Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 21

Iris ya había sentido aquel mareo en otras dos ocasiones. La primera fue cuando Dreiss las transportó hasta la orden. La segunda, cuando Gael le demostró sus habilidades psíquicas. Y, tras esa tercera vez, sospechaba que no acabaría de acostumbrarse nunca. Estaba doblada sobre sí misma, con el estómago retorcido y la respiración entrecortada. Sin embargo, Luna la miraba con un gesto burlón.

—No tiene gracia —replicó Iris.

—¡Venga, anímate! —exclamó su amiga—. ¿No decías que querías conocer mundo?

—Hace un frío que pela en este sitio —comentó mientras se incorporaba, sintiéndose ya algo mejor.

Iris oteó el horizonte desde la ladera de la montaña. La neblina no la dejaba ver lo que había al final, pero la temperatura gélida que gobernaba allí le hizo suponer que se encontraban a una gran altitud.

—Parece que se aproxima una ventisca —indicó Luna.

Iris miró hacia donde lo hacía su compañera. Una cortina grisácea enturbiaba el cielo, y el aire cada vez se movía en ráfagas más intensas.

—Deberíamos darnos prisa.

Iris echó a andar con ligereza. Sin embargo, Luna no tardó en agarrarla del brazo.

—Ya sabes lo que ha dicho Dreiss. —Luna elevó el dedo en un gesto tajante—. Nada de riesgos. —Iris esbozó una sonrisa franca y asintió—. ¿Funciona la pulsera?

La chica la observó con diligencia. Bajo el intricado mecanismo, podían verse unos engranajes en movimiento, arropados por una tenue luz azulada que parecía provenir del fondo.

—Parece que sí.

—¿Parece?

Iris rio y, en ese momento, un vendaval las arrastró unos metros ladera abajo. Consiguieron mantener el equilibrio, pero a punto estuvieron de caerse.

—Será mejor que busquemos esa cueva cuanto antes.

Para entonces, el aire de la montaña, que comenzaba a calarlas hasta los huesos, se hacía irrespirable cada vez que arreciaba. A veces, era tan intenso que las obligaba a detenerse para soportar el ahogo que producía.

—¿Dónde se supone que está? —gritó Luna para conseguir que se la oyese más allá del rumor de la ventisca.

—No lo sé —respondió Iris—, pero no creo que Dreiss no haya mandado demasiado lejos.

—Deberíamos seguir la vereda.

Las chicas se apretujaron para resistir las inclemencias del temporal. Juntas, se ayudaron a avanzar mientras peleaban por mantener el equilibrio.

La niebla comenzó a cerrarse a su alrededor. Cada vez podían distinguir peor los detalles del terreno.

—Iris, debemos volver. —La chica no contestó y tiró de Luna—. No se ve nada, así no podremos encontrar la cueva. Vamos a acabar perdidas y cayendo por algún precipicio. —De nuevo, la otra hizo caso omiso a sus palabras—. ¡Iris!

Contrariada, Iris se dio media vuelta para enfrentar a Luna, pero uno de sus talones se quedó enganchado en una piedra y cayó de espaldas. Rodó varios metros, alcanzando tanta velocidad que anticipó un golpe fatídico. Por fortuna, un denso manto de nieve amortiguó el impacto.

Con la ropa humedecida y el vello de punta, se puso de pie y se abrazó a sí misma para protegerse del frío. Barrió el horizonte en busca de su amiga, pero la niebla solo la dejaba ver a tres o cuatro pasos más allá.

—¡Luna! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Luna! —insistió casi chillando, pero se dio cuenta de que el viento aplacaba su voz.

Se encogió sobre sí misma, al sentir una espantosa sacudida que le recorrió el cuerpo. No fue a causa del frío, sino por una misteriosa sensación de que algo malo estaba a punto de suceder. El aire comenzó a silbar a su paso por las escarpas del terreno. Iris se dio cuenta de que cualquier movimiento podría ser un paso en falso que la hiciera volver a tropezar. Quizá su acompañante ya hubiera sido víctima de esa trampa, y hubiera corrido un destino mucho peor que el suyo.

—¡Luna! —volvió a gritar.

De nuevo, el silencio por respuesta. Miró a todas partes, pero tampoco sabía desde dónde había caído. Así que ni siquiera tuvo la opción de volver sobre sus pasos.

Iris se miró la pulsera que le había dado Dreiss y no pudo evitar sentir una punzada en el corazón. Ella tenía la oportunidad de volver en cualquier momento, pero Luna estaría condenada si se perdía en la montaña. Debía encontrarla como fuese. Así pues, llegó a la conclusión de que no le quedaba más remedio que avanzar hacia alguna parte. Se movió sobre el terreno con suavidad, mirando muy bien dónde pisaba. Sin embargo, llegó a descubrir demasiado tarde que no todo el suelo que parecía firme resultaba serlo. La escharcha se hundió bajo sus pies, haciendo que perdiese el equilibrio. Iris danzó sobre sus pies, encadenando un tropezón tras otro, hasta que terminó balanceándose al borde de un precipicio. La niebla no le permitió ver el final, pero el impacto lejano de una piedrecilla, que había rodado bajo sus botas hasta caer por el abismo, reveló la gran altura a la que se encontraba. Sacudió los brazos, como si intentase nadar en el aire para echarse atrás. Una descarga de adrenalina le había puesto el corazón en la boca. Dobló las piernas, intentando cargar el peso de su cuerpo para que no sucumbiera a la caída. Pero todo lo que intentó le resultó inútil. Por un momento, se sintió en el interior de una burbuja, y el tiempo pareció ralentizarse cuando notó cómo se abocaba al vacío. En ese momento, a punto de precipitarse a las fauces del abismo, notó que la bruma que la rodeaba se volvía densa, amortiguando su caída como si flotase en el aire. Pensó que sus poderes mágicos habían despertado por instinto para salvarla de una muerte segura. De alguna forma, se había quedado suspendida al filo del despeñadero. Y, unos momentos más tarde, una fuerza inesperada la arrastró lejos de allí. Una vez en tierra firme, se dejó caer al suelo con la respiración ahogada.

—Ha faltado poco —dijo Luna, con la cara sofocada por el esfuerzo.

Iris la miró con ojos grandes y el rostro desencajado. Podía percibirse el alivio bajo la distorsión de su mueca horrorizada.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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