Los grandiosos Wilford

10. El amor de hermanos

 

—¡Insensatos! ¡Inconscientes! ¡Son tan irresponsables! —Jules no paraba de gritar mientras caminaba de lado a lado en la gran sala de la mansión.

Después de que Jules les hubiera gritado fuera de la mansión, ella no pudo aguantar su enojo. Agarró a los dos niños del cuello y los arrastró hasta la casa. Oliver, de manera sigilosa, también entró con ellos.

—Pero, hermana, mira el lado bueno. ¡Regresamos! —trató de animar Camil, ignorando las señas de Jacques para que se callara.

—¡Mírate! —vociferó y su rostro estaba rojo de cólera—. ¡Mira tu mano! ¡Mira la venda!

En efecto, la venda ya mostraba sangre. La herida seguía abierta, y más los movimientos infantiles que Camil no pudo aguantar durante todo el paseo habían hecho que volviera a sangrar.

—¿Y eso qué? No me duele.

—¡Deja de decir tonterías! —amonestó Jules, y Camil trató de esconderse en los brazos de Jacques—. Ahora, diganme de quién fue la idea.

Los dos niños se miraron entre sí. Jacques estaba a punto de hablar, cuando Camil gritó apresuradamente:

—¡Fue mi idea! Quería conseguir una piedra lunar y… y sabía que Jacques tenía ese atlas así que lo convencí para que me llevara a una joyería.

—¿Algo que añadir, Jacques? —preguntó Jules con suspicacia. Era obvio que su hermana sabía que Camil mentía.

—Fui yo, fue mi culpa. Quería ver cómo era la ciudad. El atlas hablaba de varias tiendas allá y pensé… pensé que sería una buena idea.

—¡Jacques! —gruñó Camil, enojado por su plan fallido.

—No es lo correcto, Camil —susurró.

—Jacques, directo a tu habitación; no quiero verte hasta mañana —Su hermano obedeció de inmediato y se fue de la sala—. Camil, irás con Cecily para que vea esa herida. Si es muy grave, llamarán al médico, ¿entendido?

Camil asintió y, sin darle unas buenas noches, Jules dejó la sala. Sin pensar más, también dejó la sala y se dirigió hacia la cocina. 

—Oye

Camil volteó de inmediato, asustado por una voz tan cercana él. Sin embargo, solo se trataba de Oliver, quien tenía una sonrisa nerviosa.

—¿Cómo entraste? No, espera. ¿Cómo no te vio Jules?

—No fue difícil. Parece que solo tienen un ama de llaves para toda la casa.

—Porque es domingo.

—Sí, pero puede ser peligroso. —Ambos caminaban hacia la cocina—. Y tu hermana ni siquiera se percató de mi presencia. Debe estar muy enojada.

Camil solo desvió su mirada hacia el suelo. Al llegar a la cocina, fue recibido por un gran abrazo de Cecily, pero luego la señora retrocedió y le dio una mirada enojada.

—¡Cómo se te ocurre! No eres fácil de influenciar, ¿qué fue diferente esta vez?

—Fui chantajeado —Camil se victimizó, mientras escondía su rostro en el hombro de Cecily.

—¡Y qué pasó con tu mano!

Cecily tomó la mano de Camil de inmediato aunque con delicadeza. Hizo que Camil tuviera la palma estirada, lo que le dio dolor.

—¡Espera!

—Tengo que revisarlo.

—No debería estirar su mano de esa manera, solo está abriendo más la herida. 

La voz de Oliver hizo que Cecily se olvidara de inmediato de lo que estaba haciendo. Miró por varios segundos al muchacho y luego, sin sorprender a nadie, gritó.

—Cecily, silencio —murmuró Camil—. Es mi amigo. Nos ayudó a regresar.

—¡¿Lo dejaste entrar?! Dios Santo, niño. ¿Qué hubiera ocurrido si era un ladrón?

—Le aseguro que no lo soy —dijo Oliver con una sonrisa—. Solo soy un humilde vendedor que no pudo negar la ayuda a sus jóvenes amos.

Cecily no dijo nada, pero siguió examinando a Oliver con la mirada.

—¡Quédate a dormir hoy! ¿Cómo podrías regresar a tu hogar? Estaría muy oscuro —añadió Camil.

—¡Joven Camil! ¡No puedes invitar a alguien a quedarse en esta casa! Debes pedirle permiso a la señorita Jules —regañó Cecily—. Y, déjame recordarte, ella debe estar furiosa por tus acciones. Es más, yo también estoy enojada. Niños insolentes, es por esta razón que nunca voy a dejar esta casa. Ahora tendré fijos mis ojos en ustedes.

—Pero, Cecily, ¿vas a hacer que el joven Oliver camine por las calles de noche? Solo fuimos en la tarde y todo ya era tenebroso —suplicó Camil, al mismo tiempo que mostraba en su rostro una fingida tristeza. Él sabía muy bien que Cecily siempre caía ante ello.

—Eso es chantaje. —Camil la vio de manera esperanzada. Cecily dio un gran suspiro y prosiguió—: Se quedará, pero mañana, ni bien salga el sol, tendrá que irse, ¿entienden?

—¡Muy claro, señora! — afirmó Oliver.

—Siéntate, Camil. Y tú, joven Oliver, me ayudarás a tratar su mano.

—¡Ha elegido un buen ayudante, mi señora!

Cecily solo negó con la cabeza, pero sonreía suavemente. Camil también sonrió; Oliver ya se había ganada al ama de llaves




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