Iris había desayunado sola aquella mañana. Luna aún seguía durmiendo. Y el resto de la gente en la orden ya hacía mucho tiempo que se había levantado. Entonces fue cuando entendió por qué cenaban tan pronto. Y, desde luego, no había sido buena idea quedarse mirando el móvil hasta las tantas. Aunque buena parte de la culpa de eso la había tenido Dreiss. Empeñado en no contarle de qué conocía a su padre, generó en ella una incertidumbre que no la dejó pegar ojo. Aun así, estaba dispuesta para afrontar lo que le deparase su primer día en la orden.
—¡Cincuenta flexiones! ¡Ya! —exclamó Gael.
Iris abrió unos ojos como platos. Solo de escucharlo, sintió que se le salían los pulmones por la boca. Su rostro debió palidecer tanto que despertó la preocupación de Álex.
—Tranquila, mujer —intervino, sujetándola por los hombros—. Solo está bromeando.
—No ha hecho ese una flexión en su vida —bromeó Lira, que estaba sentada en el alféizar de una ventana.
En ese momento, Dreiss accedió al patio con su habitual estilo trajeado y elegante. Álex se apartó, y Gael se fue para apoyarse en el reborde de la puerta, a un par de metros de donde se encontraba Lira.
—Muy bien, jovencita. —El mago se quitó la chaqueta, la dobló con pulcritud y la dejó reposar sobre el respaldo de un banco—. Espero que hayas descansado bien esta noche, porque hoy comienza tu entrenamiento.
El hombre hizo unos movimientos con las manos y una corriente de aire se sacudió alrededor de ellos, llevándose consigo el polvo y las hojas caídas de los árboles. Fue entonces cuando el mago se sentó en el suelo en posición de loto y apremió a Iris a hacer lo mismo frente a él.
—Lo primero que debes aprender es a canalizar tu energía. —La chica lo miró atenazada, sin la más remota idea de lo que debía hacer a continuación—. No te preocupes, te guiaré paso a paso. Lo más importante es que mantengas en todo momento la calma y la concentración. No te angusties ni te impacientes. Tenemos todo el tiempo del mundo.
La chica asintió con convicción, aunque sus compañeros no le quitaban el ojo de encima, y eso le hizo ponerse aún más nerviosa. Como si lo hubiera adivinado, Álex trató de calmarla con una sonrisa.
—Ya has hecho uso de tus poderes antes, al menos en dos o tres ocasiones. —Iris asintió con la cabeza—. Lo que necesito es que identifiques lo que sentías justo en ese momento.
—Calor —contestó ella en el acto—, un calor súbito que me invadía todo el cuerpo.
—No —repuso Dreiss—. No me refiero a las sensaciones de tu cuerpo. Tenías una energía que te desbordaba, lo que te llevó a la angustia, y se manifestó en forma de fuego. Olvídate de esa sensación de calor. Te hablo de algo mucho más profundo. ¿Qué era lo que sentías tú?
—Yo solo sentía miedo —titubeó Iris.
—Necesito que busques más allá del miedo. Cierra los ojos, olvida todo cuanto te rodea y relájate. —La chica siguió sus instrucciones—. Respira. Toma consciencia de cada músculo de tu cuerpo. Ahora te das cuenta de la tensión que acumulan, ¿verdad? Déjalos que reposen, como una sábana que cae suavemente sobre la cama.
Iris tragó saliva y se esforzó en hacerlo. Tomaba cada respiración lenta y profunda. Su cuerpo comenzó a relajarse, y su mente se vaciaba de todo pensamiento. Solo escuchaba la voz profunda y susurrante de Dreiss.
Por fin, creyó encontrar la sensación que buscaba. Al evocarla, se trasladó de inmediato al parque el día que mostró sus poderes a Luna. Sonrió. Y Dreiss debió darse cuenta de ello, a juzgar por el tono satisfecho con que habló después.
—Una sensación que te embarga el pecho. Que te desborda bajo la piel y que lucha por escapar de tu interior. —Iris no dijo nada, temerosa de perder la concentración, pero esa era justo la sensación que estaba experimentando—. No dejes que te desborde. Retenla en tu interior y haz que se expanda por todo tu cuerpo. Siente cómo esa energía electrizante te recorre la piel.
Iris notó cómo se le ponía el vello de punta. Su cuerpo vibraba bajo el hechizo embriagador de aquella corriente que la recorría.
—Abre los ojos —indicó Dreiss—. No pierdas la concentración.
Cuando Iris hizo lo que le había pedido el mago, la luz de la mañana le cegó la vista. Su cuerpo se tambaleó, y tuvo que volver a cerrar los ojos para no perder el control de su poder. Sin embargo, no tardó en volver a intentarlo. Separó los párpados con mucha delicadeza, dejando que su visión se acomodase a la luz. Poco a poco, se hizo consciente de todos los estímulos que había alrededor. El rumor del viento al mecer las hojas de los árboles, el chapoteo del agua en una fuente remota, el canturreo de los pajarillos que se posaban en los tejados. Pudo controlar su energía. Aunque la mirada fija de Álex no se lo puso nada fácil.
Frente a la chica, Dreiss hacía levitar una pequeña piedra por encima de uno de sus hombros. Ni siquiera necesitaba mirarla para ejercer su control sobre ella.
—Extiende las manos, despacio.
La chica así lo hizo. Y el mago movió con suavidad la piedra hasta colocarla justo encima de sus palmas.
—Ahora que ya has dominado el control de tu energía, debes aprender a proyectarla. Es fácil. Solo debes creer en ello. —Iris, que seguía batallando por mantener la concentración, se limitó a asentir con un parpadeo—. Imagina que una pequeña parte de esa energía escapa a través de tus manos. Dirígela hacia arriba, como una columna que sostiene la piedra. Y recuerda que la energía no puede exteriorizarse sin movimiento.
La joven se afanó en hacer lo que le indicaba. Había conseguido sentir un ligero ardor en las yemas de los dedos. Sin embargo, no era capaz de dirigirlo hacía arriba. Toda aquella energía se quedaba rodeando sus manos como una nube de polvo.
—Sé que tienes miedo de perder el control. —La expresión de la chica fue suficiente para confirmarlo—. Es como una válvula de gas. Si la abres demasiado, todo volará por los aires. Si no la abres lo suficiente, la llama jamás se encenderá. Debes encontrar el punto justo.
Editado: 30.12.2023