Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 6

Iris deambuló de un lado para otro bajo la sombra del árbol centenario, con la sensación de que algo le oprimía el pecho y no la dejaba respirar en paz. Mientras tanto, no dejaba de toquetear el borde del suéter que llevaba puesto. Una y otra vez miraba la hora, y el tiempo apenas parecía avanzar. Ni siquiera se había cepillado el pelo y, cada vez que se pasaba las manos por la cabeza, se alborotaba un poco más la melena. Ni siquiera estuvo segura de que Luna fuera a aparecer. Después de cómo había terminado todo entre ellas y de haberla quedado plantada el día anterior, su amiga estaba en todo su derecho de no presentarse. Sin embargo, ese pensamiento no hizo sino agitarla todavía más, sumiéndola en una respiración jadeante y un repiqueteo continuo de sus pies. Cada vez que un rostro se perfilaba en la lejanía, el corazón se le aceleraba, y terminaba dándole un vuelco al descubrir que no era ella.

Cuando vio que, por fin, había llegado la hora, clavó la vista en la dirección por la que solía aparecer y se mordisqueó el labio. Luego, comenzó a jugar con un mechón del cabello mientras balanceaba su cuerpo de un lado a otro, hasta que el sudor de sus manos la obligó a dejarlas quietas. Sin una distracción para su nerviosismo, tuvo la sensación de que se ahogaba en el ambiente tranquilo que gobernaba el parque, y los pensamientos comenzaron a agolparse en su mente.

De pronto, una figura se dibujó en el horizonte, y pudo reconocer a la chica por su forma de moverse, decidida y presuntuosa, agitando las caderas en un contoneo casi sensual. Iris ni siquiera esperó, sino que se abalanzó hacia ella a la carrera y la apretujó entre sus brazos.

—¡Pero bueno, chica! —se sorprendió—. ¿Se puede saber qué has desayunado hoy?

—Ha pasado una cosa muy fuerte —le espetó Iris, atropellando las palabras—. Creía que no había pasado, que había sido una pesadilla. Pero ¡Dios, Luna! ¡Era real! Bueno, o eso creo, porque el edredón estaba quemado. —Iris se removió sobre sí misma—. ¡El caso es que no sé qué hacer ahora!

—A ver, tranquilízate —le dijo Luna, tomándola por los hombros—. Respira, que te va a dar algo.

—¡Claro que me va a dar algo! —repuso entre aspavientos—. ¡Estoy que me subo por las pareces!

—Pues sí que parece fuerte —comentó la chica, e Iris la miró con los ojos bien abiertos, remarcando lo evidente que era—. Cualquiera diría que estás al borde de un ataque de nervios. —Luna la agarró del brazo y tiró de ella para hacer que la siguiese—. Será mejor que nos sentemos.

Las chicas fueron hasta el banco en que siempre se sentaban y, esta vez, se dejaron caer sobre el asiento. Una vez allí, Luna esbozó una mueca de preocupación al darse cuenta de que su amiga estaba temblando como un flan.

—¿Es que te ha pasado algo con tu madre?

—No —se apresuró a responder Iris, aunque luego matizó—: No, por ahora. —La chica meneó la cabeza y dijo—: Como se entere le va a dar algo.

—Pero ¡¿se puede saber qué ha pasado?! —quiso saber la otra, que empezaba a contagiarse de su ansiedad.

—¡Que le he prendido fuego a la cama! —le espetó.

—¿Cómo? —Luna se quedó en silencio por un instante y, luego, estalló en una risotada—. ¡Venga ya! ¿Eso es lo que te preocupa? —Volvió a dejarse llevar por la risa y le dio un manotazo en el muslo—. ¡Ni que no las hubieras hecho peores!

—La he quemado mientras dormía —puntualizó.

—No me digas que ahora te ha dado por fumar... ¡Al menos, no te acuestes con un cigarro en la boca!

—¡Que no! —se desesperó Iris—. ¡Que la he quemado yo! —Sin embargo, su amiga la miró sin entender lo que trataba de decirle—. ¡Yo, Luna! ¡Con mis manos!

La chica ensombreció el rostro al oírlo.

—Vale —canturreó—. Te tomaste mal que insistiera con lo de tu padre y ahora intentas devolvérmela riéndote de mí. De acuerdo, ¡muy graciosa! —Luna se dejó caer hacia ella y la aplacó con el hombro—. Ya puedes dejar de vacilarme.

—¡Que no te estoy vacilando, idiota! —Iris se pasó las manos por el rostro—. Ha tenido que ser esa maldita caja.

—¿Qué caja? ¿De qué estás hablando ahora?

—Una caja que encontré en el desván cuando era una niña. Mi madre se puso muy nerviosa, me la quitó y la escondió para que no pudiera volver a encontrarla. Pero ayer la descubrí en el doble fondo de un armario. —Iris se quedó pensativa por un momento, mientras Luna la miraba con expectación. Luego, sacudió la cabeza y continuó hablando—: El caso es que forcé la cerradura y encontré una bola de cristal, muy pesada y con una luz brillante en su interior. Me asusté cuando oí llegar a mi madre y se me cayó al suelo. Entonces, toda la habitación se llenó de un gas amarillo que desapareció en segundos.

—Y ahora quemas cosas con las manos —completó Luna, con una mueca escéptica.

—Después de estar en contacto con ese humo, empecé a sentirme mal, como si me estuviera enfermando. Y, a veces, me entraba mucho calor y me ardía la piel.

—Y luego te acostaste y, sin querer, le prendiste fuego a las sábanas.

—Exacto —respondió Iris, dibujando una expresión que parecía suplicar por el convencimiento de Luna.

—¡Genial! —respondió esta, que luego extendió el brazo en una invitación—: Pues venga, hazlo para que yo lo vea.

Iris agachó la cabeza y suspiró.

—No sé cómo hacerlo.

—¿No sabes cómo hacerlo? Vaya, ¡qué sorpresa!

—¡Vale ya, Luna! —replicó, mientras se levantaba indignada del banco—. ¡Que te estoy diciendo la verdad!

Agarró a su amiga por el brazo y la arrastró hasta ocultarse tras el tronco de la secuoya, donde pensó que nadie la vería si conseguía envolver sus manos en una pequeña llamarada. Trató de concentrarse e hizo fuerza con el abdomen, que era la única manera que se le ocurrió de intentarlo. Sin embargo, nada sucedió. Ni el más mínimo rubor en las yemas de los dedos. Miró a Luna de soslayo y, bajo la mirada divertida de la joven, se sintió ridícula. De modo que cerró los ojos, apretó los dientes con todas sus fuerzas y, esta vez, trató de recrear la sensación abrasadora que había padecido el día anterior. En ese momento, notó cómo las palmas de las manos se sumergían en un calor repentino, que rápidamente se extendió por todo su cuerpo. Y, entonces, una fuerza tiró de ella hacia atrás.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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