Los herederos del eco

La primera señal

El sol apenas se filtraba entre la neblina de la mañana cuando Amara y Elías bajaron al jardín.

El aire olía a tierra mojada y hojas frescas, pero había algo más: un zumbido sutil, un eco que parecía susurrar sus nombres, aunque no había nadie.

—¿Lo sientes? —preguntó Amara, deteniéndose, la piel erizada.

—Sí —respondió él—. Como si alguien nos observase desde otra dimensión.

De pronto, un temblor recorrió el suelo bajo sus pies.

Entre los arbustos, apareció una silueta tambaleante, cubierta de sombras, como si hubiera atravesado siglos en segundos.

Era una mujer joven, cabello negro, piel blanca… ojos cerrados. Su respiración era irregular, su cuerpo frágil pero con una fuerza que parecía latir con un misterio antiguo.

Amara corrió hacia ella, temblando.

—¡Despierta! —exclamó, mientras Elías la seguía con cautela—.

La joven murmuraba palabras inconexas:

—…Amara… Elías… nos… buscamos…

El corazón de Amara dio un salto.

—No puede ser… —murmuró, sintiendo que algo del pasado la atravesaba.

—Esto no es coincidencia —dijo Elías, con la mirada fija en la joven—. Alguien nos está enviando una señal… o advirtiendo algo.

La joven abrió los ojos.

Y en ellos, Amara vio reflejada la misma luz dorada del ciclo pasado, pero más intensa, como si estuviera llamando a su alma directamente.

Era un eco… pero no era de ellos dos.

Era alguien más, alguien conectado por el mismo hilo que había unido a Amara y Elías a través de los siglos.

—¿Quién eres? —preguntó Amara, la voz temblando de emoción y miedo.

—No lo sé… —respondió la joven—. Pero siento… que me recuerdan.

Un frío inesperado recorrió el aire, y la lluvia empezó a caer más rápido, pero cada gota brillaba con un tinte dorado, iluminando el rostro de la desconocida como si el universo entero los estuviera observando.

Elías tomó la mano de Amara, apretándola.

—Esto no es casualidad.

—No… —Amara respiró hondo—. Esto es solo el principio.

Un rayo iluminó el valle.

Y entre la luz, por un instante, apareció la silueta de Lucien, observándolos desde la distancia.

Su sonrisa era un recordatorio helado de que el eco no solo despertaba nuevas almas, sino que también atraía peligro.

Amara tragó saliva.

—No estamos solos… y esto no va a ser fácil.

El viento volvió a soplar, y con él, un susurro apenas audible:

—El tiempo recuerda… y juzga.

Los tres permanecieron inmóviles, sabiendo que algo más grande que ellos mismos acababa de empezar.

El eco estaba despertando, y con él, una intriga que podía cambiarlo todo.




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