Los grandiosos Wilford

11. La Real Academia de Música

 

Nota previa: Si has estado leyendo esta novela antes del 20/03/24, entonces debes releer el capítulo 6, especialmente la primera parte; he cambiado algunas partes. Por favor, hazlo, porque sino este capítulo no tendrá mucho sentido. Muchas gracias.

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Julio de 1870. Londres.

Como un soplido, el mes de junio pasó volando, sin novedades ni intereses. Cada uno de los hermanos Wilford estuvo inmiscuido en sus propios asuntos. Sin embargo, cuando llegó julio, todo cambió. No solo porque era el mes veraniego, junto a agosto, sino porque —y especialmente para Jules— representaba una de las fechas más importantes de todo el año.

La llamada “Temporada” era un momento vital en la vida de cualquier noble inglés. Comenzaba a mediados de Pascua, en el mes de abril, y llegaba a su máximo esplendor en verano. Abundaban las conversaciones sobre política, compromisos, fiestas, presentaciones de sociedad y, lo mejor de todo, conciertos.

Cada año, la Real Academia de Música realizaba majestuosas presentaciones por las mismas fechas; sin embargo, lo mejor por mostrar era guardado para el concierto de julio.

Este año era especial para Jules: por primera vez había sido elegida para presentarse como solista. Estaba decidida a captar la atención de un cazatalentos que la ayudaría a estudiar en alguna escuela o universidad dedicada a la música. Buscaría a alguien que la reconocería por su destreza, porque el dinero no tiene valor si no existe el talento. Y, como lo había dicho Kitty Vane, quedarse en Inglaterra nunca le daría un título de compositora. Todo solo la instó a preparar un plan.

Había investigado y encontrado cinco opciones de escuelas: dos en Italia, una en Francia, una en Alemania y una en Austria. Esas escuelas tenían antecedentes de aceptar mujeres y graduarse dentro de su currícula. Jules soñaba con asistir a alguna de ellas y, aunque parecía que lo tenía planeado, había algo que no consideró en su plan: ella nunca sería capaz de dejar a sus hermanos.

Jacques y Camil empezarían la escuela en septiembre. Su tía quería que sus hermanos estudiaran en Winchester College, pero Jules rechazó esa oferta. La ciudad de Winchester se ubicaba lejos de Londres y ella no quería que sus hermanos estuvieran tan alejados de lo conocido. Así que eligió Eton College; una escuela de gran prestigio ubicada a las afueras de Londres. Era perfecto.

Antes de poder seguir imaginando más perfecciones de Eton, un salto del carruaje hizo que Jules saliera de sus pensamientos. En ese preciso instante, estaba camino al teatro de la RAM. Sus hermanos la acompañaban —era una de las pocas veces en donde los tres dejaban la mansión—, pero ellos estaban más atentos con la ciudad, en cómo esta iba cambiando ante sus ojos.

—¡Mira eso, Jacques! ¿Viste ese edificio? Tenía muchos pisos —exclamó un asombrado Camil.

—Sorprendente —respondió Jacques de la misma manera.

—¡Oh!, ¿también viste eso? Jacques, tenías razón. Era la librería. ¡Es enorme!

Jacques solo asintió, pero también contagiado con la alegría de Camil. Ambos mostraban un brillo especial en sus ojos.

Aunque todavía no les decía, Jules estaba pensando que sería una buena idea que los tres salieran a pasear, una tarde en donde sus hermanos se sintieran libres y Jules se dejara guiar por ellos. Sería una manera de despedirse antes de que empezaran la escuela. Estuvo pensándolo muchísimo y, después de la fuerte discusión que tuvo con ellos, también lo habló con Cecily. Ella le dijo que sería posible, aunque peligroso.

—¡Jacques! Es la tienda del joven Oliver —señaló Camil.

—Esa es. “Sueño galés”.

—Sí, me pareció un nombre raro —murmuró Camil, curioso.

—¿Oliver? —preguntó Jules —¿Se trata del joven que les ayudó a regresar a casa?

Sus hermanos se vieron entre sí, con nervios al ser descubiertos. Por supuesto que Jules se enteró de que un extraño había pasado la noche en su casa, pero Cecily le había asegurado que el joven había ayudado a sus hermanos y que, en general, era un niño tranquilo.

—Eh, sí. Se llamaba Oliver Parry.

—Deberíamos ir un día a agradecerle, entonces —murmuró Jules para sí, pero inconscientemente había confesado su plan.

—¡Jules! ¿Qué dijiste? ¿Iremos a agradecerle? —preguntó Camil, extasiado.

—¿Qué dije?

—¡Hermana, estoy tan feliz!

¿Y cómo podía negárselo? Camil era tan lindo cuando sentía felicidad.

—Ya, ya, Camil. No está del todo confirmado, pero te animó, ¿no es así?

—¡Sí!

—Entonces, un favor viene con otro favor. —Jules agarró a sus dos hermanos de sus brazos, así estos fijaron su mirada en ella—. Quiero que se comporten hoy, ¿sí? En la fiesta de Albert, bueno, no se comportaron tan mal.

—¿En serio? Por culpa de Jacques pasó un desastre.

—Eh, pensé que ya habíamos dejado ese suceso atrás.

Camil levantó una ceja hacía Jacques y este último le dio un golpe en su hombro. Pronto empezaría uno de sus rudos juegos si es que Jules no intervenía.




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