Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 3

Del auto bajó un tipo de una estatura baja, Antoni era más alto que él si se ponía a su lado. Era el mismo chofer de hace unas horas en su casa, tenía una gran cicatriz en el labio inferior, unos ojos muy grandes en comparación con las demás facciones de su cara, una nariz ganchuda acompañada de un bigote muy delgado en su labio superior, además de unos dientes deformes que impedían que cerrara bien la boca. Vestía un traje negro lleno de pequeñas líneas blancas y un peinado que hacía todo su cabello hacia el lado derecho de su cabeza, muy lleno de cera para peinar.

—Ustedes deben ser los hermanos D’angelo —dijo con una voz ronca y un acento que jamás habían escuchado en su vida y que hacía que no pronunciara correctamente las palabras.

—Sí, somos nosotros. —Se adelantó Giancarlo.

—Suban, por favor —dijo mientras les abría la puerta trasera de un precioso Chrysler Airflow de los años treinta.

Parecía el tipo de hombre que pasaría el tren por las dos vías para asesinar a la persona que está sola y al grupo de tres también.

—Éste me da muy mala espina, eh. —Giancarlo era desconfiado.

—Tú tranquilo, hombre, ya estamos aquí.

—El jefe me dijo que ustedes son los únicos dos descendientes que quedaron de la familia D’angelo. —La voz de Aivor, como lo había llamado el tipo de antes, era inconfundible y característica.

—No sabíamos de la existencia de nuestra familia antes de que ustedes llegaran.

—Y eso también me lo dijo.

—¿Tú sabes algo?

—Yo lo sé todo, pero el señor Miguel Ángelo quiere ser quien les explique. Sólo puedo decirles que el camino que van a recorrer en los próximos meses o años va a ser muy difícil.

—¿A qué te refieres? —Antoni se adelantó a su hermano.

—El señor Miguel tiene un plan para que ustedes vuelvan a recuperar toda su fortuna, su estatus, y todo el poder que les fue arrebatado.

—Siento que me estoy mareando —dijo Giancarlo.

—En cuanto lleguemos todo les quedará más claro. —terminó mientras esquivaba un par de vehículos.

Siguieron en el auto por casi media hora hasta llegar a una fábrica de carne cercada por una pared alta de concreto. Entraron por el portón y estacionaron frente a la puerta de administradores.

Ahí estaba parado a quien Aivor había llamado Miguel Ángelo.

—¡Muchachos! Me alegro tanto de que hayan venido, de que hayan aceptado la verdad frente a todo lo demás.

—Tan sólo venimos por respuestas —dijo Giancarlo.

—Y les daré todas y cada una de ellas, chicos, por favor, síganme.

—Después de usted.

—Vi que les llamaron de otra forma cuando estaban en su casa, lo que es normal porque cuando se los entregué a sus padrastros no les dije nada sobre su nombre o algo por el estilo.

—Y yo noté que nos llamó Antoni y Giancarlo —dijo Antoni.

—Sí, sí, así quería nombrarlos su madre, lamentablemente los Florenci decidieron atacarnos justo cuando los estaba pariendo. En cuanto sacaron al segundo de ustedes salió corriendo de su habitación donde estaba teniendo el parto. Todo fue un caos, las balas estaban volando por toda la casa, no sé cómo no le impactó ninguna…

—Espere, queremos saberlo todo desde el principio, no a mitad.

—Por supuesto, discúlpenme —dijo mientras llegaban a una oficina después de haber cruzado varios pasillos.

Al entrar, había varios sofás y un escritorio donde se sentó Miguel.

—Pueden tomar asiento, muchachos, por favor.

—Queremos saber todo acerca de nosotros, desde el principio y sin mentiras. —Antoni no se estaba con tonterías.

—Bien, empecemos pues. —Aivor se quedó de pie junto a él con las manos cruzadas a la altura del cinturón—. La familia D’angelo había sido la más grande de Italia, todos les tenían respeto, desde mil ochocientos cincuenta se habían formado una gran reputación. Su bisabuelo, Franco D’angelo comenzó a ganar mucho dinero en las apuestas. Llevó a tanto su fortuna que su nombre empezó a resonar por todos lados de Génova y otras partes del país. La fortuna le hizo hacerse de muchos amigos, incluidos políticos y gente del gobierno.

»Llegó un punto en el que ahora los casinos eran de él, las apuestas ahora las organizaba él, incluso le prestaba dinero al gobierno, a gente importante. Todos le debían favores, dinero y respeto. Incluso la misma policía estaba de su lado, al estado le beneficiaba más que lo que le perjudicaba. Formó todo un imperio, había gente que lo acusaba de brujería, de haber vendido su alma al diablo, se convirtió en una persona muy importante.

»Su bisabuelo tenía un amigo, un tal Gerónimo Florenci, quien creció junto a Franco tanto en el ámbito económico como de estatus, la gran y única diferencia era que él no era tan bueno comunicándose, era más callado, prefería escuchar a ser quien hablara, eso mismo hizo que Franco se hiciera más socio y más amigo de las personas que lo que llegó a ser jamás Gerónimo. Llegó un punto en el que la envidia fue tanta, que decidió deslindarse de él a toda costa, llevándose consigo un puñado de gente que lo seguía, como son las familias Bencci, Santoro y Bianco, por mencionar tan sólo las más poderosas, las otras no llegaron a tanto nivel como éstas que te acabo de mencionar.




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