Los dos escarabajos corretearon nerviosos sobre la mesa. Lira había invocado unos muros invisibles a su alrededor que no los dejaban escapar. Mientras tanto, los contempló durante un rato con expresión vacía. Hasta que sus ojos se tornaron violáceos por un instante, y los animalillos se quedaron paralizados. A partir de ahí, controló a capricho su voluntad.
Los escarabajos se movieron hacia el centro de la mesa, donde se pusieron uno frente al otro como si se estuviesen mirando.
—Hola, Lira, ¿cómo has pasado hoy la noche? —dijo ella, imitando toscamente la voz de Álex—. ¿Has dormido bien?
—¡Como un tronco! —exclamó, mientras el escarabajo en que se personificaba movía las antenas—. ¿Y tú?
—No muy bien, a decir verdad.
—¿Y eso por qué? ¿Es que hay alguna cosa que te preocupa?
El escarabajo agachó la cabeza.
—Creo que ya es hora de que te confiese algo, Lira. Si he pasado la noche en vela es porque no he podido dejar de pensar en ti. Llevo demasiado tiempo callándomelo, guardándomelo en lo más profundo de mi ser. Pero no puedo seguir huyendo de la verdad. —Lira hizo una pausa dramática que extendió por unos segundos—. Estoy enamorado de ti.
—Eso ya lo sé. ¿O es que crees que no he visto cómo me mirabas?, ¿cómo te temblaban las manos cuando estabas cerca de mí?
—¿De verdad? —El escarabajo retrocedió unos centímetros—. Me siento un poco avergonzado.
—No tienes por qué —dijo Lira, haciendo que el otro insecto se le acercase—. He esperado tanto este momento...
Los dos animalillos permanecieron mirándose por unos instantes, hasta que se abalanzaron el uno sobre el otro para juntar sus cabezas, como si se estuviesen fundiendo en un beso apasionado. Entonces, Lira lanzó un tercer escarabajo al escritorio, que corrió hacia los otros dos para enzarzarse con ellos en una pelea.
—Soy Iris —vociferó entre dientes—, la bruja mala que ha venido a destruir tu vida.
Los bichos se enfrentaron entre sí, hasta que uno de ellos huyó hacia una de las esquinas. Y, de los dos que quedaron, uno de ellos se subió encima del otro, abrazándole el cuerpo con sus patas.
—Ahora eres solo mío, prisionero de un hechizo del que nunca podrás escapar. A partir de este momento, solo tendrás ojos para mí, y me demostrarás tu amor odiando a Lira.
—Oh, Iris —imitó con voz melosa—. Te amo, amor mío.
La chica lanzó besos al aire, como si fueran los propios escarabajos abrazados quienes lo hacían. Y, entonces, dejándose llevar por un acceso de rabia, descargó el puño sobre ellos. El crujido de sus cuerpos se ahogó bajo el guante de piel que llevaba puesto la chica, que luego se quitó, salpicado por las vísceras de los escarabajos, y lo lanzó con todas sus fuerzas a través de la ventana.
Suspiró, se levantó de la silla para deambular por el cuarto y acabó decidiendo que necesitaba tomar un poco el aire. Así pues, abandonó su habitación hacia el vestíbulo de la orden. Mientras avanzaba por el pasillo, Gael atravesó más adelante por otro que lo cruzaba. Volvió la cabeza para mirar que se trataba de su compañera, y no tardó en devolver la vista al frente, siguiendo su camino sin dirigirle la palabra. Lira, sin embargo, echó a correr hasta alcanzar el cruce.
—¿Es que piensas estar mucho tiempo enfadado conmigo? —le reprochó, plantada en mitad del corredor con los brazos en la cintura.
Gael se dio la media vuelta y la encaró con rostro furioso.
—El mundo no se mueve alrededor de ti, Lira. Supera de una maldita vez tu egocentrismo.
—Cálmate, ¿quieres? Solo he cometido un error, nada más.
—¿Un error? —Gael sacudió el cuerpo, indignado—. ¡Querías matarla! ¡¿En qué demonios estabas pensando?!
—Yo solo pensaba en lo mejor para nuestra familia. Somos todo lo que tenemos, Gael, y debemos protegernos los unos a los otros. Yo solo tomé la decisión que creí oportuna.
—Fueron tus celos los que tomaron esa decisión, y casi lo arruinas todo con ello.
—Ya lo sé, hay que parar a Astra, ¡claro! —Lira sacudió la cabeza—. Supongo que eso es lo único que os importa a todos.
—Tú lo has dicho antes, aquí todos somos una familia. Y esa familia es La Hermandad. Su destino es mucho más importante que el de cualquiera de nosotros.
Lira soltó una carcajada.
—La Hermandad murió mucho antes de que tú llegaras a este sitio. Pero parece que no te has enterado de nada en todo este tiempo.
—¿Eso crees? —repuso el joven con expresión desdeñosa—. Tal vez, te sorprendería descubrir lo equivocadas que estás.
Lira entornó los ojos.
—¿Es que estás tramando algo a espaldas de Dreiss? —le acusó ella—. ¿Debería advertirle de que hay un traidor entre nosotros?
—Sí —replicó él—, y asegúrate de darle tu nombre.
El joven hizo ademán de marcharse, pero Lira se lo impidió.
—¿Cómo puedes decir algo así? —terció ella, apretando los dientes—. Yo soy la que más ha perdido con todo esto. Que Iris viniese me ha dejado en segundo plano, y parece que ha conseguido volveros a todos en mi contra. —La chica suspiró entristecida, como si fuese a echarse a llorar en cualquier momento—. ¡Me he dejado la piel por esta familia y lo único que tengo a cambio es vuestro odio!
—¿Sabes qué? —replicó el joven—. Estoy demasiado ocupado para tener que lidiar ahora con tus victimismos. —Gael se giró y se echó a caminar—. Podremos retomar esta conversación cuando madures.
Lira vio como su compañero recorría los pasillos hasta perderse en ellos. Con los puños apretados, intentó controlar la rabia que sentía. Sin embargo, un calor sofocante, que le incendió repentinamente la piel, acabó por hacerla estallar. Entonces, dio un grito y estiró los brazos, generando una intensa corriente que arrastró los muebles y reventó los cristales de las ventanas. Los fuegos de los candiles se extinguieron. Y la joven quedó encorvada sobre sí misma, con la cabeza hundida entre sus hombros, jadeante en mitad de la penumbra en que la había sumido su arrebato.
Editado: 30.12.2023