Los pasos de Dreiss resonaron a lo largo de los oscuros y solitarios pasillos del hospital. Las bisagras de la puerta chillaron al abrirla con lentitud. Delia respiraba calmada al otro lado, inconsciente del peligro que la acechaba. El mago la contempló por unos instantes y, luego, se sentó en el sillón que había junto a la cama.
—Hacía mucho tiempo que no hablábamos a solas —le dijo, con una voz templada—. Aún añoro aquellos tiempos en los que éramos una gran familia. ¿Recuerdas cuando cenábamos todos juntos en aquel restaurante italiano? —suspiró nostálgico y, después, sonrió—. Íbamos cada semana. Cómo olvidarlo, ¿verdad? Aquel risotto era de otro mundo. Greta siempre pedía el carpaccio, aunque siempre sospeché que lo único que le importaba era el tiramisú. Era llegar el momento del postre y se le iluminaba la cara. Nunca supe qué le veía, en realidad. —El mago arrugó la nariz—. ¡Ese espantoso sabor a café! Yo siempre preferí la suavidad del zabaglione. —Dreiss hizo una pausa para recrearse en sus recuerdos. Luego, soltó una carcajada—. ¿Recueras al mago sueco con el que salía Astra en esa época?, ¿aquel tipo gótico con los pelos largos y un colgante de una cruz que no le cabía en el pecho? Decía que aquellos platos eran demasiado coloridos para él, y pedía que le echasen la tinta de un calamar para oscurecerlos. —Volvió a reír—. Ella siempre fue una mujer muy inteligente, pero no tenía muy buen ojo para elegir pareja. —Se encogió de hombros—. O puede que solo quisiera ser un alma libre, disfrutar de la vida sin las ataduras del amor. Al fin y al cabo, ella nunca quiso formar una pareja estable, como Cassius y yo hicimos contigo y con Greta. Y, en el fondo, creo que eso demostraba que era la más sabia de los tres. —Dreiss agachó la cabeza y su rostro se ensombreció—. Después de todo lo que pasó, intenté mantenerla a mi lado. Me desgarraba el corazón imaginar mi vida sin ella. Pero dijo que había cambiado, que me había convertido en alguien que ya no reconocía. Y, una noche, me abandonó. —Dreiss sacudió la cabeza—. Quise enmendar mis errores, pero me di cuenta de que había llegado a un punto en el que no había marcha atrás. Greta se había marchado, Astra estaba encerrada en otra dimensión, la sangre de Silas manchaba mis manos, y tú habías huido con Iris para ponerla a salvo de mí. El odio y la ira corroían mis entrañas. Y debí buscar la fuerza para reconocer mis propios errores. Pero, en lugar de eso, culpé de todo aquello que pesaba en mi consciencia a la persona más noble que jamás pude conocer, y removí cielo y tierra para encontrarlo. Asesiné a Cassius sin pestañear, mirándolo a los ojos mientras se apagaba el brillo de su vida. Entonces me di cuenta de que Greta tenía razón. Ya no era el mismo. —Dreiss se levantó del sillón en un ataque de rabia—. ¡Claro que no era el mismo, maldita sea! —exclamó, mientras deambulaba—. ¡Me había convertido en algo mucho mejor! Igual que Astra, me liberé de todas las cadenas del sentimentalismo, de esa niebla que cegaba mi mente, y, por fin, pude ver cuál era mi propósito en la vida. —El mago se detuvo por un momento y, con los brazos en jarra, suspiró—. La Hermandad siempre se ha esforzado por separar los dos mundos. Ha velado porque los magos no interfieran en el camino de los débiles, y los ha dejado dominar el planeta. ¡Hormigas gobernando a dioses! —gruñó, entre aspavientos—. Pero ha llegado la hora de arreglarlo. Me haré con los tres poderes ancestrales y llevaré a La Hermandad al lugar que siempre le ha correspondido, ¡y los débiles se inclinarán ante nosotros! —Dreiss respiró en un intento de calmarse. Luego, se acercó a Delia y le acaricio la mejilla—. Tú tampoco me entiendes, ¿verdad? —Se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, tú siempre has sido uno de ellos. Que Astra siempre estuvo enamorada de Cassius era un secreto a voces, pero él prefirió quedarse contigo, dejó que una simple humana lo dominara. Podría haber tenido una descendencia de magos puros, pero prefirió tener una hija sin poderes. —El hechicero enarcó las cejas—. Oh, ¿es que no los sabías? —le dijo, aunque, en realidad, habló como si se estuviera dirigiendo a Iris—. Todo lo que puede hacer ahora es porque posee el poder de Éderam.
En ese momento, se abrió la puerta de la habitación y se asomó un enfermero.
—Disculpe —le dijo—, pero llevamos un rato escuchando demasiado jaleo en la habitación. —Dreiss lo miró con el ceño fruncido—. ¿Sería tan amable de bajar un poco la voz? Hay gente enferma que intenta descansar.
El hechicero estiró el brazo hacia él y le lanzó un pulso de energía. El hombre salió disparado, cruzó volando el pasillo y atravesó la puerta de la habitación de enfrente.
—No soporto que me interrumpan —dijo Dreiss, reacomodándose el traje—. El dilema al que me enfrento ahora —continuó, volviéndose hacia Delia—, es cómo hacer que tu hija venga a mí. Le di la oportunidad de hacerlo por las buenas. Pero decidió escupirme a la cara. De modo que no me queda más remedio que pasar al plan B. Aunque, en el fondo, deberíais estarme agradecidas. Gracias a mí, volveréis a estar de nuevo todos juntos al otro lado.
Dreiss se aproximó a la cama y colocó la mano a unos centímetros de la boca de Delia. Entonces, hizo que todo el aire que había en sus pulmones saliera de su cuerpo. Su pecho se hundió, y sus músculos se tensaron con una expresión agónica en el rostro. Pronto, las máquinas que la monitoreaban comenzaron a pitar.
La mujer, aún en coma, se agitaba en una lucha desesperada por recuperar el aliento. Pese a todo, el instinto de supervivencia era mucho más poderoso que una mente adormecida. Sin embargo, el mago drenaba todo el aire que intentaba ingresar en su interior. Echó un vistazo a las máquinas. El ritmo cardiaco de Delia se había disparado y la presión arterial se había puesto por las nubes. Mientras tanto, la saturación de oxígeno en su sangre caía en picado. La mujer aguantaría muy pocos minutos en esa situación.
Editado: 30.12.2023