Iris recorrió los pasillos hasta la habitación de su madre. A su paso, echó un vistazo al altar que había en la sala de espera. Estaba tan desolado como siempre, con las mismas velas viejas que nadie había vuelto a encender.
Los nervios de volver a reencontrarse la embargaban, y sus piernas temblaron al girar el picaporte. Al abrir la puerta, una corriente de aire fresco la acarició el rostro. El alivio, que trajo consigo la brisa, se aunó al de contemplar la figura de la mujer, y eso la hizo sonreír. Se acercó a ella y la cogió de la mano. La calidez de su piel la reconfortó, aunque no podía evitar sentirse culpable por haberla abandonado todo ese tiempo. No había tenido otra alternativa, pero, por más que lo intentó, ese pensamiento jamás le había traído consuelo.
—Lo siento, mamá —susurró, aunque lo cierto es que solo estaba pensando en voz alta.
Fue entonces cuando Astra cruzó la puerta. La cerró tras de sí y la sonrió. Buscaba con ese gesto el permiso de Iris para acercarse. La chica se limitó a asentir. Luego, se echó a los pies de la cama para permitirle el paso a la hechicera.
—¿Estás lista?
—Sí —contestó la chica, que se había tomado unos segundos para hacerse a la idea. Después de varios meses, estaba a punto de ver a su madre despertar.
Sin embargo, Astra no hizo más que imponer sus manos sobre la cabeza de la mujer, cuando la puerta se abrió de golpe. Ambas miraron hacia ella sobresaltadas. Pero se calmaron rápidamente al reconocer la figura de Gael.
—¡Esperad! —exclamó, jadeante por la carrera—. Debo ser yo quien lo haga. —Iris lo miró con dureza—. Por favor —insistió él—. Todo lo que quiero es enmendar mis errores.
Iris y Astra cruzaron la vista por un momento, como si se estuvieran diciendo de todo sin la necesidad de articular palabra. Entonces, Iris lo miró y asintió, con una sonrisa que pareció sincera.
—¿Estás seguro de que podrás hacerlo? —quiso saber Astra, que se había movido a un lado, pero aún mantenía la reticencia.
—Lo haré —respondió, con voz firme y segura.
Gael se colocó frente al cabecero de la cama y extendió los brazos. Cerró los ojos, respiró hondo y focalizó su energía hacia la mente de Delia. Iris contemplaba con atención el rostro de su amigo, tratando de descifrar las expresiones que esbozaba. Por un momento, estuvo segura de que fracasaría, pero, entonces, la mujer se despertó.
—¡Iris! ¡Iris! —gritó, removiéndose sobre la cama—. ¡Oh, Iris!, ¡estás ahí! —El sobresalto de la mujer hizo que las máquinas comenzasen a pitar—. ¡No te acerques a Dreiss! ¡Aléjate de él!
—Tranquila, Delia —le dijo la guardiana—. Tienes una hija muy fuerte y valiente. En todo caso, es a Dreiss a quien le hubiera venido bien el consejo.
—¿Astra? —La mujer se calmó al reconocerla, aunque su rostro casi denotaba cierta incredulidad—. ¿Cuándo has regresado?
—Digamos que aún tengo ciertojet lag—bromeó. Después, miró a la chica, y dijo sonriente—: Iris fue quien me trajo de vuelta.
Delia quiso decir algo más. Sin embargo, el equipo médico irrumpió a toda prisa en la habitación, alertados por los sonidos de los monitores. Por un momento, vacilaron, sin ser capaces de ocultar su asombro al ver a Delia consciente.
—¿Cuándo se ha despertado? —les preguntó uno de ellos.
—Acaba de pasar —respondió Astra—. Puede que sentir a su hija cerca haya sido suficiente motivación.
—¿Podéis esperar fuera un momento, por favor? —les pidió entonces el médico—. Debemos examinarla. —El doctor miró a Iris y añadió con voz tranquilizadora—: Parece que todo está bien, pero nos aseguraremos con una exploración exhaustiva.
—Claro —dijo Iris, después de buscar aprobación en la mirada de Astra. Entonces, los tres procedieron a abandonar la habitación.
—Será mejor que regrese a la orden —anunció Gael, al tiempo que giraba el mecanismo de su pulsera—. No quiero que Lira me eche demasiado en falta.
Iris le despidió con una sonrisa. De todos modos, no le hubiera dado tiempo a articular palabra, pues el joven desapareció nada más terminar la frase.
—¿Qué va a pasar con ella ahora? —preguntó Iris, mientras caminaban hacia la sala de espera, que estaba tan vacía como de costumbre.
—¿Se te ocurre alguna idea? —dijo Astra, en una pregunta retórica.
—Todo el mundo merece una segunda oportunidad —repuso Iris—. Puede que ella aún no esté perdida.
—Me sorprende tu entereza, Iris —reconoció Astra—. Después de todo lo que te ha hecho pasar, entendería que guardases rencor hacia ella.
—¿Para qué? —suspiró la chica—. Eso tan solo me haría daño a mí misma.
Astra observó complacida a la joven y, después, dejó caer los hombros en un gesto abatido.
—Has demostrado mucha fuerza y coraje durante todo este tiempo. Y creo que te has convertido en una mujer mucho más sabia y madura. —Iris ladeó la cabeza, reconociendo cierta verdad en las palabras de Astra, aunque no pudiera evitar encajarlas con cierta timidez—. Por eso me entristece mucho que no puedas estar a nuestro lado. Hubieras sido una guardiana excepcional.
—Supongo que nunca lo sabremos —repuso Iris, con voz melancólica—. Mi magia solo fue un espejismo. Todo lo que pude hacer fue gracias al poder ancestral de Éderam. —Se encogió de hombros y añadió—: Pero lo cierto es que no soy más que una chica corriente.
—Tu padre siempre pensó que había un poder inmenso en ti —confesó Astra.
—Parece que se equivocó.
—Eso no es verdad, Iris. —La mujer la agarró por el brazo—. Fuiste tú quien venció a Dreiss. Todo hubiera sido muy distinto de no ser por ti. —Se llevó la mano al pecho y añadió, con los ojos brillantes—: Yo estaría muerta. —Iris apretó los labios. A pesar de que agradecía las palabras de Astra, los halagos no la reconfortaron—. Tal vez no tengas poderes, pero eso no significa que no seas fuerte.
Iris miró a la mujer con gesto lastimero. Pero, pronto, sacudió la cabeza y dibujó una sonrisa en sus labios.
Editado: 30.12.2023