Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 1

El día había amanecido perfecto, el sol brillaba calurosamente en lo alto de las nubes.

—¿Dónde se habían metido? —preguntó su madre en cuanto cruzaron la puerta para entrar a la casa.

—Estuvimos por ahí, madre, simplemente salimos con las chicas unas horas —respondió uno de los hermanos, el más alto.

—Sí, mamá, no te debes preocupar tanto por nosotros, estamos bien. —El hermano más bajo estaba frotándose los ojos mientras bostezaba.

—¿Están bien? Ni siquiera llegaron a dormir. ¿Estuvieron con las chicas toda la noche? ¿Con qué clase de gente se juntan? No puedo creer que yo haya criado a unos hombres como ustedes.

—Si vuelven a llegar así, sin siquiera avisar que no llegarán a dormir, no les abriremos la puerta ni los dejaremos entrar —dijo su padre mientras se acercaba, rengo y con un bastón que hacía un ruido exagerado al tocar el piso.

—Venga padre, no puedes desconfiar así de nosotros. ¿Qué acaso ustedes no se divirtieron cuando eran jóvenes? —El más alto de los dos era el más razonable, pensaba más las cosas antes de actuar y sobre todo sabía cómo convencer a las personas e influir sobre ellas.

—Mira, Jimmy, probablemente las primeras veces caímos, pero… —Fue interrumpido.

—Si a las primeras veces les dices los últimos años…

—No estoy hablando contigo, Stuart.

—Lo que su padre quiere decir es que esta será la última vez que les permitiremos este tipo de conductas.

—Lo sentimos, madre —dijo Jimmy.

—Sí, mamá, lo sentimos, no se repetirá. —Stuart era el más extrovertido.

Ambos entraron y se acercaron al comedor, las miradas de sus padres los seguían sin parpadear. Los dos se miraron con caras de preocupación, habían cruzado la línea.

Jimmy era alto, medía un poco más de un metro ochenta, tenía brazos musculosos, su barbilla era muy marcada y cuadrada, sus ojos eran hermosas perlas grises que posaban encima de una nariz recta y puntiaguda, tenía el cabello rubio largo de arriba pero escaso en las patillas, así pedía su corte siempre, en su brazo derecho tenía tatuado un dragón que se envolvía desde su hombro hasta su muñeca y debajo del parpado una lágrima.

Por el contrario, Stuart era bajito, medía un poco más de un metro setenta, no era tan musculoso como su hermano, pero era compensado por una cara muy atractiva con facciones muy finas, nariz recta, mandíbula redondeada pero firme y marcada, ojos de un color azul intenso, la parte superior de su cabello era largo pero en las patillas estaba rasurado sin ningún rastro de él.

Ambos vestían una camisa de botones blanca con un chaleco gris encima y unos zapatos mocasines color café que contrastaban con su pantalón negro. Como siempre, los dos llevaban las mangas arriba.

—¿Qué hay de comer, madre? —titubeó Jim.

—Huevos.

Stuart rio.

—¿Qué te da risa, cabrón? —Su padre había entendido.

—Nada, padre lo lamento, sólo tengo hambre.

Después de servir la comida todos se sentaron en la mesa.

—Quiero que entiendan, chicos —dijo su padre mientras se metía un trozo de pan a la boca—, que el hecho de que tengan ya veinticinco años no significa que puedan ir por allí a hacer lo que quieran. Terminaron sus estudios pero no quisieron entrar a la universidad, eso lo comprendo, yo tampoco la habría estudiado si mis padres fueran como yo lo soy con ustedes, pero mírennos, gracias a eso podemos tener todo lo que tenemos ahora. Sus trabajos no están mal, pero podrían conseguir algo mejor, y, además, de nada sirve la paga si la gastan toda el fin de semana.

—Es el país de la libertad, papá. —A Stuart no le gustaban esas conversaciones.

—¿Pero para qué usarás esa libertad, hijo? Esa es la pregunta.

—Lo entendemos padre, sólo que sentimos que no encajamos bien aquí, en ningún puesto, en ningún trabajo, es como si esto no fuera para nosotros. —Jimmy entró a la conversación.

—Entonces, ¿qué sí lo es?

—Los riesgos, papá, la adrenalina, el peligro, joder, la acción.

—¡Por un demonio Stuart! Cierra la boca —dijo su madre.

—¿Por qué no se meten entonces al cuerpo de policía o a la marina? —Su padre intentaba ser razonable.

—¡Tú también cállate, Roger! —Su madre ni si quiera lo intentaba—. ¿Cómo se te ocurre decir eso? Ustedes dos son muy jóvenes, recién acabamos de salir de una guerra y no sabemos cuándo pueda empezar la siguiente.

—Querida, la guerra fue hace más de treinta años.

—Y hoy, en mil novecientos ochenta se siente como si hubiera sido ayer. Conozco a personas que aún les lloran a sus muertos.

—No volverá a suceder, deja de asustarlos.

—No queremos ser soldados, madre, tranquila —interrumpió Jimmy.

—Pues eso espero, no soportaría si algo les llegara a pasar.

De pronto se escuchó que alguien tocó el timbre.

—Yo voy —dijo la mamá.




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