Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 44

Un rato después de que Dreiss hubiese perdido la oportunidad de cazar a Iris, Lira accedió a su habitación a través de la abertura que quedó después de destrozarle la puerta. El mago estaba reclinado en el sillón, con las manos cruzadas sobre su regazo y mirando afuera a través de la ventana. Un té caliente humeaba sobre la mesa.

—¿Cómo puedes estar ahí, tan tranquilo? —le recriminó Lira.

—Un plan sin fisuras es como una fila de fichas de dominó —le contestó él, que luego le dio un sorbo a su infusión—. Solo tienes que empujar la primera y sentarte a contemplar cómo cae el resto.

—Iris ha decidido no entregarse —le recordó—, así que parece que algunas de tus piezas se resisten a caer.

—Algunas piezas se tumban en el acto, otras se tambalean antes de darse por vencidas. —El mago se acomodó de nuevo en su asiento—. Pero todas caen, tarde o temprano. —La joven, sin embargo, lo observó intranquila—. Dime, Lira, ¿por qué no estás en el hospital?

—Gael apareció y tuvimos un pequeño desencuentro.

—Del que sospecho que has salido derrotada —adivinó el mago.

—Gael jugó sucio y activó mi pulsera en un descuido. —La chica elevó el puño—. ¡Te juro que estaba a punto de vencerlo!

—Eso mismo debió pensar Astra hace veinte años —repuso Dreiss—. Pero en una batalla, nadie va ganando o perdiendo. Solo el desenlace define al vencedor.

—Sí, padre —respondió Lira, avergonzada—. Ahora, deberías devolverme al hospital. Tengo que vigilar que no se lleven a Delia.

Dreiss esbozó una media sonrisa.

—Perderían el tiempo —confesó, mientras le daba otro sorbo al té—. Marqué a Delia desde el día en que fui al hospital en busca de la chica. Si se la llevan, sabré a dónde. —Dreiss se acabó la bebida y se recostó en el sillón—. El sentimentalismo siempre fue el punto débil de Cassius, y no te imaginas cuánto se parece su hija a él. De un modo u otro, Delia nos acabará llevando hasta la chica.

—¿Y qué hay de Astra? Ni siquiera sabemos dónde ha ido.

—Astra es sabia y poderosa, sabrá esconderse bien —declaró Dreiss, con aparente tranquilidad—. Pero, cuando encuentre a la chica, me convertiré en un mago tan poderoso, que ni el ser más insignificante del planeta podrá ocultarse de mí.

Lira se sentó junto a Dreiss en otro de los sillones. Intentó mantener la templanza que irradiaba su padre, pero sus esfuerzos por ahogar el nerviosismo que sentía terminaron por desesperarla. Así pues, se pasó todo el tiempo removiéndose inquieta en el sillón, y resoplando una y otra vez. Cuando ya habían pasado casi cuarenta minutos, se levantó de su asiento y deambuló por la habitación.

—De entre todas las virtudes —dijo Dreiss—, la paciencia es la más valiosa. Debes aprender a controlar tu temperamento.

—La paciencia termina cuando llega la hora de actuar —replicó ella—. Ya ha pasado mucho tiempo y parece que Iris no da señales de vida. Me temo que tu ficha de dominó no va a caer.

Dreiss sonrió. En el fondo, parecía complacido con su hija.

—En ese caso —contestó, mientras se levantaba—, habrá que darle un pequeño empujón.

El mago se acomodó la camisa y se colocó la impoluta chaqueta del traje. Por supuesto, tampoco se olvidó de ponerse su sombrero.

—¿Qué vas a hacer? —quiso saber Lira.

—Si la coacción no ha traído a la chica —respondió, con voz serena y profunda—, lo hará la venganza.

La imagen de Dreiss se retorció ante los ojos de su hija, para luego desaparecer en el aire. Lira, presagiando lo que se disponía a hacer, se acomodó en el sillón con gesto satisfecho.



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En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

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