18 de noviembre de 1870
Eton College
Querida Jules,
Es de suma importancia que hablemos de Jacques; me encuentro muy preocupado. Esta vez soy directo porque estoy harto de simplemente especular en cada una de nuestras cartas.
Seguro te ha escrito las mismas palabras que a mí: que todo está bien, que lo alaban en clase, que es muy querido por sus compañeros, pero no puede ser tan idílico. Sospechaba que Jacques nos ocultaba algo. Cuando podía escaparme a verlo, sus ojos eran tímidos y nerviosos, lo cual no es común conmigo. Esta semana me ha estado evitando, y también lo hace Walter. Hoy, me encontré con dos alumnos del mismo año que Jacques. No aguanté más el misterio ni la curiosidad y les pregunté por nuestro hermano. Uno se rio mientras que el otro me miró con incredulidad. ¿Cómo piensas que debo reaccionar? Estoy bien al sospechar que algo ha ocurrido y esto solo ha aumentado mis suposiciones.
No te escribo simplemente para informar, sino como una advertencia. Si algo ocurrió con Jacques, si alguien no lo está tratando bien, la situación no quedará impune.
Atenta, Jules.
Tu hermano,
Camil Wilford.
***
—¿Tu prima se irá a India?
Jules no podía cerrar la boca, lo cual sabía que era de mala educación, aunque a Elise no le importó y continuó riendo. Su emoción estaba justificada: ¿quién creería que la famosa Kitty Vane se iría del país por varios años? Según lo que Elise acababa de contar, su primo Augustus había sido asignado como ayudante de campo de Lord Mayo, virrey de India, y había logrado conseguir un permiso para llevar a su joven familia.
—Toda su vida está aquí —comentó Jules—. Su familia, sus amigas, su reputación… Todo.
—Pero ella ama más a su esposo. Oh, ¿no crees que es romántico?
¿Para Jules? No, no lo era. Kitty Vane le había parecido una mujer perfecta con una personalidad destacada y decidida. Le parecía irreal que abandonara todo su discurso, el cual aún no olvidaba Jules, solo por acompañar a su esposo.
El silencio oportuno de ambas hizo que Jules se fijara en el ruido antinatural que las rodeaba. Nuevamente, se llenó de pánico. Después de todo, no subía a un tren desde los siete años, cuando pisó por primera vez Londres.
Aunque su tía Victoria le había asegurado que esta vía de viaje era mucho más efectiva que un carruaje, Jules se había negado a usarla para los viajes a Windsor o Eton. Había recelo y confusión ante su funcionamiento. Finalmente, Jules podía comprender la pieza “Le chemin de fer”; era la música que había estado rondando por su cabeza durante todo su viaje.
Elise, por el contrario, parecía acostumbrada a viajar de esta manera. Ella le explicaba cada detalle desde que llegaron a la estación en Londres. Había encontrado un tema en el que era una experta y no perdió tiempo en enseñárselo.
Parecían estar pronto a llegar a su destino, juzgando el verde que se observaba por la ventana. Ya estaban en la campiña inglesa.
—¿Cómo va Jacques? ¿Ya confesó su mentira?
La repentina pregunta de Elise le hizo suspirar sonoramente. Claro que le había contado sus preocupaciones a su amiga, tal como ella también lo hacía. Pensar en Jacques traía pesar a su corazón. Quería ir de inmediato a Eton, acusar a cada uno de los profesores y finalmente llevarse a su hermano, pero no podía hacer nada, pues Jacques siempre decía que todo estaba bien.
—No te angusties, Jules. Además, —Su amiga la tomó de sus manos y alzó las cejas—. ¿Qué es más peligroso que un hermanito furioso?
Jules rio ante la idea de Camil y su fruncido ceño. Su risa, sin embargo, se convirtió rápidamente en algo más incómodo al recordar la reciente carta de su hermano. Había sonado amenazante, poderoso en cierta manera. No era propio del alegre y recto Camil.
—No estoy segura —concluyó.
Elise apretó un poco más sus manos y le dio una suave sonrisa, la cual siempre le tranquilizaba.
Entonces, un sonido agudo inundó todo el tren. Su amiga ya acostumbrada, sonrió aún más y no perdió el tiempo para alistar sus pertenencias. Jules la copió al entender que significaba que ya habían llegado a su destino.
Salir del tren fue un caos. Aunque tenían ayuda gracias a las criadas de Elise, aún eran empujadas por los apurados pasajeros. Tuvieron que caminar rápido para llegar al carruaje que las estaba esperando fuera de la estación.
Cuando finalmente encontró la salida, Jules no demoró en apresurarse hacia el carruaje Spencer, pero Elise la detuvo con su inmutable sonrisa.
—¡Quiero salir de este lugar! —Jules exclamó, casi gritando.
—¡Tenemos que buscar a Alice!
—¿Alice?
Elise asintió y luego se fue apresurada hacia donde estaban las bancas de espera. La zona estaba algo abarrotada con la llegada del tren y el encuentro de familiares. Pero si Alice Roberts también vendría, ¿por qué no estuvo con ellas en el vagón de tren?
Su amiga no demoró en regresar. Venía de la mano de Alice, quien solo tenía una maleta modesta. Ambas ya estaban hablando, lo cual no debía ser tan fácil debido al ruido. Cuando llegaron donde Jules estaba parada junto a las criadas de Elise, esta no demoró en arrastrarla hacia el carruaje Spencer.