Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 22

Iris golpeó con los puños el pecho de Álex, descargando toda su furia contra él. Él joven lo aguantó con estoicismo, mientras traba de hacer que la chica se calmase.

—¡Qué has hecho, maldita sea! —le acusó—. ¡No debiste haberme traído!

En ese momento, Gael y Lira llegaron al vestíbulo. Por su parte, Dreiss no tardó en aparecer recorriendo los pasillos al encuentro del grupo, escandalizado por las voces de Iris, que parecían hacerse eco en todo el lugar.

—¿Qué ha pasado? —inquirió.

La chica se giró hacia él y le ordenó:

—Tienes que mandarme de vuelta. —El mago la miró desconcertado, sin entender qué estaba ocurriendo—. ¡Tengo que volver a buscarla!

—¿Luna? —adivinó Dreiss, después de pasar la vista por el resto del grupo y echarla en falta—. ¿Es que se ha perdido?

—No —intervino Gael, con voz quebrada—. Ha muerto.

—La cueva se vino abajo —explicó Álex—. No encontramos a ningún secuaz de Astra allí. Creemos que expusieron su ubicación a propósito para conducirnos a una trampa.

—Nosotros pudimos escapar a tiempo —añadió Gael—, pero Luna quedó rezagada y se hundió con la cueva.

—Pero tal vez siga viva —insistió Iris.

—Cayó desde una altura enorme, y todo el techo se le vino encima —apuntó Lira—. Es imposible que sobreviviera a algo así.

—¡No podemos estar seguros! —exclamó Iris.

Dreiss cerró los ojos y tomó una inspiración profunda, sumiéndose en un estado de máxima concentración. Los chicos lo miraron expectantes, durante unos segundos en los que permaneció inmóvil.

—Lira tiene razón —afirmó, justo antes de volver a abrir los ojos—. No queda rastro de la presencia de Luna en este mundo. Me temo que la hemos perdido.

Iris, que en un primer momento se quedó paralizada, comenzó a dar golpes en el suelo con los pies.

—¡No! ¡No! —decía, con la voz desgarrada—. ¡No puede ser!

Álex se apresuró a estrecharla entre sus brazos.

—No hay nada que podamos hacer, Iris —le dijo, mientras la acariciaba el cabello—. Lo único que nos queda es ser fuertes y seguir adelante. Hazlo por ella.

La joven, entre los brazos de su compañero, estalló en un llanto desconsolado. Se sentía responsable de la muerte de su amiga, y eso la hizo pensar también en su madre.

—No puedo más —dijo, entonces, apartándose con brusquedad de él—. Por poco no consiguieron acabar con mi madre. Y, ahora, Luna está muerta. Pero esto se ha acabado. Me vuelvo a casa.

—Iris —intervino Dreiss—, entiendo que estés destrozada ahora mismo. Estás pasando por uno de los momentos más duros de toda tu vida. Pero eso no debería hacer que tomes decisiones precipitadas.

—Ya he tomado demasiadas malas decisiones, como la de aceptar que obligaras a Luna a acompañarme a esa maldita cueva —le espetó—. Ella no tenía poderes. Debería haberse quedado en la orden. —La chica arrugó el rostro y exclamó—: ¡Has sido tú quien la ha matado!

—Eso no es cierto —intervino Álex—. Estás enfadada y no piensas con claridad. Estoy seguro de que mañana lo verás todo de otra forma.

Sin embargo, Iris sacudió la cabeza y se encaminó hacia la puerta de salida.

—Nada va a hacerme cambiar de opinión —dijo, mientras se alejaba—. Las cosas han llegado demasiado lejos, y no pienso causarle más daño a la gente que me rodea. Y menos si es por culpa de otros.

—Si marcharte es lo que quieres, no te lo voy a impedir —aseveró Dreiss—, pero debo recordarte el peligro que corres si abandonas la protección de la orden.

Iris, con la mano ya apoyada en el picaporte, echó la vista atrás.

—Si lo que quieres es que no corra peligro, dime, ¿vas a mandarme a casa o tendré que caminar hasta ella? —replicó, con expresión dura.

—Fallaría a Cassius si te enviara a la boca del lobo. Mi consejo —Dreiss vaciló por un instante y se corrigió, poniendo énfasis en la palabra—: Mi súplica es que te quedes en la orden. Pero la decisión de aceptarla o no es solo tuya.

Iris se limitó a dedicarle una sonrisa amarga y abandonó el edificio. Ni siquiera sabía dónde se encontraba aquel lugar. Tampoco podía comprobarlo con el móvil porque se lo había dejado en su cuarto, pero su orgullo le impidió volver para recogerlo. Se dijo que bien podría estar a las afueras de su ciudad o, tal vez, en la otra punta del mundo. Aun así, dispuesta a llevar su decisión hasta el extremo, se encogió bajo los ropajes para protegerse del frío y siguió avanzando.

No supo por cuanto tiempo había caminado, cuando las plantas de los pies comenzaron a arderle. Al fin y al cabo, el peso de lo vivido en la cueva le estaba pasando factura. Y solo pudo aguantar un poco más hasta que tuvo que sentarse en un tronco caído para tomarse un descanso. Echando la vista atrás, se dio cuenta de lo lejos que estaba. Ya no quedaba ni rastro de la orden en el horizonte.

Para entonces, ya comenzaba a oscurecer, y el frío que traía consigo la puesta de sol hizo que exhalara una pequeña nube de vaho. Se frotó las manos para entrar en calor, pero eso no hizo que pudiese evitar una repentina tiritona. La ropa, todavía húmeda, tampoco la ayudaba a mantener el calor corporal. Extendió el brazo e invocó una pequeña llama con la que calentarse. Sin embargo, todo lo que consiguió fue un leve chisporroteo, que se extinguió en un fino hilillo de humo sobre la palma de su mano. Se dio cuenta de que no le quedaban energías.

Miró a su alrededor en busca de un refugio. Poco a poco, las figuras que la rodeaban empezaban a fundirse con las sombras de la noche. Aun así, pudo reconocer una vieja choza de pastores en la lejanía. Parecía estar en buen estado, y, en su interior, tal vez no conseguiría invocar una llama que flotase en el aire, pero sí una pequeña chispa que encendiese una hoguera. Puso rumbo hacía allá, encogida por el frío y renqueante por el dolor en los pies. Aún le quedaba un buen trecho por caminar. Mientras tanto, la noche caía implacable sobre ella. De repente, sintió un escalofrío, víctima de esa aterradora sensación que recorre la espalda cuando alguien vigila entre las sombras.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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