Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 23

Cuando Iris volvió a abrir los ojos, se descubrió yaciente en la cama de su habitación. Gael la había devuelto a la orden.

El resplandor de la luna, que se colaba a través de las cortinas entreabiertas, iluminó con palidez su mueca de dolor al moverse. Sentía la cara hinchada, las costillas rotas y el cuerpo magullado. Las plantas de los pies le ardían cada vez que estiraba los dedos. Y el solo roce de las sábanas parecía cortarle la piel. Había recibido la mayor paliza de su vida, y no le quedaba ni una gota de energía con la que hacer un hechizo de sanación. Intentó tomar una respiración profunda a través de la boca. Su mandíbula crujió a punto de dislocarse, y una punzada en el costado la obligó a desistir. Y, por si fuera poco, estaba convencida de que también se había roto un brazo.

De nuevo, intentó moverse. Arrugó el rostro, dispuesta a soportar el dolor que eso le provocaba. Sin embargo, su cuerpo parecía pesarle como si sus huesos fueran de plomo. No solo estaba herida, sino también profundamente cansada. Apenas tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos.

Se dejó caer sobre la cama y suspiró. Desde que toda aquella historia había empezado, cuando se rompió la esfera de cristal, todo lo que había visto era sufrimiento. Entonces, solo pudo pensar en Luna. En la última mirada de horror que le dedicó, con el suelo resquebrajándose a sus pies y sabiendo cuál era su destino. Una lágrima ardiente recorrió su mejilla. Se deslizó la lengua por unos labios secos y agrietados. En aquel instante, el dolor de su cuerpo era tan intenso como el de su corazón.

Luchó por mantener los ojos abiertos. Tenía muchas ganas de dormir. Pero, en el fondo, le aterrorizaba la idea de no volver a despertarse. Los pensamientos se agolparon en su mente, rememorando la lucha con los esbirros de Astra. Se preguntó el porqué de todo ello. Uno de los secuaces, cegado por odio y el sadismo, se había ensañado con ella hasta casi matarla a golpes. El otro, en cambio, la había tenido en bandeja y vaciló. Puede que aún quedase algo de bondad en él. O quizá se había dado cuenta a tiempo del deshonor que había en una victoria fácil. Al fin y al cabo, habían jugado sucio contra ella. Los habían conducido a una trampa mortal y, luego, la atacaron en superioridad numérica, aprovechando que estaba débil y sola. Aun así, se reconfortó en la conclusión que sacó de todo ello: si actuaban así, era porque sabían que no podían vencerla en un combate justo.

En ese momento, un agradable aroma a tierra mojada se coló en la habitación. Y, junto a un ánimo renovado, apretó los dientes para soportar el dolor y se incorporó sobre la cama.

—No importa caer, sino volver a levantarse —se dijo a sí misma en voz alta.

Con un último esfuerzo, en el que ahogó un grito tormentoso, se puso en pie. Cojeó hasta la puerta y se echó a vagar por los pasillos. Los recorrió con dificultad, en busca de alguna cara conocida a la que poder demostrar que no estaba dispuesta a rendirse. Que estaba preparada para hacer lo que fuese necesario para acabar con todo aquello.

Al fondo, vio la figura imponente de Dreiss, con Álex a un lado y Gael al otro. Los tres parecían confrontar a Lira con dureza. El rostro de la chica, que rebatía las palabras de los magos una y otra vez, parecía cargado de indignación. Gesticulaba con movimientos amplios y desesperados, como quien se esfuerza en explicar algo a alguien que no lo entiende. Aun así, los otros tres parecían no desistir en sus reproches. Hasta que, al final, Dreiss hizo un gesto con el que le ordenó que se marchase. Lira dijo algo, pero el mago insistió con severidad. La chica, que arrugó el rostro en una expresión de rabia contenida, se dio media vuelta y se marchó ofuscada, maldiciendo entre dientes y haciendo que sus pisotones resonaran por el pasillo. Los otros tres intercambiaron algunas palabras más entre ellos. Aún parecían indignados por algo, pero no parecían reprocharse nada, pues insistían en mirar una y otra vez en la dirección por la que se había marchado Lira.

Iris no había podido escuchar ni una sola palabra desde allí, todo lo había supuesto por los gestos. Tampoco supo adivinar el porqué, pero estaba claro que estaban muy enfadados con su compañera. Entonces, Dreiss levantó la vista y se percató de su presencia en la lejanía. Debió advertir de ello a Álex, que miró al instante hacia allá. Entonces, intercambiaron unas últimas palabras, y Dreiss y Gael se marcharon cada uno por su lado. Álex, sin embargo, caminó hacia Iris con expresión ambigua. Por un lado, parecía sonreír de verla en pie. Por el otro, debía estar preocupado porque estuviese fuera de la cama.

—¿Estás bien, Iris? —se apresuró a decirle, cuando aún le quedaba un buen trecho para llegar—. ¿No deberías estar descansando?

—Quería tomar el aire —respondió, aparentando indiferencia, aunque era evidente que el dolor hacía mella en su voz—. ¿Qué ha pasado con Lira?

—No te preocupes por eso ahora, no tiene importancia. —El chico le puso la mano en el hombro, e Iris dio un respingo quejumbroso—. Perdón, lo siento —dijo Álex, echándose atrás con rapidez—. Debes estar muy dolorida.

—Solo es un rasguño.

El chico sonrió.

—Eres una mujer fuerte y valiente, Iris. Eso ya lo sabíamos incluso antes de que lo demostraras con creces en la cueva. Pero, ahora, lo que necesitas es descansar.

Iris suspiró, dejando caer los hombros y encogiendo su cuerpo. Desde que había visto aproximarse al joven, su empeño por mantener la postura erguida la estaba matando de dolor.

—Supongo que tienes razón —confesó entonces, permitiéndose esbozar una sonrisa vulnerable—. Aunque me hubiera gustado agradecerle su ayuda a Gael.

—Bueno, tú le has salvado la vida a él antes. Se podría decir que estáis en paz.

—¿Cómo es que ha aparecido por allí? —quiso saber intrigada.

—Cuando te marchaste, insistimos a Dreiss que nos dejase ir en tu busca. Él se negó. Decía que solo tú podías tomar la decisión de regresar. En el fondo, pensó que te arrepentirías en cuanto te alejases lo suficiente de la orden. Pero el tiempo pasaba y tú no aparecías. Así que volvimos a pedirle permiso. —Álex suspiró—. Se cerró en banda y no hubo manera de convencerlo. Así que cada uno se marchó a su cuarto. O eso se suponía, porque decidimos desobedecerle. —El joven apretó contrariado los labios—. Gael y yo, en realidad. Lira se negó a desobedecer a Dreiss y se metió en su habitación. Aun así, nosotros seguimos adelante con el plan. Como no sabíamos qué dirección habrías tomado, decidimos separarnos. Él siguió el camino del norte, y yo el del noroeste. Como eran las dos rutas principales, confiamos en que hubieras seguido alguna de ellas.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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