Primera semana de julio de 1870.
Lo único que Jules le dijo cuando despertó fue “Vístete formal”. Sonó como una orden y el tono de voz parecía urgente, por eso Jacques se levantó de inmediato y llamó al señor Bell.
—Entonces, ¿lo sabes? —le preguntó, sospechando de la sonrisa que el ayudante de cámara le daba.
—No.
—Lo sabes —aseguró Jacques—, pero no puedes decirlo.
El señor Bell lo miró a los ojos y simplemente rio.
Cuando bajó a desayunar, se dio cuenta de que Camil también estaba arreglado y peinado, lo que le hacía parecer mayor de doce años. Su hermano ya se encontraba comiendo.
—¿Vendrá alguien? —divagó Camil—. Nunca estamos tan formales, salvo en salidas de sociedad. Pero, ¿quién podría venir para estar así, y tan temprano? ¿El Ministro? ¿Tía Victoria?
—¿Qué te dijo Jules?
—Que me aliste.
“Un par de ignorantes”, pensó Jacques mientras comía en silencio. No vio a ningún criado en el comedor ni tampoco a Jules. Cuando terminaron, simplemente se quedaron sentados, esperando que alguien viniera. No tuvieron que esperar tanto.
—Jules —saludó Camil. Se puso de pie y abrazó a su hermana.
Jules también estaba muy bien vestida. Tenía un vestido claro con adornos florales, muy bonito pero extraño. No era usual que su hermana vistiera de esa manera dentro de la casa.
—¿Terminaron?
—Sí, y te estábamos esperando —respondió Camil en el mismo estado feliz—. ¿Quién vendrá, Jules? ¿El Ministro?
—¿No? —Jules los miró—. ¿Aún no se dan cuenta? Saldremos hoy.
Camil gritó de inmediato, extasiado, y esta vez se lanzó sobre Jules, quien casi cayó al suelo. Jacques corrió a ayudarla, pero Camil seguía sobre ella.
—¡Camil, cálmate! —Jacques le gritó, pero fue ignorado.
—¡Estoy tan feliz, Jules! ¡No puedo soportar tanta felicidad!
Jules rio ante la ocurrencia de Camil y permitió que él le abrazara. Una mano de su hermana también estaba sobre Jacques, acariciando sus cabellos.
“Así que era eso”, pensó Jacques. La sorpresa aún no se esfumaba de su ser, porque quedaban más: a dónde irían, qué harían, cuánto tiempo estarían fuera. Sin embargo, Jacques amaba la sensación de ser sorprendido; para él, era una muestra de amor. Y, entonces, decidió seguir el juego, pero Camil —siempre un niño desesperado e impaciente— no demoró en preguntar:
—¿A dónde iremos?
Camil lo dijo por primera vez cuando estaban por dejar la casa. A parte de ellos, también iría Cecily, quien tenía una caja de regalo de tamaño mediano entre sus manos. La ama de llaves también estaba feliz, especialmente por haber sido elegida para acompañarlos.
Jacques también tenía ganas de saber, pero Jules no respondió.
—¿A dónde iremos?
Fue el segundo intento de Camil. Jacques simplemente siguió observando la calle desde la ventana del carruaje. Jules detuvo su conversación con Cecily y observó a Camil. Ambas se rieron y Jacques notó que su hermano empezaba a fastidiarse.
—Dime, ¿a dónde iremos?
Esa última vez, Camil no lo dijo como pregunta, sino como una orden. Significaba que estaba molesto y, en experiencia de Jacques, ese estado de ánimo podía terminar en peleas y palabras muy hirientes.
—Estamos por llegar —respondió Cecily.
Así fue. Pocos minutos después, el carruaje se detuvo frente a una gran iglesia. Se veía antigua, ya sea por el tipo de construcción —que si mal no se equivocaba, debía ser Tudor— o por la decoloración de su fachada.
—¿Una iglesia? ¿Alguien murió? —preguntó Camil, con un tono grosero.
Jules lo ignoró y bajó del carruaje con ayuda del cochero. Cecily la siguió y luego Camil se apresuró a salir, enojado.
—¿Por qué no nos dices? —exigió Camil—. ¿O es que lo ocultas porque sabrás que no nos gustará?
—La segunda opción —dijo Jules. Ella respiró profundo para poder confesar—. Nos invitaron a un bautizo.
—¿Un bautizo? —rio Jacques, puesto que no conocía a nadie cercano que haya tenido un bebé.
Muy indignado, Camil le dio una fea mirada a los tres. ¿Qué culpa tenía Jacques? No tenía ni idea.
—¡Odio las iglesias!
—No vamos a una desde hace tiempo —respondió Jules.
—Pero sé que son aburridas y repetitivas. No quiero estar aquí. ¡No voy a entrar!
—¡Camil!
Pero su hermano se fue corriendo hacia el jardín que rodeaba la iglesia y Jules lo siguió. Por experiencia, nuevamente, Jacques sabía que estaría solo por mucho tiempo.
—Será mejor que entremos —dijo Cecily, quien había estado callada durante toda la discusión—. Creo que la ceremonia empezará pronto.
—¿No irás en su ayuda?
—Jules debe resolver estos problemas sola. Tiene dieciséis.