Los grandiosos Wilford

14. El castillo de Windsor

 

La temporada de caza de zorros era muy practicada por todos los nobles que vivían en el Reino Unido. Era descrito como un deporte para pasar el rato. Usualmente, se realizaba en las grandes casas de campo; sin embargo, la familia real no podía viajar tan lejos de la capital solo por unos días. Por ello, la reina solía organizar una pequeña caza en su residencia a las afueras de Londres: el castillo de Windsor. Y también era su misión elegir a los invitados, ya sean nobles que le agradaban o amigos de su familia.

Cuando Jules le escribió a Alice Roberts sobre la caza, su amiga no paró de preguntar por más información. ¿Era una caza verdadera? ¿Qué tan grande debía ser el castillo? ¿Solo se daba una vez al año? Sin embargo, Alice, quien compartía más cartas con Elise que con Jules, se había interesado por lo único que una jovencita nueva en la ciudad podía estarlo: los chismes. Así que, fue inevitable que Alice preguntara: ¿Quiénes son los elegidos de la reina?

Por primera vez, Jules tuvo información que otra joven noble no tenía. Y no perdió la oportunidad de responder.

Bueno”, había escrito Jules, “sus sobrinos, los alemanes, son un ejemplo, o la familia Cambridge. Pero también hay familias a las que la reina siempre invita, como los Grey —Charles Grey, el actual secretario privado de la reina, había trabajado antes para el fallecido príncipe Albert—, los Spencer —el Conde Spencer siempre ha sido un político destacado y es el actual Lord Teniente de Irlanda—, los Fawley —el barón Sedgemoor es el tesorero de la familia real— o mi familia, los Wilford.

Jules no asistía a la caza de Windsor desde 1865, cuando tenía once años, debido a una situación desastrosa. Fue lo que hizo que decidiera salir muy pocas veces de casa y lo que empezó muchos rumores sobre ella. Era información que Alice nunca debía escuchar; Jules se aseguraría.

—Pero lo que ocurrió ese día no fue tu culpa —dijo Jacques.

Los tres hermanos cenaban juntos y hablaban de la próxima invitación que, Jules les dijo, ya había sido aceptada. Sí, este año, los Wilford iban a asistir a la caza.

—Fue Edward, en realidad —continuó Camil—. Él comenzó todo, molestándote. Creo que merecía el golpe que le diste en la cara. Y, también fue culpa del príncipe Leopold.

—A él no lo menciones, por favor. —Jules se cubrió el rostro—. Irá a Windsor. ¿Cómo lo veré sin… sin…?

—¿Sin pensar en su nariz rota? ¿Su llanto de bebé?

—¡Camil, no ayudas! —Jacques lo reprendió.

—Pero no creo que el príncipe te diga algo, Jules. Ahora es todo un marino educado y con un voto de castidad.

—¿Cómo te enteras de estas cosas? —Jules preguntó, aunque más como una broma.

—Es Beatrice. —Ante la mirada confundida de los otros dos, Camil se explicó—: No es que Beatrice no me agrade. Sí, puede ser molestosa y entrometida, pero creo que ella necesita un amigo de su edad. A veces le escribo y ella me responde con cartas muy largas. Solo son chismes.

—Vaya, Camil —expresó Jules, asombrada—. Eso es muy maduro de tu parte.

—¿Por qué no me lo contaste? —preguntó Jacques, sin embargo, algo traicionado.

Camil solo se encogió de hombros.

—¿Por qué le dan importancia? Solo son chismes, ya se los dije.

—¿Qué fue lo último que te confesó?

Ante el interés de Jules, Camil se sentó mejor y dejó la cuchara en el plato de sopa, preparado para hablar.

—No solo estarán los primos alemanes de Beatrice (Friederike, Alexander y el príncipe Leopold), sino que vendrán príncipes de otros países.

—¡Qué! —exclamó Jacques—. ¿Por qué?

—Aquí está la sorpresa —Camil puso sus manos sobre la mesa y no habló por unos segundos, buscando que tanto Jules como Jacques estuvieran más expectantes.

—Dilo, Camil —exigió Jules.

—Es por Louise —confesó Camil—. Tía Victoria quiere formar un compromiso entre Louise y uno de los invitados. Hay un gran duque ruso y también el heredero al trono holandés. Ah, y un príncipe alemán, pero no creo que él sea tan importante.

Pobre Louise”, pensó Jules. Su prima, un alma tan libre y hermosa, tal vez no sería feliz si se casaba e iba a vivir al extranjero. ¿Qué ocurriría si su esposo era un hombre serio y para nada creativo? ¿Le prohibiría esculpir, pintar? Jules sabía cuánto luchó Louise para poder estudiar en la Escuela Nacional de Formación de Arte, cuánto tiempo el Parlamento había rechazado su pedido. Si esto había ocurrido en su país natal, ¿qué le aseguraba que no habría problemas en el exterior?

—Pobre Louise —recalcó Jules en voz alta y sus hermanos estuvieron de acuerdo.

***

Viernes 11 de julio de 1870. Windsor, Berkshire.

—¡Más de cuarenta personas! —Camil gritó.

Los tres hermanos ya habían llegado al castillo de Windsor y caminaban hacia la entrada al castillo. Durante el trayecto, Camil no perdía el tiempo para preguntar por detalles de la estadía de tres días.

—Sí, así lo dijo tía Victoria —explicó Jules—. Y habrá niños de su edad, creo.




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