Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 6

—¡Venga! —festejó Antoni.

—Escúchame una cosa, desgraciado, si eres tú el que apuesta en tu propio casino esto no durará ni una semana. —Giancarlo estaba claramente enfadado.

—No te preocupes, ese fue mi último juego. Le estoy agarrando el gusto a esto.

—Pues más te vale que no sea así, debemos estar enfocados en esto. —Estaba recargado en el asiento atrás de él, Antoni jugaba a la ruleta. Miraba desesperadamente de izquierda a derecha y podía reconocer varios rostros, algunos de grandes políticos, algunos de empresarios importantes.

—Ya he terminado, venga, vamos al despacho.

—Dijo Rinaldi que a veces es bueno hacer esperar a las personas con las que harás tratos, les hace ver que eres una persona ocupada.

—Esperemos que el señor Coppola no crea que estamos tan ocupados como para no atenderlo —bromeó.

—Cállate.

Caminaron entre los gritos de alegría y enojo de la gente, los susurros de las mujeres y los sonidos de las máquinas de juegos. Todos los saludaban al pasar con gran respeto, tenían claro que ellos eran los dueños y que el poder que tenían los hacía personas con las que era mejor tener amistad que rivalidad.

Antoni vestía un traje blanco completo con una camisa tinta, en cambio, Giancarlo iba con un saco color gris y camisa blanca acompañadas de un pantalón negro.

—Qué gusto es tenerlo aquí, señor Coppola —saludó Giancarlo en cuanto cruzaron la puerta.

—¡El gusto es todo mío, señores! —respondió mientras se ponía de pie a extenderles la mano.

—Espero lo hayan atendido como se lo merece —añadió Antoni en cuanto estrechó la suya.

—¡Jamás había recibido tan buen trato! —Sonrió.

—Dígame, ¿a qué se debe el motivo de su cita?

—Bien, saben ustedes, señores, que no vendría a pedir su ayuda si no fuera algo muy importante —comenzó a decir.

—Lo tenemos muy claro, no es necesario ni siquiera mencionarlo —declaró Antoni mientras tomaba una copa de la mesa frente a ellos.

—Bien, pues, entenderán que para mí como empresario hay veces en las que las ventas mejoran o disminuyen, en especial en estos tiempos donde la tecnología está empezando a ganar terreno.

—¡Maldita tecnología! —exclamó Antoni.

Giancarlo se limitó a verlo de reojo.

—Por supuesto, entendemos eso.

—Bien, entonces, digamos que hubo un cargamento que no pudo llegar bien, un carguero chocó con un iceberg y está a la deriva junto con toda mi mercancía europea. El costo para ir a recuperar mis productos es uno que no me puedo permitir pagar ahora mismo y…

—…y usted necesita que nosotros lo ayudemos a cubrirlo —adivinó Giancarlo—. Lo entendemos perfectamente.

—Exacto, sí gasto mis recursos para ir a recuperar toda la mercancía, ya no tendré dinero para ponerla en el mercado.

—Usted nos ha estado ayudando mucho, señor Coppola, su negocio ha sido de gran apoyo a la hora de distribuir nuestra propia mercancía. Lo ayudaremos —terminó mientras se ponía de pie y le extendía la mano.

—¡Esplendido señores! Jamás me han decepcionado de ninguna manera —alardeó al levantarse y estrechar su mano con ellos para posteriormente salir por la puerta.

—¿Cuánto nos costará esta ayudadita? —preguntó Antoni.

—Algunas decenas de miles de dólares, nada que no podamos costear, es mejor tenerlo de nuestro lado que dejar que se vaya a otro. Sus camiones reparten cientos de productos entre los que hemos podido esconder los nuestros.

—Tienes razón.

Salieron de nuevo al casino para revisar que todo estuviera en orden y después procedieron a salir por la entrada principal.

Afuera estaba esperándolos Aivor, con las manos cruzadas frente a él, quieto como una estatua.

—¿Qué tal ha salido todo? —preguntó al verlos.

—La empresa de los Coppola sigue estando en nuestras manos y lo seguirá estando mientras el señor Coppola siga perdiendo dinero en las apuestas de nuestro casino —respondió Antoni mientras entraba al auto.

—¿Qué sigue? —Quiso saber Giancarlo.

—El señor Rinaldi tiene preparada para ustedes una cena con una exportadora de carne de Massachusetts. Cree que puede usar sus camiones de distribución para llevar psiconauticos a todo el estado y sus alrededores.

—Esta mierda está creciendo muy rápido. Estamos llamando mucho la atención.

—Tranquilo, señor Giancarlo, tenemos todo bajo control.

De pronto, una furgoneta negra les cerró el camino frente a ellos y otra a sus espaldas les impedía retroceder.

—¡Mierda! —Gritó Aivor mientras desenfundaba su arma.

No tuvo tiempo de reaccionar cuando un golpe rompió el vidrio del conductor y con una pistola taser lo inmovilizaron. De ambas furgonetas bajaron hombres encapuchados hablando en chino y a golpes abrieron las puertas de los hermanos para bajarlos arrastrando y ponerles una bolsa en la cabeza, impidiéndoles ver al exterior.




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