Iris había pasado toda la tarde en las afueras de la orden, tal y como llevaba haciendo desde hacía semanas. Gracias a Gael, había descubierto todo el saber que podía encontrar en los libros, y las pocas ganas que tenía de encontrarse con sus otros dos compañeros habían hecho que dejase de ir al patio. Así, la chica se pasaba las mañanas metida en la biblioteca, las tardes entrenando en la soledad que le procuraba el valle entre montañas, y acudía al comedor a deshoras. Casi se había convertido en un espectro para los moradores de la orden, un ser que merodeaba por allí sin ser visto. La única visita que recibía era la de Luna cada noche, antes de que llegase el momento de irse a dormir. Ella también había encontrado una ocupación en la orden. Dado que tenía una nula afinidad por la magia, Dreiss había consentido que aportase su granito de arena prestando su ayuda en las tareas diarias del lugar. Aunque el mago era en un principio reticente, Luna insistió hasta que logró convencerlo. Lo cierto es que Iris no le había preguntado nunca sus razones, pero suponía que solo trataba de sentirse útil.
La chica abrió los ojos. Sonrió al recordar su primer día, donde imaginaba pequeños torbellinos de aire para levantar un pequeño guijarro. Gracias a las técnicas aprendidas en los libros, ya no necesitaba visualizar nada, y se había dado cuenta de que bastaba con mover las manos mientras lo creía posible. Con el entramiento llegado a su fin, Iris exhaló el aire de sus pulmones, y una gran roca, del tamaño de un elefante, cayó a plomo sobre la tierra, levantando una enorme polvareda que la hizo toser con un profundo sentimiento de satisfacción.
Se puso en pie e hizo que una corriente de aire, suave y agradable, la recorriera para llevarse el polvo de su ropa. De vuelta a la orden, no hizo más que atravesar el vestíbulo cuando se encontró de sopetón con Álex. El chico, que tampoco debía esperarlo, se quedó tan atenazado como ella, aunque su rostro tomó un cariz entusiasta.
—Hola —saludó Iris por cortesía, que lo sobrepasó para dejarlo atrás.
—Hola —repitió él, sin más.
La chica siguió andando, trataba de alejarse lo más rápido posible de su compañero. Sin embargo, el alivio inicial de que no la buscase, acabó por convertirse en una dolorosa decepción. En el fondo, lo que sentía hacia él seguía siendo demasiado fuerte.
De pronto, oyó el eco de unas zancadas que se aproximaban hacia ella.
—¡Espera, Iris!
La chica se encogió ilusionada, con los ojos brillantes y una sonrisa en los labios. Sin embargo, se esforzó por dibujar una expresión vacía antes de darse la vuelta.
—¿Qué quieres? —le preguntó, con una voz tan seca que en el fondo se arrepintió.
—Yo... —Pareció que se armaba de valor para decirle algo, pero el corte de Iris debió sorprenderlo—. ¿Cómo te encuentras? —terminó por decir, en lo que se antojaba una típica frase cordial.
—Dudo mucho que eso te importe —le espetó ella.
—¿Qué dices? —replicó él, contrariado—. ¡Claro que me importa!
—Pues no lo parece.
El chico la miró vacilante. Parecía no tener muy claro qué decir.
—A ver, Iris —suspiró—. ¿Por qué no me dices qué te pasa conmigo?
—No me pasa nada —respondió, cruzándose de brazos.
—Iris, llevas semanas evitándome.
—¿Y por qué has esperado semanas para preguntarme por ello? ¿No dices que te importo tanto?
—Lo intenté, pero te esforzabas en alejarte de mí. Y, alguna vez que nos hemos visto, te he notado tan molesta que no me he atrevido a decirte nada.
—Lo que tenías que decirme, me lo dejaste bien claro aquel día.
—¿Qué? —El joven se quedó descolocado—. ¿Cuándo hemos hablamos tú y yo? ¿Cuánto te he dicho algo que pudiera hacerte tanto daño?
—El día que me enseñaste que una mirada puede ser mucho más cruel que las palabras, o que un ataque de celos de una bruja loca.
—Pero ¿de qué estás hablando?
—¡Estoy hablando de la psicópata de tu novia! —estalló.
—A ver, Iris. —Álex se frotó los ojos y rebajó su tono de voz—. Perdiste el control y acabaste haciendo daño a Lira. Entiendo que estuvieras disgustada con ella por algo que pasara entre vosotras, pero eso no te daba ningún derecho a hacer lo que le hiciste. —El rostro de Iris comenzó a ponerse rojo, cada vez más cargado de rabia—. Pero creo que deberíamos intentar arreglarlo. Estoy seguro de que Lira aceptará tus disculpas. —Iris casi podía notar su cabeza echando humo—. Después de todo, aquello solo quedó en un susto.
—¿Un susto? —repitió Iris, con voz ahogada—. ¡¿Un susto?! —La chica se levantó la manga para mostrarle la cicatriz que tenía en el brazo. La herida había desparecido hacía tiempo, pero una marca rosada aún le contorneaba el lateral—. ¡Solo quedó en un susto porque conseguí apartarme a tiempo!
—¿Insinúas que eso te lo hizo ella?
—¿Insinúo? —La chica le señaló de malas formas—. Si llego a tardar un solo segundo más, me hubiera rebanado el cuello. Tuve que esquivar bolas de hielo, lenguas de fuego y ese maldito disco de energía afilada. Intentó apresarme con las ramas de un árbol. Me lanzó con todas sus fuerzas contra la pared. Me acorraló para invocar una lluvia de agujas de hielo que estuvieron a punto de atravesarme. ¿Qué demonios dices que estoy insinuando?
—¿Cómo? —Álex se quedó perplejo al escuchar la versión de Iris. Y ella sintió una leve brisa de alivio al habérselo contado por fin. Sin embargo, la rabia no tardó en reaparecer, todavía con más ímpetu, cuando Álex añadió—: Lira jamás haría una cosa así.
—¡Aarg! —gritó Iris, con el rostro encendido.
—Cálmate, por favor —le pidió él, con voz conciliadora.
—Eso fue justo lo que le pasó conmigo —comentó Lira desde lejos.
La chica se acercaba a ellos acompañada por Gael. El joven prefirió guardar las distancias y se quedó recostado sobre uno de los pilares del pasillo. Ella, sin embargo, caminó hasta colocarse junto a los dos.
Editado: 30.12.2023