Tal y como le había pedido Gael, Iris regresó al granero a la espera de que la avisara. Intentó sentarse en varios sitios, esperando que alguno de ellos le proporcionase, de algún modo, la calma que necesitaba. Sin embargo, solo conseguía mantenerse quieta por dos o tres minutos. Pronto, la necesidad de levantarse la invadía, y comenzaba a deambular de un lado para otro en el interior del edificio. Resoplaba, se frotaba el rostro, miraba el teléfono una y otra vez, movía los pies con inquietud, tamborileaba sobre sus muslos con las manos, suspiraba, jugaba con su cabello, lanzaba miradas repetidas hacia la puerta, se mordía las uñas... Pero nada conseguía calmar la ansiedad que le generaba la espera. Los minutos pasaban y pasaban, y no recibía ninguna noticia de Gael. Estuvo tentada varias veces de transportarse al hospital. Pero siempre llegaba a la conclusión de que su compañero estaba en lo cierto. Presentarse allí sería entregarse a Dreiss, pero también pondría en peligro a su madre. Se dijo que, si al final decidía rendirse, lo haría muy lejos de allí.
La joven volvió a echarle un vistazo al teléfono. No había ningún mensaje de Gael, y ya quedaba poco más de media hora para que terminase el plazo. Presa de la desesperación, decidió hacerle una llamada. El joven no la contestó. Volvió a intentarlo hasta en cinco ocasiones más, pero siempre sonaba y sonaba hasta que terminaba por desistir.
Se sintió sola y frustrada, sin tener la más mínima opción de ganar aquella partida. Así que dejó caer el móvil al suelo y apretó los dientes, reuniendo todo el valor que le quedaba. Acto seguido, se transportó hasta la orden.
Su figura no apareció en el vestíbulo, ni tampoco frente a la puerta de las dependencias de Dreiss, sino en la zona de los dormitorios de los que fueran sus antiguos compañeros. Una vez entre aquellos muros, sabía que el hechicero no tardaría en sentir su presencia, pero tendría el tiempo suficiente para recrearse por una última vez en la añoranza. Así pues, Iris abrió una de las puertas y se adentró en la habitación de Álex. Recorrió todas sus cosas con la mirada. Todo tenía un estilo tan suyo que la hizo suspirar. Podrían haber sido muy felices los dos, pero la manipulación de Dreiss truncó sus ilusiones. Ahora, estaban a punto de compartir ambos el mismo destino.
Se dirigió al armario y abrió las puertas. Vio toda su ropa allí colgada, como esperando a que llegara para vestirse, y no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas. Sonrió, melancólica. Aun olían a él, a ese peculiar perfume de vainilla que solía llevar. Incapaz de seguir torturándose a sí misma con los recuerdos del pasado, se dispuso a cerrar las puertas. Sin embargo, algo llamó su atención en la parte baja del mueble. El armario tenía dos cajones truncados que dejaban ver el interior. Había una vieja fotografía sobre la ropa doblada en uno de ellos. Iris lo abrió para tomar el retrato. Sonrió al reconocerlo de niño, y parecía ser muy feliz junto a los que supuso que debían ser sus padres y su hermano. Pero su júbilo se desvaneció bajo un sentimiento pesaroso al evocar a Delia, y eso le recordó la razón de que estuviese allí.
Dejó la foto en el cajón y se dispuso a cerrarlo. Entonces, sus ojos se abrieron con incredulidad. Paralizada frente al armario, mantuvo la vista fija en lo que acababa de ver. Su boca se había secado de repente. Tragó saliva y apartó el jersey con lentitud, como quien tiene miedo de encontrar una serpiente bajo la ropa. Entonces, se le cortó la respiración.
Cuidadosamente doblado y oculto al fondo del cajón, pudo reconocer los tonos negros y rojos del traje que utilizaban los esbirros de Astra. Iris retrocedió, con los músculos de su rostro en tensión y el corazón palpitante. Sus ojos saltaban de un lado para otro, sin mirar a ningún sitio. La chica, envuelta en una vorágine de pensamientos que asaltaban su mente, trataba de encontrarle una explicación plausible. Entonces, cayó en la cuenta.
—Tres secuaces asaltaron mi casa —murmuró para sí—. Y dos me atacaron en el campo hasta que apareció Gael.
Tras sentir un escalofrío que le recorrió la espalda, sacudió la cabeza para intentar poner en orden sus pensamientos. Entonces, se dirigió a toda velocidad a la habitación de Lira. Abrió el armario y rebuscó en el interior, lanzando al suelo toda la ropa que había en él. De nuevo, encontró el mismo traje.
—No puede ser —masculló, apretando los dientes.
Con un último sitio en el que buscar, se dirigió al cuarto de Gael y comenzó a desmantelar también su armario.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó el joven, que llegaba en ese momento con la voz entrecortada por la carrera.
Iris no le contestó y siguió sacando sus cosas del armario. Hasta que, por fin, dio con el uniforme. Lo hizo un embrollo entre sus dedos y se lo tiró a Gael a la cara.
—¡Fuisteis vosotros! —rugió, con una mirada rabiosa—. ¡Siempre fuisteis vosotros!
Gael, que había cogido el uniforme al vuelo, se acercó al cubo de la basura y lo tiró con un gesto de rechazo.
—Eso ya se acabó, Iris —trató de convencerla—. Ahora debemos irnos. Tenemos que llegar al aeropuerto antes de que sea demasiado tarde. Por favor, confía en mí.
—¿Qué confíe en ti? —Iris se frotó los ojos. En aquel momento, se sentía sin fuerzas para continuar—. Me habéis estado engañando todos desde el principio. ¿Cómo quieres que confíe en ti, Gael?
La chica se acercó a la cama y se sentó al borde, con la espalda encorvada y la cabeza hundida entre los hombros.
—Porque ahora estoy aquí. —El joven se acercó a la cama y se sentó junto a ella—. No estoy orgulloso de nada de lo que he hecho desde que vine a este sitio. Cada tarea que he cumplido, a sabiendas o no de ello, ha sido un paso más en las oscuras maquinaciones de Dreiss. Todo este tiempo he estado sirviendo al mal.
—¿Y ahora intentas darme pena?
—No. —Gael la miró a los ojos—. Solo intento reparar los errores que he cometido, con la esperanza de que no sea demasiado tarde para mí.
Editado: 30.12.2023