Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 4

Ya durante la comida, su madre la había notado rara. Supo que le pasaba algo, aunque ella se esforzó en convencerla de que tan solo estaba cansada. Y, en cierta forma, decía la verdad, pues se pasó toda la tarde tumbada en la cama, casi sin fuerzas para levantarse. Incluso llegó a dar alguna que otra cabezada, algo que solo le sucedía cuando estaba realmente enferma. Tuvo que hacer un esfuerzo para salir de su habitación cuando llegó la hora de cenar, sin tan siquiera haber acudido a la merienda. Y, aunque intentó actuar con normalidad, la falta de apetito provocó que cada bocado le resultase un suplicio.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó su madre.

—Sí —afirmó Iris—. Es solo que estoy en esos días, ya sabes.

—Debe ser eso —comentó, con una evidente incredulidad en el rostro—. Por cierto, ha escrito el señor Alder.

—Pero ¿es que todavía sigue enviando cartas? —se sorprendió Iris—. Alguien debería decirle que estamos ya en el siglo veintiuno. —Delia dejó escapar una risilla, antes de dedicarle a su hija una mirada reprobatoria—. Bueno, ¿y qué se cuenta esta vez el simpático señor Alder?

—Lo de siempre —contestó la madre, apretando los labios—. Dice que está muy feliz en el pueblo. Al fin y al cabo, el ajetreo de la ciudad es difícil de sobrellevar para un provinciano. Te lo digo por experiencia. —La mujer inclinó la cabeza y añadió—: Más aún si ya está jubilado.

—¿Por experiencia? —remarcó Iris—. ¿Cuándo has vivido tú fuera de la ciudad?

La mujer enarcó las cejas y pareció titubear por un instante.

—Lo digo por mis abuelos —acabó explicando—. Ellos también volvieron a su pueblo cuando ya fueron mayores. —Iris levantó la cabeza en un gesto de comprensión—. Lo que sí me ha dicho el señor Alder, es que echa de menos tener algo parecido a una nieta. Recuerda con mucha nostalgia los domingos que te llevaba con él al granero.

—Sí —suspiró Iris, evocando aquella época—, es genial tener buenos vecinos, y el señor Alder era una de las personas más amables que he conocido en mi vida. —Iris esbozó una expresión que denostaba cierto desprecio y dijo—: No como los de ahora, que casi no los conocemos. —La chica suspiró antes de continuar—. De todas formas, aquellos terrenos eran bastante grandes. El señor Alder habrá ganado un dineral con su venta.

—¡Que va! —repuso la madre—. No los ha vendido. Dice que no necesita tanto dinero, y que tampoco le hace ninguna gracia dejar sus terrenos en manos de cualquiera. Creo que les tiene demasiado cariño.

—En ese caso, creo que hace bien. Así los podrá visitar cuando quiera. —Iris, cansada de aparentar normalidad decidió irse a la cama—. Lo siento, mamá. Estoy muerta de sueño. ¿Te importa que me vaya ya a dormir?

—Claro que no —respondió con voz comprensiva—. Pero solo dime una cosa, ¿seguro qué te encuentras bien? —Iris bufó con un gesto aburrido—. Está bien —dijo Delia, con una sonrisa—. No te pregunto más. Descansa.

—Buenas noches —se despidió Iris.

Caminó hasta su dormitorio haciendo un esfuerzo por guardar la compostura. Aunque, desde luego, la chica tenía claro que algo extraño le sucedía, pues tenía la misma sensación que cuando incubaba una gripe fuerte, pero con un matiz distinto e irreconocible.

Después de meterse en la cama, apenas le costó unos minutos caer rendida al sueño. Y no supo cuánto tiempo había dormido, cuando comenzó a padecer dificultades para respirar. Tosió varias veces en dormivela. Y, en un momento dado, volvió a experimentar aquella sensación de calor extremo. Ante la intensidad del sofoco, entreabrió uno de los párpados con cierta pesadez. Aunque en una imagen difuminada, pudo ver que los muebles de la habitación resplandecían en un tono anaranjado. Y, al inspirar el aire viciado del ambiente, dio un salto tan grande que se salió de la cama. No supo decir cómo había pasado, pero el edredón estaba ardiendo ante sus ojos.

Sufrió una descarga de adrenalina que le puso el corazón a mil y, con la respiración jadeante, deambuló nerviosa de un lado para otro sin saber qué hacer. En un instante de claridad, tomó la chaqueta que había colocado para el día siguiente en el respaldo de la silla y consiguió ahogar las llamas con ella. Entonces, respiró aliviada.

Sin embargo, volvió a hacérsele un nudo en el estómago cuando, un momento después, sonó la puerta.

—Hija, ¿estás bien? —preguntó Delia al otro lado.

—Sí, mamá, ¿qué pasa? —respondió ella, simulando con torpeza una voz adormilada.

—¿Seguro? —recalcó la madre—. ¿Puedo pasar?

—Que estoy bien, ¿vale? —repuso Iris, mientras abría la ventana—. Solo quiero dormir.

Delia guardó silencio, pero se había quedado allí parada. Lo supo porque no había oído sus pasos y podía sentir el rumor de su aliento amortiguado por la madera de la puerta. Tardó un buen rato en volver a hablar, durante el cual debió estar pendiente de cualquier cosa que pudiera escuchar en al otro lado.

—Había olido a quemado y por un momento me dio la sensación de que era ahí dentro. —Delia olisqueó—. Pero ya no huelo nada. Supongo que habrá sido en la calle.

—No sé, yo no he olido nada raro —contestó Iris, desesperada porque se marchase de una vez.

—Vale, hija. No te molesto más. Que descanses.

—Buenas noches, mamá.

Iris exhaló todo el aire de sus pulmones al oír cómo volvía a su habitación. Le había costado horrores contener los nervios. Entonces, volvió a echar un vistazo a la cama. Con un sudor frío deslizándose sobre su rostro, se acercó para examinarla mejor. El edredón tenía un agujero enorme que se había comido media Torre Eiffel, y la manta de debajo estaba ennegrecida. Al menos, su espesura había evitado que se quemaran también las sábanas y el colchón.

—¿Qué está pasando? —masculló, con voz trémula.

Intentando que su madre no descubriese lo sucedido, se apresuró a esconderlo todo en un recoveco del armario, y puso una manta limpia que luego cubrió con un edredón de flores. Y, en se momento, volvió a sentir aquel calor abrasándola bajo la piel. Entonces, el pánico se apoderó de ella, cuando vio que, por un momento, su cuerpo se envolvía en llamas.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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