Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 9

Astra abrió los ojos. La eterna blancura de su prisión empequeñeció sus pupilas, hasta reducirlas a unos minúsculos puntos negros. Su figura aún irradiaba aquella presencia imponente de antaño, pero el halo de decadencia que la rodeaba hacía mella en su semblante.

Sacudió la cabeza hacia atrás para apartarse los mechones que le caían sobre la cara. Su cabello, una vez denso y resplandeciente, ahora se había convertido en una maraña mustia y apagada. Enmarcaban su rostro huesudo, decrépito por la sombra de la locura que imperaba en aquel lugar. Su piel había perdido el brillo de vida, y acabó tornándose en un enfermizo tono grisáceo. Sus ojos, despiertos y expresivos, ahora mostraban una mirada fría y distante. Habían sido testigos, durante demasiado tiempo, del horror de no tener otra cosa que contemplar que la nada infinita.

Seguía vistiendo la misma túnica que llevaba puesta el día en que la encerraron. Entonces esplendorosa, de suave seda y un imponente color verde jade. Ahora, le caía con tanta rigidez sobre el cuerpo que ni siquiera recortaba sus formas, descolorida y desgarrada. Ya ni siquiera la abrigaba del frío inexplicable de la soledad. Paradójicamente, corría un viento cálido que le producía escalofríos.

Al presentir que alguien se acercaba a ella, se vio obligada a hacer el esfuerzo de enderezarse. Después de todo, cargaba sobre sus hombros el peso de dos décadas cautiva, aislada de todo contacto con la humanidad.

—No tienes buen aspecto, querida. —Astra se giró para contemplar la figura de un hombre. Sus imágenes contrastaban como la luz y la oscuridad. Él, con un aspecto impoluto y un rostro radiante, sonría con descaro—. Cualquiera diría que estabas predestinada a ser la hechicera más poderosa del mundo.

—Ya empezaba a echar de menos tu simpatía.

—No hay que ser un lince para notar el sarcasmo en tus palabras, Astra.

—¡Oh, vaya! — ironizó la hechicera—. ¡No me digas!

—Al menos, aún conservas una pizca de humor. —El hombre se acercó a ella con paso lento y distinguido—. Tampoco me has apartado de tus pensamientos. Puedo ver el brillo en tus ojos cada vez que me miran.

Astra lo observó con una expresión bobalicona. En el fondo, sabía que aquellas palabras eran ciertas. Sin embargo, dejó escapar una risotada y se dio media vuelta para marcharse.

—Todas las direcciones llevan a ninguna parte en este lugar —le recordó el hombre.

—Al menos, llevan lejos de ti.

—Oh, Astra —replicó él, que se echó a andar tranquilamente tras ella—. Sabes muy bien que no puedes escapar de mí. Es un tanto paradójico, ¿verdad? —Astra no se detuvo, pero ladeó la cabeza para escucharlo mejor—. Que, después de todo, yo sea la razón por la que aún mantienes la cordura.

La hechicera dejó de moverse y se colocó frente a él, donde sus miradas se encontraron irradiando un brillo intenso, y sus rostros se acercaron como imames que se atraían entre sí.

—Tienes razón. —Astra dibujó una sonrisa apasionada, y una sensación electrizante sonrojó sus mejillas—. No sé cómo podría compensarte por haber estado a mi lado todo este tiempo.

El hombre le devolvió la sonrisa y se acercó aún más a ella. Sus labios casi podían rozarse.

—¿De verdad no se te ocurre nada? —susurró él.

Ella se ruborizó aún más. Sentía un ardor en el rostro que se le antojaba placentero.

—Te amo con todo mi ser —le susurró ella.

Sus miradas se entrelazaron. El cuerpo de la mujer temblaba envuelto en deseo. Sus labios estaban a punto de encontrarse. Y, entonces, retrocedió.

—Pero el odio que siento hacia aquel que me encerró en este lugar es mucho más fuerte que el amor.

Astra volvió a caminar para alejarse de él. Sin embargo, el hombre mantuvo la obstinación en perseguirla.

—Tienes que dejar atrás el pasado. No debes permitir que el rencor mantenga abiertas tus heridas.

—Tú mismo lo has dicho antes. Lo único que me ha permitido mantener la cordura aquí dentro ha sido aferrarme al pasado y al rencor.

En ese momento, la guardiana aligeró el paso para dejar atrás al hombre.

—Detente, Astra, por favor. —Su voz sonó entrecortada, a causa del repentino esfuerzo que le demandó seguirla—. Jamás podrás escapar de este sitio. Ni tampoco de mí. ¡Tienes que asumirlo de una maldita vez!

La mujer hizo caso omiso a su exigencia y siguió caminando con decisión.

—Por fin, mi plan está a punto de dar sus frutos —advirtió la guardiana—. Pronto escaparé de esta prisión. Y toda mi cólera caerá sobre aquel que me encerró en ella. Él y todo cuanto ama sufrirán la furia de mi poder.

El hombre se detuvo, jadeante por un esfuerzo que no justificaba la intensidad de su ahogo, y vio como la mujer se perdía entre la asfixiante neblina blanca que los rodeaba.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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