Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 4

—¿Por qué es que quieren comprar el casino, señores D’angelo? Si la pregunta no los ofende, claro —preguntó el señor Guzmán.

—Verá, tenemos grandes intereses en este mercado y hemos visto su oferta de negocio. Nos parece completamente rentable y nos encantaría encargarnos en su totalidad de la administración de este. —Giancarlo sabía hablar de una manera más formal que Antoni, él era el tipo de persona que prefería arreglar las cosas a golpes antes que dialogando.

Estaban sentados en la suite principal del lugar, los dos vestidos con trajes de miles de dólares y zapatos que jamás pensaron que tendrían el dinero para poder comprarlos. Su elegancia y porte era incomparable.

—No entiendo, ustedes vienen del mercado cárnico, no logro encontrar comparación alguna.

—Ambición, es el nombre de esta comparación, señor Guzmán. Mire —explicó mientras bebía vino de su copa—, todos en esta habitación queremos algo; usted quiere vender este casino y nosotros dos queremos comprarlo. Eso significa que ambos creceremos benéficamente con esta compra, y la oferta que le tenemos, es incomparable con cualquier otra.

«Este hijo de perra ya me ha convencido hasta a mí, y eso que el casino no es mío», pensó Antoni.

—¿Saben algo sobre esto? —interrogó mirando a Antoni, quien estaba bebiendo distraídamente de su copa.

—Sí, sí, por supuesto —replicó mientras dejaba la copa en la mesa de cristal frente a ellos—, hemos estado estudiando mucho los dos, es decir, el tipo de mercado al que estamos entrando.

«El idiota hará que no quiera vendernos nada», pensó Giancarlo.

—Todo está muy bien controlado, mantendremos la gran reputación que usted ha construido, señor, incluso la haremos más grande, teniendo usted mismo todo el mérito.

—Si lo dices así, hasta me siento halagado, me parece perfecto, dejémosles el resto a nuestros abogados.

—Ha tomado una excelente decisión, caballero.

—La mejor decisión —añadió Antoni.

—Un honor haber hecho tratos con ustedes.

Todos se levantaron de sus asientos y estrecharon sus manos, habían hecho una gran compra.

Salieron de la suite y caminaron por el casino antes de salir, un hermoso lugar con paredes negras, imitaciones de diamantes incrustadas por todos lados, y luces blancas muy intensas hacían parecer que estabas dentro de una gran joya.

Afuera los estaba esperando Aivor, frente a su coche.

—¿Cómo les fue? —preguntó.

—Todo de maravilla Aivor, cómo no tienes una idea —declaró Antoni.

—Estuvo a punto de cagarla, ¿cierto? —Miró a Giancarlo.

—Como siempre, en todos putos lados.

—¡Ja! —rio—. Nunca nos dejará de sorprender, señor Antoni.

—Es parte del espectáculo, hombre, ¿qué quieres que te diga?

—El señor Rinaldi quiere verlos en la fábrica de carne, tiene muy buenas noticias sobre los psiconauticos y su distribución, necesita presentarles a las personas se van a encargar de hacerlo.

—Estupendo, menos trabajo.

—Venga, Antoni —regañó Giancarlo.

Una vez se subieron al vehículo comenzaron a ir hacia la cárnica.

—Muchachos, ¿cómo les fue? —preguntó rápidamente en cuanto los vio llegar.

—La compra fue éxito, señor, esta misma semana se verán con nuestros abogados para efectuar todo —respondió Giancarlo.

—Estupendo, estupendo, todo va saliendo de acuerdo al plan. Adentro hay unos tipos que quiero presentarles. —Hizo un gesto con la mano para que pasaran.

Adentro había dos personas, un hombre y una mujer.

—Chicos, estos son Antoni y Giancarlo D’angelo —los presentó Rinaldi—, los jefes de toda esta organización, ella se llama Anne —dijo apuntando a la chica—, y él se llama Nacho.

Estrecharon sus manos.

—Un gusto conocerlos —dijo Nacho con un acento colombiano muy agradable.

—Me alegra conocerlos, señores —añadió Anne, su voz era muy dulce, con un acento francés que deleitaba los oídos.

—El gusto es todo mío, Anne —se adelantó a decir Antoni. Le parecía la chica más hermosa que jamás había visto. Tenía el cabello blanco llegándole hasta la cintura, una figura muy delgada, labios carnosos y pómulos prominentes, ojos rasgados color negro y era de una estatura muy baja, más que Antoni.

Nacho era un tipo alto, casi del tamaño de Giancarlo, tenía el cabello muy corto con corte militar pintado de color purpura, tenía varios tatuajes sobresaliéndole el cuello y grandes músculos que se marcaban a través de las mangas de su camisa, su piel morena le hacía ver muy atractivo.

—Entonces, ¿qué tenemos? —preguntó Giancarlo.

—Adelante, chicos —apresuró Rinaldi.

—Tengo a una banda de cerca de veinte hombres, todos tienen muchos amigos, mucha calle, viven de los negocios sucios, estamos repartidos por todo Nueva York, no sólo en Brooklyn, el precio de un psiconautico es de ciento cincuenta dólares, así de elevado porque es droga para gente que tiene los recursos para comprarla sin problema, y yo sólo quiero el diez por ciento de las ventas que hagamos en general cada semana.




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