Los herederos del eco

La sombra del presente

El amanecer apenas tocaba el valle, pero la tensión en la casa era palpable.

Amara estaba frente al lienzo, intentando concentrarse, mientras Elías revisaba mapas y antiguos cuadernos de registro del eco.

El taller parecía intacto, pero el aire estaba cargado, como si la misma energía del pasado buscara filtrarse en el presente.

De repente, el vidrio de una ventana se quebró sin viento, y la habitación se llenó de susurros en varios idiomas, mezclando voces del pasado con la suya.

La joven que habían rescatado se arrodilló, cubriéndose los oídos, y murmuró:

—No… no puedo… ellos me llaman…

Amara corrió hacia ella, pero algo detuvo su movimiento: una sombra negra atravesó la puerta, sólida, imposible de ignorar.

Lucien estaba allí, su rostro inmutable, sus ojos como pozos que absorbían la luz.

—Creyeron que podían ignorar al eco —dijo con voz calma pero helada—.

Pero el tiempo no se olvida, y yo tampoco.

Elías se interpuso entre Amara y Lucien, respirando con fuerza:

—No vas a tocar a nadie.

Lucien sonrió, pero no movió un músculo; aún así, las sombras en la habitación se doblaron hacia él, formando figuras amenazantes que parecían susurrar secretos prohibidos.

—Cada alma que despierta —continuó Lucien— es una ficha en mi juego.

Y ustedes… todavía no saben las reglas.

La joven alzó la cabeza, y sus ojos brillaron en dorado intenso, iluminando todo el taller.

—¡Amara! ¡Elías! —gritó—. ¡Siento que vienen más!

En ese instante, la luz se apagó por completo.

Y en la oscuridad, comenzaron a aparecer otras figuras: almas conectadas al eco, algunas confundidas, otras violentas, reflejando fragmentos de vidas pasadas.

El eco se estaba manifestando físicamente.

—¡Esto no es un sueño! —gritó Amara, agarrando la mano de Elías—. Tenemos que protegerlas… y protegernos.

Lucien dio un paso adelante.

—El amor los une… sí. Pero también los hace vulnerables.

Y yo aprenderé a usarlo.

La habitación tembló, y las figuras comenzaron a moverse con voluntad propia.

Elías abrazó a Amara, sintiendo cómo la energía dorada surgía de ambos.

—Si quieren pelear con nosotros… tendrán que enfrentarnos juntos —dijo con voz firme.

Y entonces, el eco explotó.

Una luz dorada envolvió la habitación, proyectando las figuras en el aire y obligando a Lucien a retroceder un instante.

Pero su sonrisa persistió.

—Esto apenas comienza…

Amara y Elías comprendieron que el presente ya no era seguro.

El eco no solo despertaba memorias, sino que traía consecuencias tangibles, peligrosas y directas.

Y que cada decisión, cada instante, podía cambiar el destino de todos los que estaban conectados a esa corriente ancestral de amor y memoria.




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