules se sintió asustada, pensando que tal vez había cometido un error de protocolo.

—¿Lady Kitty? —cuestionó la mencionada entre risas—. Es extraño, solo mi familia me llama Kitty.

Santo Dios, Santo Dios. Jules está arruinada, ¡arruinada de por vida!

—No hay nada de qué preocuparse —tranquilizó la mayor, seguro al darse cuenta de los nervios de Jules.

—¡No lo sabía! Elise siempre la llamó de esa manera y… y pensé que usted… bueno…

—Mi nombre es Catherine, pero estoy acostumbrada a ser llamada Kitty.

—Pero solo por su familia, ¿no es así? Dios mío, por eso Elise la llamaba así. Realmente no sabía.

—También puedes llamarme Kitty, si lo deseas.

¿Acaso había escuchado bien? Jules no era su familia, no era una amiga cercana ni mucho menos una conocida.

—¿Yo? —preguntó, insegura.

—Eres la mejor amiga de Elise, mi prima favorita, y ella siempre ha hablado de ti. No puedo negar que, para mis oídos, tú eres también como una prima pequeña.

—Pero sería injusto para usted —respondió Jules, estrujándose las manos entre sí. Esta era una situación nueva para ella—. ¿Qué ganaría al reclamarme como una protegida? Porque eso es lo que entiendo que está ocurriendo aquí. Yo no puedo darle… nada que usted ya tenga.

Catherine, no, Kitty Vane se dirigió hasta su cama y se sentó suavemente, atenta y cariñosa hacia su gran vientre. Señaló el lado libre a su costado para que Jules la acompañara. Luego, tomó una de las manos de Jules y la acarició lentamente.

—¿Cómo te ha parecido esta pequeña fiesta?

¿Era una pregunta capciosa? ¿Un juicio? Jules dudaba en responder, si es que esto podría definir su futuro o no. Sin embargo, decidió ser sincera.

—Me he visto encantada con la mansión y las decoraciones. Además la cocina-

—No, Jules —interrumpió Kitty, usando un nombre también íntimo—, me refiero a nosotras, a lo que podría representar nuestra sociedad.

—Yo… no entiendo.

—Empecemos otra vez. ¿Qué opinas de Regina?

¿Regina Temple? ¿Por qué debían de hablar sobre ella? 

—Es… una joven peculiar.

—¿Sí? ¿Qué más?

Dudó en seguir, pero los azules ojos de Kitty la hacían sentirse presionada.

—No quiero que justifiques algo que no se puede. Regina es mi amiga y la estimo, pero reconozco que no es perfecta —confesó Kitty.

—Nadie es perfecto —apoyó—. Hasta los más nobles pueden hacernos enojar.

—Hablas por experiencia —rio Kitty y Jules se vio contagiada—. En realidad, entiendo a Regina. Somos amigas porque nos comprendemos: hijas de madres que murieron prematuramente; sin embargo, su padre volvió a casarse. Sé que ella sigue resentida por ello.

—Pero no justifica su odio a la señorita Rothschild.

—Te diré un secretito, Jules. La señorita Rothschild es judía.

—Eso lo sé, pero no entiendo qué tiene de relación.

—La madrastra de Regina también es judía. El casamiento de Lord Palmerston con una joven judía fue una de las razones por las que perdió las elecciones al Primer Ministro.

Oh, Jules también conocía sobre ese suceso; su tía Victoria le había informado. Lord Palmerston era el candidato favorito de muchos y también de su tía. Sin embargo, su popularidad también dio paso a una investigación de su vida privada. Se supo que su segunda esposa era judía, aunque había renunciado a esa creencia, y que se creía toda una noble de gran cuna. No favoreció para nada a Lord Palmerston, quien se vio vencido por el ministro Gladstone.




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