Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 36

Por fin había llegado el día que tanto había esperado. Estaba a punto de encerrar para siempre a Astra en su prisión y, sin la ayuda de su maestra, los secuaces no tardarían en rendir cuentas ante La Hermandad. Iris estaba más nerviosa que nunca. Sentía una opresión en el pecho y el palpitar de su corazón. Sabía cuánto se jugaba aquella mañana: la posibilidad de acabar con toda aquella pesadilla y volver al lado de su madre. Pese a todo, llegó con paso firme y decidido al encuentro con su mentor. Dreiss aguardaba en la zona central de la orden, acompañado por los otros tres jóvenes hechiceros.

—¿Estás lista? —le preguntó.

Antes de responder, la joven miró a Álex, y este le devolvió una sonrisa alegre.

—Lo estoy.

—Confiaba en ello —respondió complacido—. Sígueme.

El mago se dispuso a recorrer los pasillos de la orden. Sin embargo, la repentina aparición de Luna frenó sus intenciones por un momento.

—Os acompaño —anunció la chica.

—Me temo que esta vez no —respondió Dreiss, con voz tajante—. Tú no puedes acompañarnos al sitio al que vamos. Solo entorpecerías nuestra misión.

—Prometo quedarme en un lugar apartado —insistió ella.

—Tú no tienes poderes, Luna. Si algo se tuerce, tener que protegerte solo le daría ventaja a Astra.

—No necesito que nadie me proteja. Correré el riesgo y asumiré las consecuencias de lo que me pase.

—Quizá no sea tan mala idea que nos acompañe —intervino Gael—. Puede que su presencia haga que Iris se sienta más segura.

—Tal vez —comentó Dreiss, pensativo—. Pero si Astra escapa de su prisión y tenemos que enfrentarnos a ella, esa seguridad que le brindaba a Iris se convertirá en una distracción. La decisión es definitiva: no nos acompañarás.

El mago caminó hacia alguna parte, y los cuatro jóvenes se apresuraron a seguirlo. Luna, que se había quedado allí plantada, dio un pisotón en el suelo para canalizar su enfado.

Iris siguió de cerca al hechicero, notando como su ansiedad crecía a cada paso que daba. Entonces, se detuvieron en mitad de un pasillo, ante un cuadro muy alto que casi alcanzaba el techo. Dreiss lo separó de la pared, revelando tras él una puerta robusta y de aspecto infranqueable. De alguna forma, que no llegó a comprender del todo, manipuló un complejo mecanismo para abrirla. A continuación, se internaron en unas lúgubres escaleras que descendían a un nivel subterráneo. Iris se aseguró de que sus pies estuvieran bien firmes en cada escalón, antes de cargar su peso sobre ellos. El terrible olor a humedad que se respiraba allí, la hacía temer que acabaría resbalando de un momento a otro.

Al llegar abajo, unos candiles comenzaron a arder por sí mismos, como si tuvieran consciencia propia para detectar la presencia de alguien. Su luz reveló una magnífica puerta que Iris no tardó en reconocer. Era la misma que había visto en sus sueños, y eso la hizo estremecerse aún más nerviosa.

Dreiss la empujó con decisión, abriendo ante ellos una amplia sala, en la que retumbaban sus pasos, y los símbolos de las paredes resplandecieron con fulgor. Los imponentes tronos de piedra se iluminaron en la cima del altar, y el recuerdo de las dos personas que los ocupaban irrumpió en su mente. En un principio, solo pudo ver sus figuras emborronadas por cada movimiento que hacían. Pero, conforme recorrían la alfombra roja hacia las escaleras, sus rostros comenzaron a dibujarse. Aunque de nada le sirvió, pues jamás había visto a aquel hombre, ni tampoco a la mujer.

—Por aquí —indicó Dreiss, cuando estuvieron a punto de alcanzar el primer peldaño.

Sus palabras arrancaron a Iris de sus divagaciones, y las dos figuras que ocupaban los tronos se desvanecieron en el aire. Los cinco magos ascendieron las escaleras, sobrepasaron los asientos —que resultaron ser mucho más grandes de lo que parecían desde abajo— y se adentraron en una habitación que había en la parte de atrás del altar.

Iris se quedó boquiabierta ante la imagen espeluznante que observó. Al fondo de la sala, había una especie de vitrina de cristal. Y, en su interior, expuesto a cualquiera que se atreviese a contemplarlo, podía verse el cuerpo de una mujer, amarrada a unas sogas que la mantenían erguida. Estaría desnuda, de no ser por una sábana blanca y fina que la tapaba, desde los senos hasta las rodillas. Sus ojos estaban abiertos, aunque vacíos de vida. Su rostro, inexpresivo, con los huesos marcados bajo una piel pálida y amoratada, le puso los pelos de punta. Pese a la demacración en que se encontraba la mujer, pudo darse cuenta de que era la misma que ocupaba uno de los tronos en su recuerdo.

—Iris —anunció Dreiss—, te presento a Astra. Y he aquí el fracaso del que te hablé. —La chica, impresionada, lo miró en busca de respuestas. El mago, adivinando sus deseos, la complació—: Cuando estudié los manuscritos de tu padre e intenté cerrar yo mismo la prisión, lo único que conseguí fue atraerla hasta la realidad. Ambas dimensiones se tocaron por un instante. Por suerte, conseguí enmendar mi error a tiempo. O, al menos, parte de él. —Dreiss señaló hacia la vitrina—. El alma de Astra no tuvo tiempo de regresar, pero sí lo hizo su cuerpo. Y, aunque inerte y sin vida, mantiene conectadas las dos realidades. Esa es la razón de que nuestro tiempo se agotase ahora más rápido que al principio. —El hechicero se acercó a Iris y anunció—: Ya está a punto de suceder. El alma de Astra casi roza su cuerpo. Debemos impedirlo antes de que sea demasiado tarde.

Iris tragó saliva. Aún con la mirada vacía de la hechicera, sus ojos parecían observar cada uno de sus movimientos.

—Lo haré.

La joven se colocó en el centro de la habitación, a tan solo unos pasos frente al cuerpo de Astra. Asumió una postura erguida y puso las manos en posición, preparada para alterar el flujo del tiempo, tal y como le había dejado indicado Dreiss en sus manuscritos. Mientras tanto, los demás retrocedieron para procurarle el espacio que necesitaba. Sin embargo, cuando ya estaba a punto de alcanzar el estado de concentración que requería, las bisagras de la puerta chirriaron tras de sí, haciéndola perder el control. Todos se giraron, alertados por la sorpresa inesperada, y contemplaron cómo Luna se adentraba en la habitación con rostro desafiante. Aunque la realidad es que podía verse cómo su cuerpo temblaba como un auténtico flan.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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