Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 5

Los primeros rayos del amanecer despertaron a Iris en cuanto bañaron su rostro. Se incorporó sobre la cama y estiró el cuerpo para desperezarse. De alguna forma, aquel día se sintió diferente, era la primera noche en mucho tiempo que había dormido bien. Al salir de entre las sábanas, sacudió la cabeza ante los recuerdos que le sobrevinieron. Por una vez no había vuelto a soñar lo mismo de siempre, aunque empezaba a recuperar retazos de una extraña pesadilla. Y, en un momento dado, se echó a reír solo de imaginar que pudiera haber metido la cara en el fregadero.

Era sábado y no tenía que ir al instituto. Delia, en un segundo empleo de fin de semana, tampoco trabajaría hasta por la tarde. De modo que podría disfrutar del desayuno junto a ella. Así pues, salió de su cuarto, caminando con una ligereza inusual, y se dirigió al comedor.

—Buenos días, mamá —saludó con voz enérgica—. Hoy estás radiante.

La mujer la miró con suspicacia. Debió extrañarle que Iris le hiciera un cumplido así por primera vez en años.

—Si estás intentando hacerme la pelota para que te haga el desayuno, lo llevas claro —bromeó, aunque seguía desconfiando de las intenciones de la chica.

—¿Es que dudas de mis habilidades culinarias? —Iris se echó a reír—. Creo que podré meter un vaso en el microondas.

En el fondo, se sentía en deuda con su madre. A pesar de que solo había sido un sueño, revivió en su cabeza las malas formas en que le habló, y eso le hizo sentirse fatal. Así que, cuando volvió con los desayunos, puso un plato con tostadas en el centro de la mesa, le entregó a su madre su café y se sentó frente a ella con una sonrisa resplandeciente.

—¡Uy! —se sorprendió Delia—. Tú estás muy rara, ¿eh?

—No sé por qué lo dices —repuso Iris, mientras se untaba con brío la mantequilla—. Solo estoy feliz.

—Me alegro de ver que ya te encuentras mejor.

—Estoy genial —confesó—. No sé qué fue lo que me pasó ayer, creí que podía estar incubando algún virus. —La chica se encogió de hombros y dijo—: Pero la verdad es que hoy me siento mejor que nunca.

La mujer pareció respirar aliviada y, luego, le dio un sorbo a su taza de café.

—Debo reconocer que ayer me dejaste muy preocupada cuando te fuiste a dormir. —Iris asintió con la cabeza, un tanto pesarosa—. Con lo que tú eres, me impactó verte tan cansada.

—Puede que sea la tensión del último curso.

—Tal vez —dijo Delia, reflexiva—. De un modo u otro, la vida de toda persona cambia al terminar el instituto. Tendrá que discurrir por caminos inciertos y nunca sabe a dónde le llevará el futuro. Es normal sentirse abrumado.

Iris enarcó las cejas y exclamó:

—¡Y luego soy yo la que está rara!

Delia la miró con un disgusto fingido.

—¿Es que no puede una ponerse filosófica de vez en cuando? —La mujer sonrió y colocó su mano sobre la de Iris—. Como sea, hija, estoy convencida de que la vida depara un futuro brillante para ti.

Por un momento, ambas se quedaron mirando la una a la otra con cariño. Y, después, volvieron a retomar sus desayunos.

—De todas formas, ha sido una noche de lo más extraña —comentó Delia, al rato.

—¿Por qué lo dices? —preguntó la chica, que ya le daba el último muerdo a su tostada.

—Pues por todo lo que pasó. —Iris la miró con intriga—. Siento mucho haberte molestado tanto, pero primero pensé que estaba ardiendo tu habitación —al escuchar aquello, los ojos de la chica se abrieron como platos, y la piel de su rostro palideció—, y luego te encontré en la cocina, echada sobre la encimera y con el rostro empapado. —Delia rio despreocupadamente—. ¡No me dirás que eso no fue un poco raro!

Iris, tratando de aparentar tranquilidad, dejó salir una risilla nerviosa.

—Sí, un poco —logró articular con voz trémula—. ¿Sabes? —La chica se bebió el resto del café de un trago—. He olvidado que tenía cosas que hacer antes de verme con Luna. ¿Has terminado ya?

—Sí —respondió Delia, después de titubear ante el abrupto corte de la conversación.

Iris recogió la mesa y fregó la vajilla a toda velocidad. Luego, regresó a su dormitorio, notando cómo le temblaban las piernas.

—No puede ser —masculló, y la boca se le secó de repente.

Se había quedado atónita al comprobar que su edredón de la Torre Eiffel no estaba sobre la cama. Y, en su lugar, descubrió aquella horrible colcha de flores que solo usaba cuando la otra se estaba lavando.

Se lanzó hacia el guardarropa y tragó saliva antes de abrir las puertas. Su cuerpo se estremeció bajo un escalofrío que le recorrió la espalda y le puso los pelos de punta. Extrajo el edredón y lo extendió ante sus ojos, que fueron testigos de un agujero enorme y requemado que atravesaba el dibujo.

—Esto no puede estar pasando —se dijo, al tiempo que devolvía la colcha a su escondite. Luego, apoyó la espalda sobre el armario y se llevó las manos a la cara—. ¿Qué clase de pesadilla es esta? —se dijo, con voz desesperada—. ¡Vamos, despierta de una vez!

Sin embargo, sus pensamientos no habían sido más que el fruto de la desesperanza, pues sabía muy bien que estaba despierta.

Se dijo que debía contárselo todo a Luna cuanto antes, pues sentía una irrefrenable necesidad de arrancarse todo aquello de su interior. Sin embargo, aún quedaba mucho tiempo para la hora de su cita. Así pues, deambuló nerviosa de un lado a otro por el dormitorio.

—¡Iris! —la llamó su madre desde alguna parte de la casa—. ¡Acuérdate de que tienes que hacer la colada antes de irte!

—¡Sí, mamá! —se apresuró a responder, y luego murmuró para sí—: Como no tengo otras cosas más importantes en las que pensar...

—Cuando quieras, era solo para que no se te olvidara —le comentó—. Yo voy a ponerme a barrer. Empezaré por el cuarto de invitados.

—¡No! —gritó Iris, que sintió una descarga de adrenalina en cuanto lo escuchó, y se apresuró a salir del dormitorio—. Espera —le indicó a su madre, que ya se dirigía hacia allí con la escoba y el cogedor—. Yo lo haré también. —Luego, forzó una sonrisa y añadió—: Ya te he dicho que hoy me siento con energía.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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