Los grandiosos Wilford

9. El camino a casa

 

—Realmente me gustaría casarme pronto. ¡Justo ahora, si Dios lo permite!

—Dora, cumpliste diecisiete hace pocos meses.

—Lo que significa que estoy cerca de los dieciocho.

Casi todas las jóvenes en la mesa se rieron ante la terquedad de Eudora Grey. Casi todas. En cambio, Jules solo miraba la taza frente a ella, sin haber sido tocada en ningún momento y con el líquido frío por la espera. Ni siquiera alzaba su rostro o mostraba interés en querer unirse a la conversación. No. Jules aún seguía pensando en lo que Kitty Vane le había revelado.

—Tu hermana se casó a los veinte —dijo la señorita Gladstone—, Lady Darlington se casó a los veintiuno.

Lady Darlington, otra manera de llamar a Kitty Vane. ¿Siempre debían mencionarla?

—¿Por qué tanto entusiasmo en contraer matrimonio, Eudora? —preguntó Elise.

Esta última parecía no haber notado el estado perturbado de Jules. Elise volteó para, seguramente, pedirle su opinión e incluirla en las conversaciones; pero Jules solo la miró de reojo, aun con un semblante inexpresivo.

—¿Por qué no debería emocionarme? —expresó Eudora—. La vida es corta para muchas. Yo quiero vivirla ya: quiero conocer a alguien, enamorarme, casarme y tener muchos bebés.

Elise tomó una de las manos de Jules. La apretó suavemente para llamar su atención. Funcionó, pues Jules levantó el rostro y observó la mesa con las invitadas atentas a su anfitriona. Eudora Grey estaba feliz; Helen Gladstone parecía satisfecha con su pupila, Alice Roberts mostraba mucha concentración; Regina Temple parecía querer hablar en ese instante; y Jane Campbell solo observaba.

—Hay algo en tus palabras en lo que puedo coincidir —habló Elise y Jules atendió—. También me gustaría casarme por amor. ¿No lo cree así, lady Jane?

Así que Elise todavía no se recuperaba. Aún era reciente el plan que los padres de su amiga habían querido concertar y el cual fue rechazado al instante. Elise y su tío Charles nunca podrían casarse, porque ninguno habría querido infelicidad para el otro, porque ambos se veían como hermanos, o porque Charles Spencer ya estaba locamente enamorado de lady Jane Campbell.

La mencionada, quien también había estado perdida en sus pensamientos, miró a Elise de inmediato. No había expresión fácil de leer en su rostro. Jane Campbell respiró ampliamente, como si estuviera tomando fuerzas para opinar o, simplemente, para hablar por primera vez en la tarde.

—Lady Elise Spencer es una persona muy sabia —comentó lady Jane— y no se puede negar que siempre ha tenido el apoyo de su familia. Ellos siempre la consideran en sus decisiones.

—Mn, los padres siempre deben velar por sus hijos. Es su deber —coincidió Elise, aunque pensativa.

Jules podía asegurar que Jane Campbell se tensó aún más con el comentario de Elise. Sabía que había una capa oculta en esas palabras; sin embargo, Jules no conocía qué asunto cargaba la joven hija de los Duques de Argyll.

—Si me permite opinar de manera franca, solo estaríamos hablando de un pequeño porcentaje de nuestra sociedad.

El comentario sincero de Alice Roberts hizo que todas las miradas se posaran en ella. Que la nueva joven de sociedad hablara hizo que captara toda la atención de Jules.

—Algunas no tienen suerte en elegir —continuó— y están destinadas a un futuro triste. Me ha tocado visitar mujeres así, cuando aún vivía en Worcester.

—¿Y usted? —preguntó Elise.

—Madre aún no supera la muerte de padre. Ambas aún lloramos la muerte de mi hermano. Para ella, es inimaginable separarme de sus brazos. Realmente, no creo que vaya a casarme alguna vez.

Alice sonrió, aunque de manera triste, lo que hizo que todas la miraran con compasión. Jules no sabía qué sentir. Ella no tenía una madre que le dijera qué hacer. No. Su tía podía tomar ese lugar, pero ella solo la aconsejaba. Cecily y todo el personal de su hogar podrían haber sido algo parecido a sus progenitores; sin embargo, ellos nunca se ponían en contra de sus decisiones.

—No me den esas miradas —rio suavemente Alice—, estoy acostumbrada a mi vida. Hoy quiero escuchar las suyas. ¿Por qué no continúa, señorita Wilford?

—Ah.

¿Continuar? ¿Qué debía decir?. Miró nerviosamente a Elise, pero ella solo le dio una sonrisa, alentándola a continuar.

—No estoy en contra de un matrimonio, como lo había expresado en un inicio —dijo mientras miraba a Eudora Grey—, pero realmente deseo estudiar música. Yo… realmente lo deseo.

Esa última oración lo dijo como un susurro, como si una estrella fugaz hubiera pasado y Jules hubiera pedido su más grande deseo.

¿Sabes que no tendrás nunca aquí? Un título que te nombre como música.

—Pero, no te entiendo —expresó Eudora, su mayor cuestionadora—. ¿Qué ganarías con un título? Tienes dinero, tienes reputación. ¡Tienes el favor de la reina!

Eudora Grey había llegado a un punto en el que la paciencia de Jules iba a explotar. Podía tener en gran estima al general Grey y a su familia, pero la joven no guardaba ninguna crítica, ninguna opinión, ya sea grosera o solo brutalmente sincera. 




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