Era media mañana en las afueras del bosque de mauve; los pájaros cantaban a pesar de la hora. El ambiente era fresco, pero el sol ya comenzaba a proyectar potentes rayos. La maleza del bosque no era tan basta, lo que permitía que las personas anduviesen de mejor manera en el bosque. Desde niños, cazadores, hasta las bandas criminales que llegaban a refugiarse dentro de él. Pero a pesar de los usos buenos y malos que la gente le daba, el bosque siempre ha sido un lugar místico. En la antigüedad, se contaba que en él, vivían elfos y criaturas mágicas que no solo lo habitaban, sino que lo protegían.
Pero todas estas creencias se fueron perdiendo, hasta quedar como simples cuentos de fantasía. El pueblo que se encontraba junto al bosque, era llamado villa in silva (el pueblo junto al bosque), el cual fue fundado por antiguos caballeros y sus familias en la edad media. El pueblo siempre fue chico, pero con la entrada de la era industrial, y la posterior construcción de una fábrica de productos hechos de madera. Rápidamente creció y atrajo a muchos inversores, los cuales pusieron fábricas similares con el propósito de explotar el vasto bosque.
Gracias a todo esto, la población creció con una rapidez exorbitante, por lo que la construcción de tres escuelas, una mejora en las carreteras y en alumbrado público fue necesario. Pero a pesar de todo el pueblo seguía siendo chico comparado con otros pueblos; por mucho que las tres fábricas que se establecieron en él, ayudaran a atraer a más gente del exterior, seguía siendo insuficiente para llamarlo grande. La población apenas rosaban los dos mil habitantes, por lo que las personas en el pueblo llegaban a conocerse muy bien. No era difícil identificar a las personas, menos para los ancianos, quienes eran los que tenían un mayor conocimiento en rostros del pueblo. También eran aquellos que añoraban viejas glorias y momentos pasados del pueblo, declarando que el mismo se estaba yendo al caño con el cambio. Pero la gente no los escuchaba, todo el mundo decía que eran viejos gruñones y conservadores, que sin importar que, odiarían el cambio, aunque este trajese cosas buenas.
Las bandas de niños y adultos se reunían por doquier, unos para jugar juegos inocentes y otros no tan inocentes. Pero justo ese día, el sábado para ser exactos, el pequeño Jack no iba a poder asistir a esos juegos. Sus amigos irían a la parte norte del bosque, al llamado cumulo de rocas, una serie de edificaciones hechas de rocas muy grandes, sobre puestas unas sobre de otras; algo que a los niños del pueblo les encantaba.
Pero al pequeño Jack por mucho que le gustase, no iba a poder asistir. Los asuntos que tenía que atender era más importantes, no en específico para él, pero si para su familia. Se encontraba apoyando a su hermano mayor, Bill; ya que era muy importante el asunto entre manos, pero realmente para Jack nada era más importante que ir a jugar al cumulo de rocas. Es por ello que trató de zafarse de aquel encargo de su padre. Pero sabiendo que las excusas que ponía su hijo eran falsas, lo reprendió y lo obligó a ir. A pesar de que también su hermano Bill trató de persuadir a su padre, poniendo de excusa que era un trabajo del que él podía encargarse solo. Su padre terco como siempre, no acepto otra idea que no fuese la suya, y mando a los dos hermanos.
A media mañana ya se encontraban dentro del bosque, por un camino conocido como el recorrido del diablo, del cual se decía que en la noche podían aparecer demonios a todos los incautos que rondaran ese camino; los niños, eran los que más creían esas historias. Jack iba en la parte de atrás de la carreta que llevaba a los dos hermanos. La carreta en si no era la gran cosa, casi la podríamos llamar tabla con ruedas, ya que literalmente era solo eso, una tabla de madera equipada con dos ruedas a sus costados (también echas de madera). Al frente tenía dos palos, los cuales eran usados para amarrar al animal que tiraría de la carreta. Que en esta ocasión era un burro, prestado por los grandes amigos del padre de Jack, la familia Norris.
Nadie decía nada, el silencio era crepuscular. Mientras Bill conducía al burro, evitaba que la caja de madera rectangular y la pala (que llevaban a manera de equipaje), se cayeran, utilizando cuerdas para sostenerlas. Jack se mantenía absorto en sus pensamientos. Pero no pensaba en cualquier tontería, si no que, tenía la cabeza metida en un tema muy en concreto, que lo mantenía alerta y algo preocupado. Él no era un niño ejemplar ni nada por el estilo, pero tampoco era mal portado. Se mantenía en el promedio, cumpliendo a medias en la escuela y siendo como todos los demás, un niño normal. Pero he ahí lo preocupante para él. Cuando cometía una travesura su padre lo regañaba acorde con lo que había hecho. De vez en cuando era un leve escarmiento y castigo, pero en otras era una reprimenda horrible, la cual haría que un niño temblara al oírla por lo brutal que llegaba a ser, pero un adulto diría que es justa y bien merecida. El problema para ese momento no era tanto la gravedad, sino que, había cometido un pecado a los ojos ideológicos de su padre, un hombre que a pesar de lo gruñón que podía llegar a ser era bastante fiel a la religión y sus mandamientos. Para su padre el robar era un pecado sumamente grabe, y siempre les había inculcado a sus hijos que era algo que no se debía de hacer, y si lo llegaban a hacer les iría muy mal.
Jack sabía que había cometido un grave error, al haberle robado a su amigo Wilson su estuche de lápices. El mismo Wilson le había pedido ayuda a Jack para buscarlo en el salón y en el patio escolar, pero como era de suponer no habían encontrado nada. Wilson se fue ese día muy triste. Ya que el estuche era un regalo de su abuelo, que había fallecido hace dos años. Se lo había entregado por su cumpleaños, un objeto que Wilson apreciaba bastante. No era para menos, estaba tallada en madera, hecho a mano por el carpintero del pueblo, un suvenir que cualquiera querría presumir siendo un niño. Decorado con pintura en plomo, con azules y verde que lo hacían destacar de inmediato, y que provocaba las envidias de todos.