—¿Enserio? ¿Y eso por qué? —Preguntó con un tanto de asco centrado en la boca del estómago, al ver esas llagas y sentir ese olor repugnante que salía de su boca en esta nueva ocasión.
La camioneta se detuvo casi de golpe, faltando poco para Paula llegar a su punto de llegada.
Ella alzó la vista por su ahogante voz y la repentina detención, viendo primero el reloj del vehículo que marcaba con exactitud las tres de la madrugada. Su vista reflejó su rostro al descubierto, por lo que dirigió a observarlo, teniendo en su frente una cosa parecida a un espanto o como tal, un cuerpo y alma en pena. Los ojos de este Señor eran tétricos, eran idénticos a aquellos con los que soñaba una y otras vez en sus pesadillas de niña.
Pero eso no fue todo, eso sí se podía llamar hombre, no tenía ni la mitad de su rostro, frente, ni orejas; solo parte de su mirada derecho que derramaba unos cuantos gusanos desde su glándula lagrimal. En su nariz casi ruyida, llevaban dos tapones de algodón que marcaban un aspecto fúnebre.