Una difunta vecina, decía verlo muchas noches aproximadamente en eso de las dos de la madrugada, en un pueblo cercano de un bar por una vetusta carretera. Le había dado la dirección por si se animaba a descubrirlo con aunque sea una de las amantes de las cuales afirmaba haberle visto.
Ese viernes, siete de mayo del mil novecientos tres, Mark había llegado del trabajo supuestamente «muerto del cansancio», ambos se acostaron sin tocarse y sin insistirse, ya que él se molestaba si ella se lo proponía. Paula al pasar de las horas se durmió, y al despertarse notó que él ya no estaba a su lado; vio la hora en su antiguo reloj de manos, estaba en la mesa del lado, marcaba con exactitud las una con treinta y dos de la madrugada.