La noche cayó sobre el valle con un silencio que pesaba más que la tormenta de días atrás.
Amara y Elías estaban en la biblioteca de la casa, rodeados de libros antiguos, pergaminos y cuadernos polvorientos que habían reunido durante semanas.
Cada página parecía susurrar secretos, recuerdos atrapados en tinta, como si el tiempo mismo quisiera advertirles.
—Mira esto —dijo Elías, pasando un pergamino amarillento a Amara—. Es del siglo XVII… habla de un hombre que amó más allá de su vida y que dejó marcas en quienes lo siguieron.
Amara frunció el ceño.
—¿Podría ser Lucien?
—No lo sé… pero encaja con lo que sentimos en los ataques recientes —respondió Elías—. Este hombre… o alma… sabía manipular la memoria, la pasión y el miedo.
Mientras leían, la joven que despertó con ellos permanecía en silencio, observando las sombras que el fuego proyectaba en las paredes.
De pronto, un cuaderno se abrió solo, como si alguien lo hubiera tocado invisible.
En sus páginas, dibujos que recordaban los patrones del eco: círculos, líneas que conectaban almas y símbolos que resonaban con la luz dorada que Amara y Elías habían sentido antes.
—No es un simple despertar —murmuró Amara—. Es un mapa… alguien dejó pistas para que lo encontráramos.
El viento sopló entre las ventanas, y un susurro antiguo llenó la sala:
—El que amó primero… sigue esperando…
El corazón de Amara se aceleró.
—¿Lo oíste? —preguntó, mirándolo a los ojos.
—Sí —respondió Elías, con la mandíbula tensa—. No es un eco cualquiera. Es alguien… que ya conocimos, que existió antes que nosotros, que creó todo esto.
El murmullo del pasado parecía envolverlos, guiando sus manos hacia un antiguo medallón cubierto de polvo.
Al tocarlo, Amara sintió una descarga de memoria ajena, fragmentos de vidas pasadas, un amor intenso y soledad infinita, y luego la voz clara de Lucien:
—Yo fui el primero… yo inicié el eco.
Ambos se miraron, comprendiendo que su enemigo no era solo un manipulador:
era el origen del ciclo, el corazón del misterio que ahora empezaba a despertar otras almas.
El eco no solo amenazaba el presente; estaba conectado con cada vida que habían amado y perdido.
—Si es así… —dijo Amara, con voz baja pero firme—. Entonces tenemos que aprender de él… antes de que alguien más pague el precio.
Elías asintió, y mientras la noche se cerraba sobre el valle, comprendieron que la intriga no había hecho más que comenzar.
El eco los había encontrado, pero ahora ellos también podían buscarlo… y enfrentarlo.