Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 10

 

—El mensaje fue todo un éxito —anunció Rinaldi—. En un mes entero no se ha sabido de nadie que haya intentado volver a replicar la fórmula de los psiconauticos.

—¡Qué excelente noticia! —celebró Giancarlo. Estaban en el despacho de la fábrica de carne.

—Y a ti, Giancarlo —dijo mientras lo miraba—, te llaman Giancarlo-el-mutilador.

—¿Esas son buenas noticias? —preguntó seriamente.

—¿Por qué yo no puedo tener un apodo de mafioso? —protestó Antoni.

—Son buenas noticias hasta cierto punto. Se están ganando el respeto, la mafia de los D’angelo está comenzando a hacer ruido no sólo en estados unidos, eso les traerá muchos enemigos, pero también una gran cantidad de amigos.

—Contactos —corrigió Giancarlo.

—Contactos, muchacho, si así lo quieres llamar.

Salieron de la cárnica junto con Aivor después de despedirse de Rinaldi.

—¿Qué tenemos hoy? —preguntó Antoni.

—El señor Qiang quiere verlos —contestó Aivor.

Aivor-el-terrible —comentó Giancarlo en tono sereno—. ¿Te gusta cómo te llamaron?

—En Italia no era más que Aivor, un simple mesero que era despedido de cada trabajo en el que lo contrataban, así que sí, me gusta.

—¿Por qué te despedían? —Despertó la curiosidad de Antoni.

—La gente se solía burlar de mi acento —continuó diciendo mientras se subían al vehículo—, decían que no se me entendía nada, se reían a mis espaldas y a veces incluso frente a mí. ¿Te parezco el tipo de persona que deja que se burlen de él? —preguntó levantando una ceja.

—Por supuesto que no, Aivor. —Antoni se aguantó la risa, el gesto fue muy gracioso.

—Eres el tipo de persona que podría matar a alguien sólo por hacer ruido al sorber la sopa de la cuchara —añadió Giancarlo.

—Inteligente. —Aceptó su descripción—. Entonces pues, no me quedaba a gusto hasta rayarles el carro, hacer que su comida supiera horrible o incluso golpearlos.

—¿Golpeabas a los comensales? —Antoni quedó sorprendido.

—¡Claro que no, joder! ¡Golpeaba hasta a mis compañeros y jefes de los trabajos! Todo el que se burlara de mí. Hasta que un día fue suficiente; recuerdo haber llegado al trabajo como de costumbre, un gran restaurante de renombre en el centro de Florencia. El día comenzó tranquilo, las primeras personas en llegar fueron muy amables, los cocineros y mis compañeros meseros no se habían portado mal en esa ocasión, llevaba poco más de una semana en el trabajo.

»A medio día llegaron tres tipos, tres muchachos, a decir verdad, no podrían sobrepasar más de veinte años, me atrevería a decir que incluso alguno de ellos era menor edad. Desde el momento en que me vieron comenzaron a hacer comentarios acerca de mi apariencia. Rogué para que no fuera yo quien los atendiera porque ya me conocía y sabía que no me podría controlar. Desgraciadamente para todos, si fue a mí a quien le tocó atenderlos. Al momento en el que me acerqué me miraron conteniendo las carcajadas hasta que finalmente uno de ellos pidió la orden. Escuché susurros que decían que mi cabeza era enorme, que mis dientes eran horribles, que mi bigote no me quedaba. Estuve a punto de alejarme a llevar su pedido a la cocina cuando escuché que uno de ellos dijo que la pobre de mi madre debió quedar con la vagina hecha mierda…

—¿Nos estás tomando el pelo? —preguntó Giancarlo.

—La gente es una mierda, chico, no sabes lo podridos que están algunos sujetos del planeta. —Se le miraba enojado—. Entonces ni siquiera dije una palabra, sólo me di la vuelta hacia ellos de una manera que se podría decir que, hasta elegante se vio. Con la cabeza mirando hacia al frente y la espalda erguida como todo un caballero me acerqué a la mesa y en un movimiento tan rápido que hasta se sobresaltaron del susto, tomé el cuchillo que estaba al lado de los demás cubiertos en su mesa y lo clave directamente en el ojo del que hizo el comentario, después estiré la mano y tomé el cabello de otro de ellos, comencé a meter y sacar ese cuchillo en su boca como si estuviera tratando de picar una barra de hielo, hasta que su boca quedó tan destrozada que hasta el día de hoy apuesto que no puede tomar su sopa tranquilamente.

»Perseguí al último hasta la calle, el muy estúpido creía que podía escapar de mí, un exmilitar de las fuerzas armadas de rusia ¡A quién en su sano juicio se le podría llegar a pasar por la cabeza! Apuesto a que fueron los nervios los que le impidieron poder abrir la puerta de su coche, porque cuando llegué a su lado las llaves estaban en el piso. Lo tomé del cuello y lo estampé contra el cristal del auto, rompiéndolo en cientos de pedazos, le di una patada tan fuerte en la ante pierna que quedó hincado ante mí, tomándolo del cabello le hice la cabeza hacia un lado y comencé a enterrar mi cuchillo tan profundo en su oreja que juro por mi madre que quedó sordo de por vida… —Apretaba los dientes tras cada oración, estaba reviviendo el momento—. Justo en el momento en el que intenté huir se puso delante de mí el señor Rinaldi, estaba a punto de clavarle el cuchillo en el cuello cuando extendió su mano ofreciéndome un pañuelo para limpiarme la sangre, en ese momento supe que era amigo, no enemigo. Corrió junto conmigo hasta su auto y emprendimos la huida.




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