Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 8

Iris le dio un puñetazo a la máquina expendedora. El muelle se había quedado atascado, y la chocolatina pendía en el borde de la bandeja. Se tambaleó, pero se resistió a caer. Así que volvió a golpearla. Por fin se desprendió. Sin embargo, Iris volvió a sacudirle una tercera vez. Necesitaba desquitarse de la rabia que sentía. Y, luego, presa de una enorme frustración, apoyó la cabeza contra el cristal de la máquina.

—Entiendo cómo te sientes, hija. —La voz había sonado justo por encima de su hombro. Iris no la reconoció, pero entendió que le estaban hablando a ella. Así que se dio la vuelta para encarar a su interlocutor—. Es normal que estés asustada —prosiguió el médico—. Pero puedo prometerte que haremos todo lo posible por tu madre.

—¿Cree que se despertará pronto?

El médico apretó los labios.

—Me temo que eso es algo difícil de predecir. Pueden pasar horas, días, tal vez meses. —Iris abatió los hombros al oír la respuesta—. La buena noticia es que se encuentra estable. Y, ahora mismo, su vida no corre ningún peligro. Sé que es difícil de asumir, pero lo único que podemos hacer ahora es esperar.

—Supongo que sí —respondió Iris, intentando maquillar su desilusión.

El doctor le dedicó una sonrisa. Justo entonces, un enfermero se acercó hacia donde estaban conversando.

—Ya están los resultados de las pruebas que solicitó para la paciente de la quinientos veintitrés.

Iris enarcó las cejas al escuchar el número de habitación de su madre. El médico se sacó unatabletdel bolsillo y comprobó los resultados. Su semblante no tardó en dibujar una mueca de asombro y, después, miró vacilante al enfermero.

—¿Pasa algo? —se apresuró a decir Iris.

El doctor la miró con delicadeza y se tomó su tiempo para responder.

—Son los resultados del electroencefalograma de tu madre. Pero son... —reflexionó por un instante antes de continuar—, extraños. Verás —el doctor se colocó junto a ella y le mostró unos gráficos en la pantalla—. Estas líneas representan la actividad cerebral de tu madre. En su estado, lo normal sería una actividad cerebral reducida. Sin embargo, estas líneas demuestran todo lo contrario. Por algún motivo, está experimentando una actividad cerebral paradójicamente elevada.

—¿Y eso es malo? —preguntó la chica, inquieta.

—Es, sencillamente, inusual —repuso el doctor con el ceño fruncido—. No te preocupes, ¿de acuerdo? Como te he dicho, lo más importante es que tu madre se encuentra estable. Encontraremos una solución, confía en nosotros.

El médico le hizo un gesto al enfermero y ambos se apresuraron a marcharse a su consulta. Iris cogió la chocolatina y se la comió de un bocado. Estaba de los nervios y pensó que una buena dosis de azúcar la ayudaría a calmarse. Luego, se tomó un momento para recomponerse y regresó a la habitación.

De camino, se fijó en una mesita que había al costado de la puerta que daba al pasillo. Había sobre ella un marco de fotografía que contenía un mensaje esperanzador, flanqueado por dos velas apagadas y a medio gastar. Iris pasó de largo, y no le prestó mayor atención que una mirada curiosa. En cambio, lo que sí le sorprendió fue encontrarse a Dreiss en la habitación junto a su madre.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —le espetó, sin esforzarse demasiado en ocultar la irritación que le generaba su presencia.

—Entiendo que estés alterada, Iris. La frustración y la impotencia conducen con demasiada facilidad a la ira. —Dreiss se quitó el sombrero y lo dejó en la mesa—. Pero recuerda que podría haber sido mucho peor si yo no hubiese llegado a tiempo.

Iris cerró los ojos y tomó una inspiración profunda en un intento de calmarse.

—Lo siento —suspiró—. Supongo que no ha sido culpa tuya. —Dreiss esbozó una mueca condescendiente—. ¿Quiénes eran esos tipos?

—Antiguos miembros de La Hermandad —se limitó a responder el mago con voz profunda, dejando tras sus palabras un silencio perturbador.

—Ya, eso suena muy místico —bromeó Iris, por evadirse del malestar que padecía.

Dreiss se soltó el nudo de la corbata y se reclinó a los pies de la cama de Delia.

—Hace miles de años, los antiguos hechiceros fundaron La Hermandad, una orden que tenía como misión velar por la paz entre los magos, así como mantenerse en secreto a los ojos de la gente mundana, gobernados por un consejo de tres sabios. Estos tres maestros supremos, como legado de sus predecesores, recibían uno de los tres poderes ancestrales, que desataban el máximo potencial en cada uno de ellos. Desde ese momento, se convertían en guardianes de La Hermandad.

—Sociedades secretas, magos antiguos, poderes ancestrales... —enumeró Iris con cierto desdén—. ¿Qué tiene que ver todo eso conmigo?

—Los tres poderes ancestrales eran uno solo en su origen, pero conllevaban un poder tan inmenso que aquel que lo poseyera sería casi indestructible. Por eso, la orden se ha afanado tanto durante milenios en mantenerlos separados, ejecutando sus juicios y persiguiendo a todo aquel que supusiera una amenaza.

—¡Ja! —exclamó la chica—. ¿Y se supone que yo soy una amenaza para esa Hermandad vuestra?

—La Hermandad ya no existe. Lo único que queda de ella son sus cenizas. —Dreiss se frotó los ojos antes de continuar—. Te advertí del grave peligro que corrías, Iris, pero no me escuchaste.

—Está bien —replicó ella ante el tono reprobatorio del mago—, pues ahora soy todo oídos.

Iris, que sentía la necesidad de encajar todo lo que estaba escuchando, se dejó caer en el sillón.

—Astra fue una de las últimas guardianas, pero su insaciable ambición la llevó a volverse contra sus hermanos. Acabó con la vida de Silas para arrebatarle el poder ancestral, y a punto estuvo de hacer lo mismo conmigo. Sin embargo, un mago noble y lleno de coraje sacrificó su vida para encerrarla en una distorsión dimensional. Y allí ha permanecido retenida durante casi dos décadas.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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