Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 24

Con la cabeza hundida entre los hombros, el cabello encrespado le caía sobre la cara. La espera se estaba haciendo mucho más dura de lo que pudo llegar a imaginar, y la desesperación por escapar de allí ya rayaba los límites de la locura.

Astra suspiró, aunque aquella presión que le embargaba el pecho impidió que se sintiese aliviada.

—Tic, tac. Tic, tac. —Era la misma voz de aquel hombre que siempre se esmeraba por incordiarla—. Pasan los días y todo continúa igual. Sigues encerrada en esta prisión, sin noticias de tu fiel informante.

—Vendrá —repuso con voz aireada.

—Ya te advertí de que no lo conseguiría. Y, después de todo este tiempo, tal vez deberías comenzar a plantearte la posibilidad de darme la razón. —El hombre ladeó la cabeza ante la impavidez de Astra—. ¿O es que aún confías en su lealtad?

—Tú ya te encargaste de enseñarme muy bien el valor de la lealtad. Eso es lo único que tengo que agradecerte.

—¿Y entonces? —objetó él, enajenado—. ¿Por qué mantienes aún la confianza? ¿Es que acaso no aprendiste la lección?

—¡Claro que la aprendí! Y no pienso volver a caer en ese error —replicó ella, con la voz rasgada y enseñando los dientes. Tras unos segundos, en los que lo miró con dureza, se obligó a calmarse y añadió—: Por eso, esta vez no se trata de una cuestión de lealtad, sino de esperanza.

El hombre soltó una risotada desmedida, casi teatral, cuyo único propósito era el de humillarla.

—Así que tu mayor garantía de que todo tu plan salga bien es encomendarte a la suerte.

Ella contraatacó con la misma risa que él, aunque mucho más malévola, y le dijo:

—Tal vez sea una fe demasiado endeble, pero es el único recurso que me queda. De todas formas, tú también deberías empezar a encomendarte a la suerte, Cassius. Al fin y al cabo, ninguno de los dos sabe cuál será el destino de tu hija. Ya sabes que escapar de aquí tal vez exija su sacrificio.

El rostro de Cassius palideció de repente.

—No tienes por qué hacerle daño a mi hija, Astra. Ella no tiene la culpa de nada de lo que sucedió.

—Haberlo pensado antes de legarle el poder de Éderam a una niña indefensa.

El hombre agachó la cabeza y suspiró.

—No tuve otra alternativa.

—Por supuesto que la tuviste. Pero eras demasiado cobarde para dar la cara entonces. Y lo sigues siendo hoy, casi veinte años después, aun con la vida de tu hija pendiendo de un hilo.

La hechicera, descompuesta como cada vez que hablaba con aquel hombre, comenzó a caminar hacia ninguna parte. Cassius, que se había quedado pasmado por unos segundos, se echó a perseguirla.

—Astra —le dijo, con la voz suave de alguien que intentaba hacerla entrar en razón.

—Tú me encerraste en este lugar. Y podrías volver a sacarme de aquí cuando quisieses. Pero no lo haces. Y, en su lugar, prefieres poner a tu hija en peligro. —Astra aplaudió, y lo hizo durante un buen rato, deleitándose en ello—. Felicidades, Cassius. Has demostrado ser tan buen padre como amigo.

—Todo lo que he hecho, ha sido por mi familia —replicó él, con el orgullo herido.

—Eso cuéntaselo a tu hija. —Astra se encogió de hombros y añadió—: Si es que aún sigue viva. —El hombre arrugó el rostro en una expresión furibunda. Quiso decir algo, pero ella se le adelantó—. Oh, y eso por no mencionar a Delia, tu querido amorcito. Pobre, confinada en la cama de un hospital. Dime, Cassius, ¿cuántos más tienen que sufrir para que dejes de culpar a los demás y asumas las consecuencias de tus actos? —La hechicera resopló—. No sabes lo mucho que me avergüenza recordar cuánto te admiré.

—Me temo que lo que tú sentías hacia mí era mucho más que admiración, Astra.

—Puede que sí —confesó ella—. Pero eso fue hace mucho tiempo. Y, ahora, lo único que despiertas en mí es aversión. —La hechicera se alejó del hombre a paso rápido, mientras este se quedaba paralizado tras ella.

—¡Astra! —gritó él, mientras se esforzaba en vano por moverse—. ¡Astra! ¡No puedes dejarme así!

—Me he cansado de tu compañía por hoy, Cassius —le anunció, mientras continuaba su camino—. Nuestra conversación ha terminado, y puede que haya sido la última.

Cassius, sin poder despegarlos pies del suelo, apretó los puños y lanzó un grito furioso a la infinita blancura de la prisión.



#3074 en Fantasía
#585 en Magia

En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.