La luz dorada que había estallado en el eco se apagó de golpe.
El silencio volvió.
Pero no era el silencio de antes.
Era un silencio cargado.
Un silencio que observaba.
Amara abrió los ojos y ya no vio a Lucien, ni a la joven, ni siquiera la forma suspendida de Elías.
Estaba sola en un espacio negro…
un negro tan absoluto que no tenía dirección ni suelo.
—Elías… —susurró.
Su voz no generó eco.
Se lo tragó la oscuridad.
De pronto, un susurro suave —casi infantil— rozó su oído:
“¿Y si ya no vuelve contigo?”
Amara giró.
No había nadie.
Pero el susurro seguía.
“¿Y si su alma encontró otra vida que amar… cuando tú no estabas?”
La oscuridad se abrió como un telón.
Amara vio escenas flotando como espejos rotos:
• Elías en otra vida, besando a una mujer que no era ella.
• Ella llorando mientras lo perdía en un puerto.
• Él muriendo en sus brazos en el siglo XIX.
• Ella quedándose sola una y otra vez.
La voz insistió:
“Siempre llegas tarde. Siempre lo pierdes.”
Amara apretó los dientes.
—Esto no es real.
Esto es el eco jugando conmigo.
El eco reaccionó.
El espacio se contrajo.
Las sombras tomaron forma humana.
Y de una de ellas, surgió Elías.
Pero no su Elías.
Una versión rota.
Cansada.
Con los ojos apagados.
—Amara —dijo, con voz hueca—.
¿Por qué no estuviste cuando más te necesité?
Ella retrocedió como si le hubieran arrancado el aire.
—No… no eres tú.
Tú nunca me hablarías así.
La sombra se acercó más, extendiendo la mano.
—Si me amaras como dices… nunca me habrías dejado morir.
La oscuridad detrás de él se abrió como un abismo hambriento.
Amara cayó de rodillas.
Todo dentro de ella se quebró un instante.
Pero entonces… escuchó otra voz.
Una voz tenue.
Familiar.
La única que podía atravesar el eco.
—Amara… estoy aquí.
Ella alzó la vista.
Y lo vio.
El verdadero Elías.
Suspendido en un círculo dorado, luchando por respirar, luchando por sentirla.
—No escuches lo que te muestra —murmuró él, con esfuerzo—.
No es la verdad.
Es tu miedo… multiplicado.
El eco rugió, molesto.
Las sombras se retorcieron.
La versión falsa de Elías abrió la boca… y gritó.
Un grito que no era humano.
Un grito que hizo vibrar todo el espacio.
Amara tembló… hasta que tomó una decisión.
Se levantó.
—No.
No voy a seguir temiendo el pasado.
Ni la muerte.
Ni el eco.
Porque lo amo.
Porque lo elijo.
En esta vida… y en todas.
El eco reaccionó como si hubiera sido quemado.
La sombra de Elías se deshizo en un humo oscuro, chillando como un demonio que perdía su forma.
Amara avanzó hacia el círculo donde Elías estaba atrapado.
La luz dorada la rechazó primero…
pero ella insistió.
Empujó.
Forzó el paso.
Y entonces ocurrió lo imposible:
Su pecho comenzó a brillar.
Su corazón literalmente ardió.
Un latido dorado.
Luego otro.
Y otro.
El eco se abrió para ella.
Para su amor.
Lucien apareció atrás, observando con horror y fascinación a la vez.
—No puede ser…
El eco te reconoce…
Amara ignoró su voz.
Tomó el rostro de Elías.
—Vuelve conmigo.
No te suelto.
No te pierdo.
No en esta vida.
No nunca más.
Elías respiró.
Un jadeo profundo, desgarrado, vivo.
Sus ojos volvieron a enfocarla.
—Amara…
Encontraste la salida.
Ella sonrió con lágrimas ardiendo.
—No.
Te encontré a ti.
El eco explotó.
La oscuridad se rasgó.
Luces de todas las vidas pasadas atravesaron el espacio, chocando con Lucien, con las sombras, con todo lo que había intentado separarlos.
Lucien cayó de rodillas.
—El amor…
El amor no debería poder…