Los tres magos aparecieron en las cercanías de la orden, junto al claro en el que Iris solía entrenar a solas. Se acercaron a los arbustos y observaron el edificio desde la oscuridad.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Gael.
—¿Es que hemos venido sin un plan? —replicó Astra, enarcando las cejas.
—No hay nada que pensar —intervino Iris—. Ahora somos más, y tenemos a Astra.
La mujer la miró halagada, aunque el brillo de sus ojos denotaba cierta inseguridad. Después de haber estado diecisiete años encerrada, era lógico desconfiar de las habilidades de antaño.
—Cuanto más tiempo tardemos, más probabilidades habrá de que Dreiss detecte nuestra presencia en la orden —comentó Gael—. Debemos entrar ya y pillarlo por sorpresa.
—¿Está solo? —quiso saber Astra— Erais cuatro jóvenes los que estabais cuando desperté en el Salón de los Tres Tronos.
—Lira es la única aliada que le queda.
—¿Y qué hay del cuarto mago? —De algún modo, el gesto pesaroso de Gael fue suficiente para que Astra entendiera la situación—. Está bien. ¿Crees que podrás contenerla tú solo? —El joven asintió, convencido—. En ese caso, te ocuparás de mantenerla alejada de Dreiss, mientras que Iris y yo nos enfrentamos a él.
—Entendido —confirmó el chico.
Astra miró a Iris, y esta asintió con una media sonrisa. Entonces, los tres magos pusieron rumbo a la orden con paso decidido. Cuando cruzaban a través de los maltrechos jardines que la antecedían, el sereno los sorprendió al salir de su cabaña. El hombre se quedó impávido al contemplar a la mujer. Luego, inclinó la cabeza ante ella y siguió su camino como si no hubiese visto nada. Atravesaron la puerta principal para entrar al vestíbulo, y siguieron los pasillos de la orden hasta llegar a las dependencias del guardián. Les inquietó descubrir el agujero que había en la pared, pero eso no los hizo detenerse. Sin embargo, todo lo que encontraron en el interior fue a Lira, acomodada en soledad en uno de los sillones.
—¿Dónde está Dreiss? —le preguntó Gael.
—No lo sé —respondió ella, con aire insolente, manteniendo su postura plácida en el sillón. Aun así, Iris pudo percatarse de que no estaba tan tranquila como pretendía aparentar, a juzgar por la tensión que soportaban sus piernas—. Hace mucho tiempo que no sé nada de él.
—Tal vez sea una trampa —comentó Iris, echando una mirada suspicaz en derredor.
—Lo sabremos enseguida —dijo Astra.
La hechicera levantó los brazos, y la mesa que había en el centro de los sillones comenzó a retorcerse. El cristal estalló, y los hierros se doblaron como si fuesen de goma. Dirigió las manos hacia Lira y la hizo levitar en el aire. Luego, le lanzó un pulso de energía que la estrelló contra la pared, y los hierros de la mesa se dispararon tras ella, clavándose en el muro para apresarla.
—¿Esto es todo lo que sabes hacer? —gruñó la chica, removiéndose en un intento inútil de soltarse de sus grilletes.
—Dime dónde está —insistió Astra, pronunciando con ímpetu cada una de las palabras.
—Eres patética, Astra —replicó la joven—. Perdiste una vez y volverás a hacerlo esta noche. El plan de Dreiss está calculado al milímetro. —La joven se sacudió con fuerza y exclamó—: ¡No fallará!
Intentaba invocar algún tipo de hechizo, pero el escaso rango de movimiento de que disponía no se lo permitió. Astra, dándose cuenta de ello, hizo apretar aún más las cadenas.
—¡Arg! —aulló Lira, profiriendo un grito ahogado, mientras su rostro se ensombrecía por el dolor.
—Última oportunidad. ¿Dónde está Dreiss?
—No mereces otra cosa que sufrir —se dirigió, esta vez, a Iris—. ¡Tú eres la culpable de que Álex esté muerto!
—¡Dime dónde está!
Astra puso los ojos en blanco y se introdujo en la cabeza de Lira. Su mente era demasiado firme para indagar en su memoria, pero sí que podía hacerla sentir un dolor extremo.
—¡¡¡Aarg!!! —chilló Lira, que esta vez fue incapaz de ahogar el grito ante la intensidad de su sufrimiento.
—¡Habla! —insistió Astra. Y, ante la negativa de la chica, volvió a atacar su mente.
Iris se apresuró a tomar por el brazo a la hechicera, instándola a que detuviese aquella tortura. Lira gritaba sin parar, y se retorcía entre los hierros padeciendo un dolor insoportable. Sin embargo, parecía obstinada en seguir guardando silencio. Astra no hizo caso a la plegaria de Iris, y atacó de nuevo a Lira con más intensidad aún. El cuerpo de la chica se movía en contorsiones que se antojaban imposibles, y sus dientes castañeteaban en un sonido tan angustiante que la hizo estremecerse.
—Astra, por favor —suplicó Iris—. ¡Para ya!
Pero la hechicera, con una tensión en la mandíbula, que hacía patente su rabia desmedida, continuó con el tormento.
—Está bien —balbuceó Lira, casi sin fuerzas para respirar—. ¡Para, por favor!
Astra apagó el destello de sus ojos y abandonó su mente. Respiró por un momento para recuperar la compostura y la amenazó:
—Habla o te destruiré hasta averiguarlo.
Contra todo pronóstico, Lira se echó a reír a pleno pulmón. Los tres magos arrugaron el rostro en un gesto indignado. Entonces, Astra extendió los brazos, dispuesta a cumplir lo que había prometido.
—Habéis llegado tarde —dijo Lira, en el último momento—. Ya no llegaréis a tiempo de detener a Dreiss.
El cuerpo de Iris pareció deshacerse bajo un escalofrío, anticipando lo que estaba a punto de revelar la chica.
—¿Dónde ha ido? —insistió la hechicera, con la voz rasgada, volviendo a encender sus ojos en un movimiento amenazante.
—Ha ido al hospital. —Lira se dejó llevar por un golpe de tos, motivado por el dolor que aún le recorría el cuerpo. Luego, miró a Iris y añadió, sonriente—: Tu madre ya estará muerta.
Astra se echó atrás con rapidez y se giró hacia Iris.
—Vámonos —le dijo.
La joven se apresuró amover los brazos para deformar la realidad. Acto seguido, los transportó junto a ella a la habitación de su madre. Entretanto, Lira, que los había estado mirando con una sonrisa maliciosa hasta desaparecer, se dejó caer desfallecida entre sus ataduras.
Editado: 30.12.2023