Los grandiosos Wilford

18. El cambio

A pesar de las sorpresivas esperanzas que tenía en que Edward ganara la caza, Jules sabía que no ocurriría. Edward siempre había sido delgado, no tan alto y de un aspecto un tanto infantil, a comparación de Albert. En donde el príncipe de Gales era un amante de los deportes y actividades al aire libre; Edward era un ratón de biblioteca obsesionado con las novelas históricas.

—¿Me extrañaste, Lise?

Edward se acercó a ella y le sonrió, pero eso no desapareció la apariencia sucia del príncipe. Jules retrocedió para no estar tan cerca. El movimiento hizo reír a sus hermanos y a Oshrit.

—Estaba obligada a esperar a todos los participantes —comentó Jules, con brazos cruzados—. No te creas tan especial. ¡Ay, Edward!

El príncipe se había sacudido la chaqueta y todo el polvo había caído sobre Jules. Ella empezó a estornudar sin poder parar, mientras que Jacques trataba de ayudarla.

—Edward, eres un bruto —comentó Beatrice, quien llegaba acompañada de Louise—. No creo que esa sea la mejor manera para-

—¡Beatrice! —interrumpió Edward.

La princesa se calló, también fastidiada. Quiso seguir hablando, pero Camil lo interrumpió al avisar que Walter Campbell también aproximaba. Sin embargo, el niño no se veía para nada feliz. Primero Louise y ahora él; ¿es que acaso había ocurrido un funeral para que todos estén con caras largas?

El niño Campbell se acercó a sus amigos sin decir nada, pero Oshrit, quien lo conocía por más años —suponía Jules—, tomó el brazo de su amigo y lo alejó de la multitud. Jacques y Camil también los siguieron, lo que dejó a Jules acompañada de los príncipes británicos.

—Walter Campbell es un lord honorable —explicó Beatrice a sus hermanos—. Me consoló ayer, cuando no me sentía bien.

—¿Campbell? —preguntó Louise.

—Campbell, como los duques de Argyll —añadió Jules—. Según Elise, todos sus hijos son igual de honorables.

—¿Has hablado con ellos? —cuestionó Edward, quien parecía sorprendido.

—Con Walter, obviamente, porque es amigo de mis hermanos. Y con Jane Campbell, porque será prima de Elise.

—Oh, entonces no has hablado con Lord Lorne.

—¿El hermano mayor? ¿Por qué hablaría con él?

Edward solo negó con la cabeza, pero estaba sonriendo.

—Lord Lorne —murmuró Louise.

¿Acaso hoy también era el día de popularidad para los Campbell? Jules ya estaba cansada de escuchar ese nombre todo el tiempo. Por ello, decidió concentrarse en la exposición de lord Sedgemoor, quien relataba con muchos detalles el desempeño que había tenido cada participante.

—El señor Charles Spencer estuvo sobresaliente como siempre, pero este año tenemos otro ganador. O, debería decir, ganadores.

Se escuchó murmullos ante las palabras del barón. Jules se sorprendió también. Era normal que hubiera un solo ganador. Era una competencia, después de todo.

—Entonces, díganos, lord Sedgemoor —dijo tía Victoria, quien, junto con los príncipes extranjeros, aún continuaba sentada—, ¿quién ganó la caza de este año?

—Sé que muchos están sorprendidos, pero es así. Tenemos dos ganadores: Richard Temple y Earnest Fawley. —Mencionar a su hijo debió ser la causa de que lord Sedgemoor estuviera tan emocionado.

Quienes estaban cerca de los dos jóvenes no demoraron en felicitarlos. El joven Fawley tenía una cara muy seria a pesar de todos los halagos. Por otro lado, Rupert Temple se veía feliz y encantador. Tía Victoria se puso de pie y se acercó a los dos jóvenes para darles unas palabras a cada uno. Tanto Louise como Beatrice fueron a seguirla, por lo que ahora Jules y Edward estaban solos.

—¿A quién miras? —preguntó Edward.

—A los ganadores, obviamente. No recordaba cómo era el rostro de Earnest Fawley. Ya sabes, no lo veía desde hace años.

—¿Por qué te interesa?

—¿Por qué te interesa que me interese?

—¡Lise! —Jules comenzó a reír.

Sé habían acercado durante su pequeña discusión, lo que hizo que Jules estuviera cerca del rostro de Edward. El príncipe también empezó a reír y ambos sintieron que no podían parar. Pero entonces escucharon carraspear a alguien y tanto Jules como Edward giraron para ver quien era. Su alegría se esfumó en tan solo un segundo.

No. Era una pesadilla frente a Jules. Sentía que se le iba la sangre del rostro al ver de quien se trataba. El cabello castaño contrastaba con sus ojos celestes, muy parecidos a los de Edward. Pero era alto y los años en la Marina no habían hecho más que llenarlo de músculos, algo que se notaba aún más con el uniforme de caza.

Sin embargo, ante todo, el príncipe Leopold de Sajonia-Coburgo y Gotha seguía conservando la nariz torcida.

En una caza como esta, cuando Jules y Edward tenían once años, discutieron por quién sabe qué. Jules estaba muy molesta y su estado no cambió ni cuando el príncipe Leopold, quien entonces ya era un joven elegante, trató de apaciguarlos. Jules agarró su flauta traversa y golpeó el rostro del joven príncipe. La situación escaló cuando el mayor empezó a sangrar a torrenciales y todos los invitados se acercaron. A Jules la tacharon como una niña inestable y fue así que entendió qué tan hirientes eran los chismes y rumores.




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